No Juzguéis Nada Antes de Tiempo, hasta que Venga el Señor
“Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también traerá a luz lo encubierto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno tendrá de Dios la alabanza”. 1 Corintios 4:5.
Para entender este versículo, creo que tenemos que retroceder unos pasos y asegurarnos primero de que tenemos una verdadera visión y un sentido interno de dos cosas fundamentales: 1) Que hay una gran división, un enorme abismo, entre el hombre en su condición caída y el hombre en su condición redimida. O se podría decir, que se ha abierto una gran brecha y se ha establecido una enemistad, entre el alma caída del hombre y su Creador; brecha que sólo puede ser reparada mediante la eliminación de todo lo que la causó, todo pecado, maldad y corrupción del alma, y llenándola de nuevo del reino o reinado de la vida y justicia de Dios. 2) Debemos comprender que Dios nos ha dado un camino—que se llama el evangelio—para “reparar las brechas”, “edificar las ruinas antiguas”, “restaurar las calzadas para habitar”. (Isaías 58:12).
Ahora bien, este camino no es sólo una creencia en la obra histórica de Cristo, sino más bien la entrega, el crecimiento y el reinado de la vida de Dios que se siembra por gracia en el corazón humano. ESTO es lo que todo hombre y toda mujer necesitan. El hombre necesita que venga el reino de Dios y que se haga Su voluntad en él, como se hace en el cielo. Sólo esto restaura al hombre, cambia al hombre, sana al hombre y salva al hombre. De nuevo, no un asentimiento mental, ni siquiera un asentimiento del corazón a una obra externa o histórica de Dios, o a doctrinas y hechos correctos. No es por un nuevo estatus o posición legal externamente imputado, como si la solución de Dios fuera simplemente decidir llamarnos algo que no somos, o pasar por alto lo que realmente somos. No, la solución o el evangelio es un don de la luz, vida y poder de Dios que puede resolver verdaderamente un problema increíblemente enorme. Y verán, eso es lo que tiene el hombre. Tiene un problema terrible, una enfermedad horrible. Su problema no es falta de prosperidad exterior, o falta de enseñanza correcta, o la necesidad de aprender la manera correcta de rendir homenaje a un Dios ofendido. No, su problema es mucho mayor que esto. Este es el problema en pocas palabras: El hombre fue creado para continuamente recibir, vivir y caminar en la luz, vida y amor de Dios, pero al caer de este estado creado, ha muerto a todo ello. Ha perdido todo lo que tenía, y se ha convertido en otra cosa. Y es increíblemente importante que le permitamos al Señor que nos muestre esto, que nos haga ver y sentir la profundidad y el horror de nuestro verdadero problema, para que así podamos comprender y recibir la ayuda que Él da, de la manera en que Él la da.
La mayoría de nuestras preguntas y confusiones espirituales surgen de grandes malentendidos e imaginaciones sobre quién y qué es Dios, y qué desea; y de quién y qué es el hombre (en la caída) y qué necesita realmente. Si empezamos mal, acabaremos mal. Es decir, si empezamos con falsas suposiciones sobre cosas de tan grande importancia, entonces sólo vamos a encontrar soluciones equivocadas, caminos equivocados, ideas equivocadas, oraciones equivocadas y esfuerzos equivocados que tienen su raíz en falsedades sobre lo que es la religión, o lo que significa reparar la brecha entre Dios y el hombre. Si comenzamos con una comprensión errónea del problema, será imposible comprender y buscar la solución correcta. Pero si alguien humilla su corazón y sinceramente busca, pregunta y llama, hay un Dios que quiere mostrarnos el verdadero problema, y rescatarnos con la verdadera solución. Sin embargo, primero hay que ver, sentir y conocer el problema.
Esta es la razón por la que Juan el Bautista tuvo que aparecer antes de la venida de Cristo, y si pueden entender lo que quiero decir, esta es la razón por la que el Espíritu que obraba en Juan el Bautista y Elías siempre tiene que venir a nosotros primero, antes de que el alma pueda reconocer el regalo de Dios. Antes de que alguien en Israel pudiera reconocer a su Salvador, primero tuvo que ver y sentir la naturaleza de su problema. ¿Qué hizo Juan el Bautista? Les declaró su condición de pecado y los volvió hacia el Cordero de Dios. Los llamó “generación de víboras”, y les preguntó: “¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” Les dijo que no pusieran la confianza en lo que eran según la carne, porque Dios pondría Su hacha a la raíz de todo ese árbol humano. Les dijo que se arrepintieran y que hicieran obras acordes con el arrepentimiento; es decir, que se volvieran del yo a Dios, que se volvieran del mundo exterior caído a la obra interior de la redención, que permanecieran vueltos, y que así dieran los frutos de este sincero volverse.
Al descender del Monte de la Transfiguración, tuvo lugar la siguiente conversación:
“Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos”.
El Espíritu que obró en Elías y en Juan el Bautista siempre viene primero, capacitando al alma para que reconozca a su Salvador al manifestar su verdadera condición. No quiero decir que siempre viene primero a través de una persona externa, como Juan el Bautista o Elías. Pero el Espíritu debe hacer una obra en el hombre como la que hizo en Israel a través de estos dos siervos de Dios, a fin de preparar el camino para la venida del Señor. Y con este fin, el Espíritu de Dios, o mensajero del pacto, clama en el desierto de nuestros corazones.
Una voz clama: “Preparen en el desierto camino al SEÑOR; allanen en la soledad calzada para nuestro Dios. Todo valle sea elevado, y bajado todo monte y collado; vuélvase llano el terreno escabroso, y lo abrupto, ancho valle. Entonces será revelada la gloria del SEÑOR, y toda carne a una la verá, pues la boca del SEÑOR ha hablado. Una voz dijo: “Clama.” Entonces él respondió: “¿Qué he de clamar?” “Que toda carne es como la hierba, y todo su esplendor es como la flor del campo. Se seca la hierba, se marchita la flor cuando el aliento del SEÑOR sopla sobre ella; en verdad el pueblo es hierba”(Isaías 40:3-7).“Yo envío a Mi mensajero, y él preparará el camino delante de Mí. Y vendrá de repente a Su templo el Señor a quien ustedes buscan; el mensajero del pacto en quien ustedes se complacen, ya viene;” dice el SEÑOR de los ejércitos. “¿Pero quién podrá soportar el día de Su venida? ¿Y quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca? Porque Él es como fuego de fundidor y como jabón de lavanderos. Y Él se sentará como fundidor y purificador de plata, y purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como a oro y como a plata, y serán los que presenten ofrendas en justicia al SEÑOR”(Malaquías 3:1-3).
El corazón del hombre primero debe ver y sentir que el problema está dentro, que la viga está en nuestro propio ojo, que la copa está sucia por dentro. O en palabras de Jesús: “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias etc.” Y sólo viendo esto, descubriéndolo y sintiéndolo como cierto, es que el alma puede empezar a despertar y a decir: “Yo soy el ciego, yo soy el sordo, el leproso, el cojo, el pobre de espíritu y muerto viviente, que anda en pecado y transgresión con la misma naturalidad con que respiro el aire de este mundo”.
Esta es la caída del hombre. Casi todos en la Iglesia creen en esta caída, pero muy pocos están realmente dispuestos a ver y a sentir su grandeza y gravedad en sí mismos. El hombre en la caída ha perdido todo el bien, porque ha perdido la vida de Dios, la fuente de toda bondad. En la caída hemos perdido el entendimiento espiritual, el amor verdadero, la justicia real, la inocencia, luz, verdad, sabiduría, etc. Santiago dice que ahora tenemos una sabiduría de abajo, que es “terrenal, animal, diabólica”. Pablo dice que el hombre natural ‘vive en los deseos de la carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y es por naturaleza hijo de ira”. Moisés dice: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Estas son descripciones verdaderas de la condición del hombre en la caída, aunque la mayoría se imagina estar en un estado mucho mejor. Y en consecuencia, es sólo cuando empezamos a ver y a sentir que vivimos, caminamos, pensamos, planeamos y soñamos en esta condición, que empezamos a despertar de un sueño profundo y SENTIMOS nuestra necesidad de una solución real.
Esta es la razón por la que el Hijo de Dios se hizo carne. Y no me refiero únicamente a Su encarnación personal como Hombre hace 2000 años. También quiero decir, que esta es la razón por la que Cristo ha sido dado, plantado o sembrado en el corazón del hombre, y ha unido Su Espíritu al hombre mientras nosotros todavía vivimos en la carne. Cristo vino a nosotros y se unió al hombre en su condición caída, en más de una forma. Por supuesto, sabemos que Él tomó personalmente la naturaleza del hombre en su debilidad (“fue crucificado en debilidad”, 2 Corintios 13:4), en su mortalidad, estando sujeto a las tentaciones y asaltos del enemigo, y a la violencia de los hombres. Vivió como un hombre, sujeto a los elementos, al calor y al frío, al cansancio, al hambre, incluso a las emociones dolorosas (“varón de dolores, experimentado en quebranto”, Isaías 53:3). Entró en esta condición, no para ser inmune a las pruebas, dificultades y debilidades de ella, sino para superarla perfectamente por el Espíritu, y luego compartir Su vida vencedora con los hombres, quienes por Su obra en ellos—incluso mientras están en la carne—reciben la capacidad de vencer.
Jesús vivió como un Hombre dependiente del Espíritu, no haciendo Su propia voluntad humana, sino haciendo la voluntad de su Padre en el cielo siempre. Pablo dice: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). Cristo dijo a menudo que Él no juzgaba según Su propio juicio, ni decía Sus propias palabras, ni hacía Sus propias obras, sino que se sometía a la voluntad y al poder de Dios mientras caminaba en la carne, diciendo: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y por Su perfecta conformidada la voluntad de Dios, y Su completa dependencia del Espíritu y del poder de Dios, venció todos los obstáculos, venció toda debilidad, venció todos los males y tentaciones que vinieron contra Él, y al final incluso venció la muerte. Y Él hizo esto para que por nuestra participación de Su Espíritu, podamos recibir la solución real a nuestro problema o enfermedad indeciblemente grande. Él sufrió todo esto en perfecta sumisión al Padre, para que cada uno de nosotros podamos recibir y experimentar una medida o semilla de Su Espíritu vencedor. ESTA es la solución. ESTO es el Cristianismo. Es el milagro del Espíritu de Cristo que se nos da incluso mientras estamos en la carne, para que el alma humana pueda experimentar el nacimiento, crecimiento y reinado de la vida vencedora de Cristo. Sólo un don de la gracia, vida y luz de Cristo puede reparar la brecha, puede sanar la herida, curar la enfermedad, sacarnos de la caída, de las tinieblas, esclavitud, pecado, ceguera, impureza, nadedad, enemistad, e introducirnos a una unión viva con un Dios perfecto y santo. Y a menos que verdaderamente experimentemos el aumento del Espíritu de Cristo (“Cristo formado en nosotros” Gálatas 4:19) obrando realmente en nosotros; a menos que sintamos Su movimiento, Su luz, Su naturaleza, Su justicia, Su amor, Su poder transformador y redentor obrando realmente en nosotros en alguna medida, todavía seguimos sin tener nada. En otras palabras, es por la VENIDA de Cristo y Su reinado en nosotros, que nuestro problema es resuelto y nuestra enfermedad es curada.
Ahora, sé que los cristianos generalmente hablan de las “venidas” de Cristo que están fuera de nosotros. Es decir, hablan principalmente de la venida de Cristo en el pasado como Hombre, o de la venida de Cristo en el futuro en juicio. Y no tengo ningún deseo de restar valor a ninguna de estas dos realidades tan importantes. Pero puedo decirte que lo que tú y yo realmente necesitamos AHORA MISMO, es un tipo de “venida” que tenga lugar en nuestros propios corazones, justo donde se encuentra la enfermedad, justo donde se ha abierto la brecha. Amigos, si Cristo viniera externamente, cuando nos hemos negado a recibir y a experimentar Su venida interna, nos vamos a encontrar en un gran problema. ¿Qué problema? Cuando Él aparezca, descubriremos que estamos viviendo, pensando, soñando, planeando, creyendo, persiguiendo, buscando, actuando, deseando, en y desde una naturaleza que es totalmente contraria a Él.
Por supuesto que creo y le doy gracias a Dios por la venida de Cristo en la carne hace 2000 años. Esta venida hizo posible todos los aspectos de nuestra salvación y redención. Y por supuesto que creo que Cristo va a juzgar a los vivos y a los muertos, a separar las ovejas de las cabras, el trigo de la cizaña, cuando el tiempo de este mundo llegue a su fin. Pero cuando pienso en mi verdadera necesidad espiritual HOY, pienso en mi necesidad de experimentar Su venida para que viva y reine en mí, como la única esperanza que tengo de encontrar y conocer cualquier experiencia verdadera de justicia, vida, paz, amor, verdad, discernimiento, propósito y luz. Por esta razón el Apocalipsis dice que Él llama a la puerta de nuestros corazones. ¿Por qué? Porque mi única esperanza de amar a mi prójimo está en esta venida interior de Cristo. Mi única esperanza de ser hallado justo, espiritualmente vivo, limpio y preparado para el Novio, es por esta venida interior de Cristo. Porque sin la venida de Cristo y Su reino en mí, todo lo que pienso, asumo, creo y hago viene de esa naturaleza caída que Él vino a crucificar.
Esta es la razón por la que Pablo hace declaraciones tan rotundas, como: “Todo lo que no procede de fe, es pecado”. (Romanos 14:23). ¿Han pensado alguna vez en las implicaciones de esa declaración? O Cristo dice: “Separados de Mí, nada podéis hacer”. Aparte del reino de Cristo viniendo en el hombre, poniendo a Sus enemigos bajo Sus pies en el hombre, reinando con Su cetro justo en el hombre, el hombre es perfectamente incapaz de ver, entender o hacer algo que sea verdaderamente bueno.
Ahora, volviendo finalmente a este versículo donde Pablo dice: “No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor”, creo que Pablo está diciendo esto mismo. Está diciendo, que en nosotros mismos, y por nosotros mismos, el hombre no tiene capacidad de juzgar. Por eso en algunos versículos Jesús dice cosas como: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1). Y sin embargo, en otros lugares dice: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24), o: “¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? (Lucas 12:57). En Romanos 2, Pablo dice: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo”. Y sin embargo, en otros versículos Pablo habla de la necesidad de juzgar, y dice cosas como: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Corintios 6:2); o: “Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho” (1 Corintios 5:3).
A primera vista, estas cosas parecen ser contradictorias, pero eso es simplemente porque, por lo general, no entendemos que hay dos fuentes u orígenes de juicio completamente diferentes, que son vistos o discernidos en dos tipos de luz completamente diferentes. En otras palabras, hay una buena e importante razón para esta aparente contradicción, y esa razón es la siguiente: Si el juicio PROVIENE de nosotros, PROVIENE de la carne, entonces al juzgar a los demás nos estamos condenando inevitable y necesariamente a nosotros mismos, porque nuestra carne es de la misma naturaleza, y desea y hace exactamente las mismas cosas, aunque tal vez bajo un disfraz diferente. El hombre, en sí mismo y por sí mismo, no tiene capacidad de juzgar, porque nuestro juicio (cuando no proviene de la luz o de la perspectiva viva de Dios) no es más que una opinión o conclusión humana, y con él condenamos en los demás lo que somos en nosotros mismos. Si juzgamos a partir de nosotros mismos, no podemos juzgar o condenar a otra persona sin condenarnos también a nosotros mismos, y es por esta razón que Jesús utilizó tan a menudo la palabra “hipócrita” para describir a los líderes religiosos de su tiempo.
Pero aunque hay un juicio que proviene del hombre, hay también un juicio que proviene de Dios sobre el hombre, en el cual el hombre debe vivir; y estos dos juicios son enteramente diferentes. O se podría decir, que hay una enorme diferencia entre el juicio que proviene del hombre, y el juicio que se manifiesta en el hombre cuando Cristo viene. Y por eso Pablo nos dice en 1 Corintios 4:5, “no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también traerá a luz lo encubierto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones”. Tanto por Jesús como por Sus apóstoles, se nos prohíbe juzgar según o a partir de nosotros mismos. Pero tanto Jesús como Sus apóstoles nos animan, e incluso nos ordenan, juzgar según el juicio que viene de lo alto, que juzga las mismas cosas en nosotros que juzga en nuestro prójimo.
Y así hay una gran diferencia, un abismo enorme, entre el hombre que vive y camina en su propio juicio, y el hombre que vive y camina en el juicio de Dios, como aquel que ha sido “juzgado en la carne según los hombres, pero vive en el espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6). En el primer caso, somos la fuente del juicio. En el segundo caso, somos los receptores del juicio de Dios, y sin embargo, nuestros corazones, mentes y voluntad se alinean progresivamente con él y le obedecen.
Sin embargo, para el incrédulo, o para cualquiera que aún viva en la carne, esta diferencia no se ve ni se entiende. Quiero decir, cuando un Cristiano comienza a sentir el juicio de Dios contra su propia naturaleza caída, egoísta y orgullosa, y comienza a estar de acuerdo con el juicio de Dios, a someterse a Su luz, a ver, hablar y vivir de acuerdo con ese juicio celestial (un juicio que no hace acepción de personas, y condena el pecado en nosotros tan severamente como condena el pecado en otros), entonces la gente del mundo que nos oye hablar, o nos ve vivir, casi siempre dice: “¡Me estás juzgando!”, “¡Estás siendo criticón!”, porque sienten que nuestras vidas, nuestras acciones y nuestras palabras no pueden aprobar o alinearse con las suyas. Y esta incomprensión y acusación es algo que tenemos que soportar. No hay manera (que yo haya encontrado) de convencer a otra persona de que sólo estás tratando de caminar en una luz que juzga todo pecado dondequiera que se encuentre, y que esta luz te está reprobando y juzgando a TI de la misma manera que juzga a los demás. Desafortunadamente, nuestras palabras, decisiones y acciones que están de acuerdo con juicio de Dios son casi siempre tomadas personalmente, como si el juicio viniera personalmente de nosotros y fuera dirigido personalmente a otro.
Pero los profetas, los apóstoles y el propio Cristo tuvieron que enfrentarse a esta misma incomprensión y a este mismo tipo de acusaciones. Multitudes en Israel, generación tras generación, se enfurecieron con los profetas por declararle al pueblo los verdaderos juicios de Dios. Estos no eran los juicios de los profetas. Es decir, estos juicios no se originaron en la mente u opinión del profeta. No, estos eran los juicios del Señor que a menudo hacían llorar a los profetas, tanto por sus propios pecados como por el pecado del pueblo. Y, sin embargo, el pueblo en general rechazó, se burló y mató a estos profetas porque se negaron a gritar: “Paz, paz, cuando no había paz” (Jeremías 6:14; 8:11), es decir, cuando no había verdadera paz con Dios. En lugar de eso, les dijeron a los profetas: “Decidnos cosas halagüeñas” (Isaías 30:10), que es lo que la carne siempre quiere decir a los justos requerimientos de Dios.