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La Verdadera Libertad de la Ley

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En el último mensaje traté de explicar qué es una ley en términos generales, y también cuál es la diferencia entre una ley escrita que se le impone al hombre desde afuera, y una ley viva que reina en el hombre desde adentro. Y al hacerlo, espero que hayas podido ver por qué la ley escrita de Moisés es llamada “santa, justa y buena” por Pablo en el capítulo 7 de Romanos, pero también por qué el mismo autor podía decir que la ley mosaica era “débil por causa de la carne”, e “ineficaz” porque nada perfeccionó.

La ley escrita era santa, justa y buena porque describía (en palabras, mandamientos y ceremonias) la naturaleza justa de Dios y la relación santa que los hombres debían tener con Él en Cristo. Pero era débil e incapaz de hacer perfectos a los hombres porque (como dice Pablo en Gálatas 3:21) no podía dar al hombre lo que describía. No podía impartir la VIDA de justicia que señalaba en cada “jota y tilde”. Pronto en esta serie vamos a ver que la venida de esa VIDA y PODER de justicia se llama gracia, y vamos a pasar tiempo hablando de cómo viene la gracia, dónde viene, y qué hace. “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. (Juan 1:17) Pero antes de entrar en eso, me parece importante hablar un poco más sobre la relación entre la ley y la carne.

Recuerda, antes de que hubiera una ley escrita, había una ley de la vida, naturaleza y voluntad de Dios. Esta ley no eran reglas o mandamientos que fueron puestos sobre las cosas desde afuera. Era la naturaleza inmutable y la voluntad y el amor de Dios gobernando desde adentro. Todas las cosas se alinearon con ella. Todas las cosas la obedecían voluntaria y felizmente. Y debido a esto, todas las cosas manifestaban y glorificaban la bondad y la hermosura de Dios. 

Fue sólo DESPUÉS de que los ángeles y los hombres se apartaron de la ley de la vida y la naturaleza y la voluntad de Dios, y comenzaron a vivir por otra ley (la ley del pecado y la muerte) que Dios añadió una ley externa de mandamientos y ordenanzas, con tipos y sombras y ceremonias que representaban todo lo que el hombre había perdido, y todo lo que Dios deseaba restaurar. Pablo dice: “La ley fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniese la Simiente”. Y esta ley fue añadida principalmente por estas dos razones: Primero, para descubrir, manifestar y condenar la ley del pecado que obraba y reinaba en el corazón del hombre caído; y segundo, para señalar al hombre caído la Simiente de la Mujer (Gen 3:15), la justicia de Dios, que es Jesucristo, el Hijo de Dios. Gálatas 3:16 dice, “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.”

Así que, una de las principales funciones de la ley escrita era manifestar y condenar la ley del pecado y de la muerte que reinaba en el hombre caído. En cierto sentido, se podría decir que la ley, con todas sus normas y requisitos escritos, señalaba con el dedo multitud de acciones, comportamientos, pensamientos y deseos malvados, y decía: “¡Eso es contrario a la naturaleza y a la justicia de Dios!”. Señalaba la inmundicia, la perversión, la injusticia, el egoísmo, el orgullo de todo tipo, y decía: “¡Eso es contrario a la ley de la vida de Dios!”. Era un poco como iluminar con una linterna una infección o una llaga en el cuerpo y decir: “¡He detectado un problema! He encontrado algo malo, algo que no debería estar ahí!”. Esta es la naturaleza de la relación entre la ley externa de Dios y la naturaleza del pecado. Y tiene que ser así, porque la una es una descripción y un requisito de la justicia de Dios, y la otra es la voluntad egoísta del hombre caído, que se llama pecado. Y es por eso que, en 2 Corintios 3:9, la ley es llamada un “ministerio de condenación”. 

La ley era un ministerio de condenación porque no podía evitar condenar el pecado. En Romanos 7:7 Pablo dice: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley”. En el versículo 13 dice: “a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso”. En Romanos 5:20 Pablo dice: “La ley se introdujo para que el pecado abundase.” 

Ahora bien, es importante entender que esta relación entre la ley de Dios y la naturaleza del pecado no desaparece tan pronto como una persona cree en Jesús. Digo esto porque las personas hoy en día a menudo hablan como si no tuvieran nada que ver con la condenación de la ley de Dios, simplemente porque se llaman a sí mismos cristianos, o porque nacieron después de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo.

Es cierto que Dios ha hecho un NUEVO pacto con el hombre a través de la sangre de Cristo, y que nuestra relación con Dios ya no se enseña como reglas escritas en piedras, y tipos y sombras y ceremonias externas que representan cosas espirituales. Es cierto que este nuevo pacto implica una unión con el Espíritu de Dios a través de la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. Es una nueva relación con Dios en Su Espíritu, donde podemos vivir por Su Espíritu, caminar en Su Espíritu, y experimentar la ley del Espíritu de Su vida cumpliendo en nosotros los justos requisitos de la ley escrita (Romanos 8:2). Todo esto es cierto e importante. SIN EMBARGO, si, después de creer en Cristo, continuamos caminando en la carne—o tal vez sea mejor decir—en la medida en que continuemos caminando en la carne, la ley de Dios que manifiesta el pecado TODAVÍA va a señalar con su dedo todas las formas de pecado e inmundicia y decir: “¡Eso es contrario a la vida y a la naturaleza de Dios! ¡He descubierto un problema! Aquí hay algo que debe morir”.

Es cierto que en el Nuevo Pacto la gracia ha venido a través de Jesucristo, y vamos a hablar de lo que es esa gracia y lo que hace. Pero una cosa que la gracia NO hace es cambiar el justo requisito de Dios, o de alguna manera reconciliar a Dios con lo que es contrario a Él. El pecado es pecado tanto si naciste en los días de Moisés, como si naciste en el siglo XXI. Y la justa ley de Dios que manifiesta el pecado va a continuar manifestando el pecado hasta que “la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Ro 8:2). En otras palabras, el dedo justo de Dios va a señalar todas las cosas que son contrarias a Él, hasta que todo en nosotros haya sido gozosamente devuelto bajo la ley original de Su vida, naturaleza y Espíritu perfectos. Pero dondequiera que un hombre continúe viviendo en la carne, allí la ley todavía tiene autoridad para exponer y condenar. 

Creo que esto es exactamente lo que Pablo dice en los seis primeros versículos del capítulo 7 de Romanos.

¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del  [tiene dominio sobre el RV1602, tiene jurisdicción sobre LBLA] hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.

Pablo comienza diciendo que la ley tiene dominio sobre el hombre mientras viva. Esta es una declaración importante. Mientras el hombre continúe viviendo su propia vida, en la carne, la ley retiene su dominio, o su derecho a condenar esa naturaleza caída y transgresora. Pablo entonces compara la relación entre la ley y el hombre en la carne, con la relación permanente establecida entre una mujer y un hombre en el matrimonio. Así como bajo la ley una mujer no podía romper o abandonar su relación matrimonial con su marido, así también una persona que está viviendo en la carne no puede liberarse de la condenación de la ley, porque la ley tiene jurisdicción sobre ella, y ella está bajo su autoridad.

Ahora bien, la ley nunca muere. Pero la naturaleza pecaminosa de la carne puede morir. Puede ser crucificada por la cruz de Cristo, que es el poder de Dios, y de esa manera el alma puede ser libre tanto de la carne como de su condenación bajo la ley. Y esta es precisamente la conclusión a la que llega Pablo en los versículos siguientes. Dice que, mientras vivíamos en la carne, “las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley”... ¿Y CÓMO dice que hemos sido liberados de la ley? “…por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”. ¿Ves lo que está diciendo? Mientras vivíamos en la carne, estábamos inevitablemente atados a la condenación de la ley. Pero ahora, al MORIR a la carne por medio de la cruz de Cristo, el alma puede unirse a Otro y dar fruto justo para Dios.

Este es el punto: la única manera de ser libre de la condenación que corresponde a la naturaleza pecaminosa de la carne es MURIENDO a la carne por la cruz de Cristo. No es por nacer en el siglo XXI, después del tiempo del Antiguo Pacto. No es por asistir a la iglesia, o meramente creer en la venida, muerte y resurrección de Cristo. La libertad de la condenación de la ley es por “haber muerto para aquella en que estábamos sujetos”. Es por la muerte a la naturaleza que es (y siempre será) condenada por la justa ley de Dios. 

Y es muy importante entender esto porque muchos cristianos intentan afirmar que son libres de la ley SIN experimentar la libertad de la naturaleza que es condenada por la ley. Queremos decir que la ley era para otro tiempo y lugar, pero realmente no importa ahora. Queremos decir que la venida histórica de Cristo hace 2000 años acabó con la ley de Dios, y ahora no nos afecta. Pero “la ley se enseñorea mientras el hombre vive” en la carne. La ley siempre ha sido un requisito “santo, justo y bueno” (Rom 7:12), y dondequiera o cuandoquiera que encuentre a un hombre viviendo en una naturaleza contraria, es decir, viviendo en la naturaleza carnal caída de Adán, tiene todo el derecho de exponerlo y condenarlo. 

Y es por eso que, en el capítulo siguiente, Pablo dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Rom 8:1) Y que, “la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Rom 8:4) Y en el versículo 12: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”

No podemos deshacernos de la ley hasta que nos despojemos de la naturaleza que es condenada por la ley. No podemos decir que estamos muertos a la ley hasta que estemos muertos al pecado que es condenado por la ley. Mientras estemos viviendo en la carne, encontrando nuestra vida y corazón y hogar en la carne, entonces todavía estaremos atados a la condenación que le corresponde a la carne. Y si, en esta condición, decimos que también amamos a Cristo, y que también estamos casados con Cristo, y vivimos por la ley del Espíritu de Su vida, entonces creo que se puede decir que hay una medida de adulterio en nuestros corazones. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno, y amará al otro; o apreciará al uno, y menospreciará al otro”.

Es frecuente oír (¡o cantar!) que Cristo nos ha hecho libres. Esta es una verdad maravillosa, y espero que sea la experiencia genuina de cada creyente. Pero asegurémonos de que entendemos lo que esto significa, y cuándo y cómo y si se aplica a nuestra condición. Si le preguntas a un cristiano de qué nos ha liberado Cristo exactamente, muchos dirán algo así como que estamos libres de la ley para que podamos vivir nuestras vidas sin temor a la condenación. Pero esto está muy lejos de lo que declaran las Escrituras. Cristo no nos ha liberado de la ley para que podamos vivir nuestras propias vidas. Cristo nos ha liberado de nuestras vidas en la carne (que estaban “sujetas” y eran condenadas por la ley) para que podamos vivir en Su Espíritu, libres de la esclavitud al pecado.

Cristo dijo, En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado; y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí permanece para siempre. Así que, si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. ¿Libres de qué? Libres de la esclavitud al pecado.

La verdadera libertad del Nuevo Pacto no es sólo prescindir de los rituales y reglas del Antiguo Pacto y de los juicios contra los actos de rebelión. La libertad que Cristo ofrece es una libertad del yo y del pecado al vivir y permanecer en Su Espíritu vencedor. Pablo dice: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Pero donde NO está el Espíritu del Señor, allí el hombre sigue en sus cadenas.

Y creo que todo esto está claramente afirmado por el propio Cristo en el famoso Sermón del Monte, donde dice:

No penséis que he venido para abrogar [o abolir LBLA, o destruir RV1602] la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

La ley nunca puede ser abrogada o abolida, porque (una vez más) es una descripción escrita o sombra externa de la naturaleza y justicia de Dios, dada al hombre, y exigida al hombre por Dios mismo. Cada jota y tilde de la ley escrita ilustra, manifiesta o requiere algo que es “santo, justo y bueno” (Ro 7:12). ¿Cómo podría Cristo abrogar esto? ¿Por qué Cristo aboliría esto? ¿Cambió Dios de opinión en el Nuevo Pacto sobre lo que es la justicia? ¿Cambió Dios Su naturaleza y ya no requiere tal justicia? No, nada de eso. Cristo no vino a abolir la ley, ¡sino a CUMPLIRLA! 

Pero, ¿qué significa esto? Significa que Cristo vino a traer, y a SER la justicia descrita por la ley. No vino porque Dios cambió lo que tenía en mente. Vino como el cumplimiento de lo que Dios siempre tuvo en mente. Esto es lo que significa cumplir la ley. La ley describía algo, requería algo y apuntaba a algo. Ese algo era la vida de Dios, la justicia de Dios, el amor de Dios, el pacto de Dios, la sabiduría de Dios, la pureza de Dios, etc. En otras palabras, ese algo era Cristo mismo. Cumplir no es destruir, eliminar o cambiar. Cumplir significa que cada jota y tilde de la ley encontró su realización y consumación en la llegada de la Sustancia viva. Una vez más, Gálatas 3:19: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”. 

La siguiente es una analogía muy tonta, pero quizás ilustre mi punto. Imaginemos que un joven tiene una imagen muy clara en su cabeza de la mujer con la que desea casarse. Y como está totalmente seguro de lo que quiere, llena un cuaderno con todo tipo de descripciones y esbozos de quién es ella exactamente y cómo es, y luego empieza a esperarla. En el transcurso de unos años, se le presentan varias mujeres como posibles candidatas para el matrimonio, pero tras sacar su cuaderno y compararlas con lo escrito, las descarta por no estar a la altura de sus expectativas. Pero finalmente, tras una larga espera, conoce a la mujer de sus sueños, se casa con ella y descubre felizmente que ella es la realización viva de todo lo que había escrito en su cuaderno. 

Ok, pregunto: ¿acaso la llegada de su esposa le hizo cambiar de opinión? ¿Contradijo, abrogó o abolió todo lo que había escrito en su cuaderno? Por supuesto que no. No destruyó sus expectativas, las satisfizo. No cambió su descripción, la cumplió. Ella fue la llegada de la sustancia, la realización perfecta de cada jota y tilde que había escrito en su cuaderno.

De este modo, Jesús es el cumplimiento, la realización, la satisfacción de la ley. No la cambió, ni la destruyó, ni la abolió. Él vino como exactamente lo que la ley describía en cada palabra. El no vino a enseñar o proveer una manera para que el hombre quebrante la ley, sino mas bien, a proveer una manera para que el hombre cumpla la ley, al ser llenos, cambiados y guiados por Su Espíritu de justicia. Esto es lo que quiso decir cuando dijo: “cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.” En otras palabras, no se trata de una libertad para quebrantar la ley. Se trata de una libertad del pecado para poder cumplir la ley. Y de esta manera, “la justicia de la ley se cumple en nosotros que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”

Y es por esta razón que Jesús termina esta parte citada arriba diciendo, “si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” Es que, la justicia de los fariseos no era la justicia de la Sustancia, sino sólo la justicia de la descripción. Era el cuaderno y no la esposa. Era la carne tratando de ser santa con un libro en la mano. Pero no era el Espíritu vivo de santidad.

Y es por eso que Pablo dice en Romanos 3:21: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas.” ¿Ves lo que está diciendo? Está diciendo que la sustancia de la justicia, la naturaleza de la justicia, la VIDA de la justicia ha venido aparte de la descripción de la justicia. La esposa ha venido, aparte del cuaderno. Y unos versos más adelante en Romanos capítulo 3 Pablo dice, “¿Anulamos entonces la ley por medio de la fe? ¡De ningún modo! Al contrario, confirmamos la ley”. O podríamos decir, “¿Anulamos entonces el cuaderno por la venida de la esposa? ¡De ningún modo! Al contrario, confirmamos lo que estaba escrito en el cuaderno”.

Y digo todo esto para volver a mi tema original, e insistir en que la única manera en que la ley pierde su derecho a condenar la naturaleza pecaminosa de la carne en el hombre es en la medida en que la PERSONA de la justicia, el cumplimiento de la justicia, comienza a vivir y a reinar en el corazón. La ley tiene dominio sobre el hombre mientras viva en la carne. Y aunque ciertamente es verdad que Cristo es el cumplimiento de la ley, meramente diciendo esto, o entendiendo esto, o creyendo este hecho, no nos hace libres del pecado, o libres de las reprensiones, correcciones, o juicios de los justos requisitos de Dios. Ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se cumpla, y tanto Cristo como Sus apóstoles nos dicen que ese cumplimiento debe experimentarse EN nosotros.

Sí, Cristo vino externamente. Sí, Cristo cumplió la ley externamente. Sí, en Su aparición externa Cristo terminó la obra que Dios le dio, se ofreció a Sí mismo como sacrificio, abrió una puerta de redención, y derramó Su Espíritu sobre toda carne. Pero Aquel que cumplió toda justicia en Sí mismo, debe convertirse ahora en el cumplimiento de toda justicia en nosotros. Y esto se convierte en nuestra experiencia sólo en la medida en que nos despojamos del viejo hombre que se corrompe según los deseos engañosos, y nos vestimos del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Ef 4:22-24)

Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (Rom 8:3-4)