¿Por Qué No Ha Cambiado Mi Corazón?
He estado hablando del evangelio como el poder de Dios, y tratando de demostrar lo que el evangelio tiene que HACER en nosotros. El evangelio no son solo palabras verdaderas, sino la vida o el poder del Hijo de Dios resucitado, que debe hacer una obra en el hombre para eliminar de nuestro corazón toda forma de maldad, oscuridad, orgullo, amor propio, enemistad, corrupción y muerte, y llenarnos de la luz y la vida de Dios, restaurándonos a Su imagen y semejanza.
Hay una pregunta que escucho mucho de los cristianos de todo el mundo, y esa pregunta es, ¿por qué no está cambiando mi corazón. Por que he sido cristiano por 10, 20, 40 años, y todavía estoy tan lleno de orgullo, egoísmo, deseos de la carne. ¿Por qué todavía no sé lo que es el amor, lo que es la pureza, etc.? Por qué sigo mirando cosas repugnantes en mi teléfono. Por qué sigo amando la vanidad. Por qué todavía me gusta perder mi tiempo en las redes sociales, o viendo programas vanos en la televisión, o hablando de cosas tontas, o soñando con cosas egoístas? ¿Por qué he creído tanto tiempo en Cristo y no he sido cambiado por su poder?
Existe una RAZÓN muy manifiesta por la que tantos cristianos no conocen el poder del evangelio. Hay una razón muy clara por la que tan pocos experimentan el poder de Dios cambiando sus corazones, y conformándolos a la imagen y naturaleza del Hijo de Dios—a pesar de que esto se afirma claramente en las Escrituras como el deseo de Dios y la experiencia de muchos en la iglesia primitiva. Y dicha razón tiene que ver con el hecho de que no abrazamos o amamos la MANERA en que el evangelio “llega.” Tal vez esto te suene extraño, pero Pablo dice: “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre.” ¿Qué significa eso? ¿Qué es ese poder? ¿Cómo comienza? ¿Qué hace? Estas son preguntas importantes, y aquellos de nosotros que queremos EXPERIMENTAR el evangelio, el poder del evangelio, debemos llevar estas preguntas al Señor.
Creo que es correcto decir, que la primera forma en que el hombre comienza a conocer el poder del evangelio es a través de una experiencia de luz espiritual. La obra de Dios comienza con luz. La obra de Dios en la creación natural comenzó cuando Dios dijo “Sea la luz”, y entonces Dios comenzó a dividir las cosas que eran diferentes, y a hacer que el crecimiento, y el fruto, y la gloria brotaran en la creación. Mi experiencia ha sido que la nueva creación comienza de la misma manera. La experiencia del poder comienza con la luz. Pablo dice:
Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.—2 Cor. 4:3-6
Las Escrituras están llenas de expresiones que describen a Dios o a Cristo como la LUZ de los hombres, la luz del mundo, la luz que brilla en el corazón, el lucero de la mañana que sale en el corazón, el Cordero como la luz de la ciudad de Dios, etc. Obviamente sabemos que no se trata de una luz externa o natural. Pero, esta luz tiene algo en común con la luz natural externa, porque es lo que hace manifiesto, lo que permite que el corazón, o los sentidos espirituales, vean.
Juan capítulo 1 dice: En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida; y la vida era la Luz de los hombres. Y la Luz en las tinieblas resplandece; y las tinieblas no la comprendieron.
Entendemos que estos versículos hablan de la Palabra eterna y viva que estaba con Dios en el principio, y que era Dios en el principio. Juan dice que esta Palabra viva fue el Creador de todas las cosas, y que a través de Él todas las cosas llegaron a existir. Y luego dice, que en esta Palabra estaba la vida, y que esa vida era la LUZ de los hombres. Ahora sé que estos versículos son familiares para la mayoría de nosotros, pero les pido que se paren un minuto y consideren de nuevo lo que se está diciendo aquí. Juan está diciendo que la VIDA de la Palabra eterna es una LUZ que brilla en los hombres, aunque ellos generalmente no la comprenden. Considera esto por unos momentos. Otra vez, dice que la LUZ que brilla en los hombres es la VIDA de la PALABRA que estaba con Dios y era Dios en el principio.
En los siguientes versículos Juan habla de la venida de Juan el Bautista, y de cómo él no era la luz, sino que fue enviado para dar testimonio de la verdadera luz. Y luego, continuando en el versículo 9 y hablando de la Palabra, dice: “Aquél era la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”
Es muy importante que entendamos lo que Juan está diciendo aquí. En la Palabra que hizo todas las cosas estaba la vida, y esa vida era la verdadera luz de los hombres. Esa luz brilla en alguna medida, o en algún grado, en todo hombre que viene al mundo. Pero aunque el mundo fue hecho por Él, y aunque Él brilla en ellos, todavía el mundo puede permanecer en un estado en el que no lo conocen. Pero a todos los que reciben Su luz, les da potestad (el inglés dice “poder”) para SER HECHOS hijos de Dios.
Ahora, sé que la mayoría de la gente normalmente ve estos versículos sólo en relación con la venida externa de Cristo a los judíos, pensando en cómo el pueblo judío específicamente no lo recibió. Esto también es cierto. Él vino externamente a los judíos como su Mesías y la gran mayoría de ellos no lo recibieron. Pero puesto que Juan está hablando aquí de la Palabra eterna como el Creador del mundo y de todos los hombres, y como una luz que alumbra “a todo hombre que viene al mundo”; y puesto que se dice que esta luz brilla con el propósito de que todos los hombres crean a través de Él, y no sólo los judíos del primer siglo, creo que es seguro decir que está hablando más ampliamente, y no sólo refiriéndose a la encarnación de Cristo durante los 33 años. Además, no es sino hasta el versículo 14 que Juan dice “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros”.
Pero a lo que quiero que presten especial atención es al hecho de que esta luz (que, de nuevo, es la vida de la Palabra eterna) brilla en las tinieblas del hombre, y sin embargo sólo aquellos que la RECIBEN experimentan potestad o PODER para ser hechos hijos de Dios. Hay mucho más aquí que puntos doctrinales o teología sistemática Esta es una de las cosas más prácticas y importantes, y todos lo cristianos deberían entenderla. Porque aquí vemos que sólo aquellos que reciben la luz, que aman Su aparición, que aman, siguen y se someten a Su resplandor, experimentarán el poder de ser hechos (y no solo de llamarse) hijos de Dios (es decir, ser hechos aquellos que comparten la vida y la naturaleza del Padre).
¿Has pensado alguna vez en algunos de los versículos del Nuevo Testamento que hablan de la venida del Señor? Hay algunas de ellas que sencillamente no pueden tener que ver con un acontecimiento futuro. Por ejemplo, donde Pablo dice, “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones.” (1 Cor 4:5). ¿Podría estar diciendo este versículo que nadie durante los últimos 2000 tenía permiso para juzgar nada porque Cristo todavía no había venido externamente? En Santiago 5, Santiago compara la “venida del Señor” con el fruto precioso que brota de la tierra en aquellos que pacientemente lo esperan. (Ver Sant. 5:7-8). Pero en este momento quiero que vean 2 Timoteo 4:8, “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.”
Ahora bien, creo firmemente que Cristo ha venido en la carne, que vivió 33 años, fue crucificado, muerto, enterrado, resucitado y ahora está sentado a la derecha de Dios. También creo que un día se manifestará a todo el mundo, pondrá fin al tiempo y a esta creación temporal, y juzgará a los vivos y a los muertos. Sin embargo, me parece que en este versículo, y en otros similares, no tiene ningún sentido interpretar esta venida como un acontecimiento pasado o futuro. ¿Qué podría significar amar una venida futura de Cristo? Piensa en ello. ¿Cuando Pablo habla de personas que aman la venida de Cristo, se refiere a las personas que aman pensar en un día futuro? ¿O los que han amado esperar una aparición externa? ¿Es esto amar Su venida?
E incluso si alguien amara esperar una aparición externa, o un evento futuro, ¿sería esta una buena razón para recibir una corona de justicia? ¿Puedes imaginarte, si murieras y estuvieras ante el Señor, diciéndole, “Señor, estoy listo para recibir mi corona de justicia porque me encantaba pensar en tu venida externa, durante todo mi tiempo en el cuerpo, aunque nunca viniste.” ¿Tiene esto sentido para ti? No tiene sentido para mí.
Pero lo que sí tiene mucho sentido, y lo que parece ser increíblemente importante, es amar cómo Él viene a nosotros hoy. ¿Cómo viene Él a nosotros hoy? Él viene a nosotros como luz; y MUCHOS no aman su venida.
Esto es precisamente de lo que habla Jesús en la segunda mitad del capítulo 3 de Juan en su conversación con Nicodemo.
Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Aquí vemos de nuevo que la luz VIENE al mundo, pero en lugar de recibirla, los hombres aman las tinieblas en lugar de la luz. ¿Y por qué aman las tinieblas? Porque sus obras son malas, y saben, o al menos sienten de alguna manera, que amar la luz, someterse a la luz, expondrá la verdadera fuente, naturaleza y meta de su voluntad y obras carnales.
Ahora estoy mencionando estos versículos con un propósito muy específico. Es porque tenemos que entender las siguientes cosas: 1) Pero Cristo VIENE ahora, en diversas medidas, o grados, en cada hombre que viene al mundo, como una luz que brilla en nuestras tinieblas. 2) que esta luz hace manifiesto, o expone todo lo que es malo o contrario a la voluntad, naturaleza y propósito de Dios, y 3) que el hombre tiene la capacidad de AMAR esta venida, pero también tiene la tendencia de “no recibirla”, o de “aborrecerla” y resistirla, y así no experimentar lo que la luz quiere hacer.
Entonces, ¿Quién experimenta el poder del Evangelio? Sólo aquellos que aman su aparición y su obra en el corazón.
Hay grandes malentendidos acerca de esta luz, y grandes imaginaciones acerca de cómo viene y lo que hace. Yo diría que hay tantos malentendidos sobre la aparición interna de la luz de Cristo en el corazón, como los hubo sobre la aparición externa de Cristo en Israel. Cristo no vino externamente de la manera que ellos esperaban. Los judíos esperaban algo innegable, algo glorioso, algo que estuviera de acuerdo con sus interpretaciones de las Escrituras. Pero Él vino como un bebé en un pesebre, e inmediatamente fue perseguido por Herodes. Vino como un nazareno, un carpintero, que fue pasado por alto durante casi 30 años. Cuando comenzó su ministerio declaró que había llegado la hora en que Dios tendría un reino en el hombre, y comenzó a testificar contra toda forma de pecado, maldad e impureza que había convertido la morada de Dios en una cueva de ladrones. Volcó las mesas de su templo, hizo un látigo de cuerdas y expulsó a sus bestias. Les dijo que eran hipócritas, sepulcros blanqueados, copas sucias por dentro, árboles que siempre daban malos frutos. Les enseñó que la inmundicia viene de dentro, y no de tocar la comida con las manos sin lavar. Los llamó generación mala, hijos del diablo, que necesitaban nacer de un Espíritu nuevo y encontrar una justicia que superara la de los fariseos. Y dijo todo esto a hombres y mujeres que supuestamente creían en las Escrituras y caminaban en pacto con el único Dios verdadero.
Así es como Jesús vino en la carne, y no era en absoluto lo que ellos esperaban. A muchos de ellos les gustaron Sus milagros que tocaban sus cuerpos externos, pero no les gustaron Sus palabras, y se ofendieron por Su misión. “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.
Y lejos de recibirlo, lejos de “amar su venida”, lo odiaron, lo negaron y quisieron matarlo, mientras seguían leyendo sus Biblias, asistiendo a sus sinagogas y esperando a un Mesías que se ajustara a sus expectativas.
Amigos míos, ¿qué dirían si les dijera que esto mismo está sucediendo hoy? Israel pasó por alto, rechazó y crucificó a su Salvador porque no les gustó la forma en que se les apareció. ¿Y qué dirían si les dijera que nosotros estamos haciendo precisamente lo mismo? El tiempo no ha cambiado el corazón del hombre. En su estado natural, sigue siendo la misma criatura ciega y orgullosa que rechazó la venida del Mesías en Israel porque no apareció de acuerdo con sus expectativas. Y la venida de la luz de Cristo en el corazón no es diferente de Su venida en Israel. Quiero decir, obviamente es una manifestación interna y no externa, pero es exactamente el mismo Jesucristo, con exactamente la misma naturaleza, mensaje, misión y poder. El mismo Jesús que vino externamente viene ahora internamente, y la naturaleza caída, ciega y orgullosa del hombre le da la misma acogida.
Ahora bien, ten mucho cuidado aquí de no rápidamente excusarte de esta acusación. Sólo porque ames al Cristo histórico de la Biblia, no significa que ames la luz y poder de Cristo que aparece en tu corazón. Los judíos del primer siglo amaban a Moisés y a todos los profetas. Citaban sus palabras, adornaban sus tumbas y pensaban que vivían según sus mandamientos. Y aunque sus corazones eran muy contrarios a los corazones de los profetas, eran capaces de amar y citar y enseñar sus palabras. De hecho, los judíos utilizaron las mismas palabras de Moisés y los profetas para condenar y crucificar a su Salvador—Aquel de quien todos ellos daban testimonio.
Nos parece increíble que ellos hayan podido ser tan ciegos y duros de corazón. Pero, por favor, no te ofendas si te digo que nosotros hacemos exactamente lo mismo con las palabras de Jesucristo. Han pasado 2000 años, y la gente se ha vuelto muy familiar y cómoda con Sus palabras, pero mantenemos Su luz a una distancia segura de nuestro corazón. Mis amigos, es fácil amar las historias de Él, amar las canciones acerca de Él, amar las palabras que habló y las cosas que hizo, y sin embargo, cuando Su LUZ aparece en nuestro corazón NO AMAMOS SU VENIDA. Y como Pablo dice, a menudo “crucificamos de nuevo para nosotros mismos al Hijo de Dios, exponiéndole a vituperio.”
Por favor, no pienses que esto es imposible para ti. Te confieso abiertamente que he hecho esto mismo durante gran parte de mi vida como cristiano, y hasta cierto punto, es probable que todavía lo haga. Hay una diferencia entre amar las palabras de Cristo y amar la luz de Cristo. Cuando se leen en la oscuridad de nuestras mentes carnales, Sus palabras pueden significar cualquier cosa que queramos. Pero en la luz de Su presencia, el corazón es golpeado con una visión perturbadora de la Verdad que no necesita interpretación. He visto en mi propio corazón que es posible leer y cantar y predicar las palabras de Cristo, pero luego aborrecer Su aparición tanto como los fariseos. ¿Y por qué la aborrezco? La aborrezco por la misma razón que ellos. La aborrezco por la razón que Jesús nos da en el capítulo 3 de Juan. La aborrezco porque la luz amenaza algo que yo amo… amenaza el YO.
Nadie dice que aborrece la venida del Mesías. Los fariseos ciertamente no lo habrían dicho en su época. Pero lo único que tienes que hacer para aborrecer la luz es no aceptar o estar de acuerdo con lo que te muestra. La aborreces cuando te niegas a creer, recibir y someterte a lo que la luz te hace ver. Y ni siquiera tienes que hacer esto con palabras. Tu corazón lo hace, tus elecciones lo hacen, tu vida lo hace sin que tengas que decir nada. Y de este modo, en mayor o menor medida, todos nosotros hemos rechazado la venida de Cristo y, por tanto, hemos quedado cortos de experimentar el poder de Su Evangelio.
Ahora, cuando digo que Cristo aparece por Su luz en el corazón, no debes imaginar que estoy hablando de visiones, o sueños, o incluso palabras habladas. Cristo es la PALABRA viva de Dios, la perfecta comunicación y manifestación de la naturaleza y ser de Dios. Hebreos dice que Él es el “resplandor de Su gloria, y la imagen misma de Su sustancia”. (Heb 1:3) Cristo es la esencia viva de la bondad, del amor, de la santidad, verdad, etc. Su propia naturaleza es humildad, justicia, benignidad, pureza, etc. El es el Espíritu de santidad. Y cuando esta naturaleza se manifiesta en nuestros corazones, normalmente no es con palabras que tengamos que oír e interpretar. Es más bien por una aparición de quién y qué es Él, y en esa luz, vemos quién y qué somos nosotros. Un poco de Su luz brilla en nuestros corazones y manifiesta Su justicia, y en esta luz vemos o sentimos algo de nuestra injusticia—tal vez algo que hemos hecho, o pensado, o dicho, o deseado. Vemos y sentimos que eso es contrario a Él. O Su luz brilla en nuestro interior para mostrarnos la belleza de la humildad de Cristo, y en esta luz descubrimos nuestro orgullo. O quizás sentimos lo malo que es nuestro egoísmo, nuestra vanidad, nuestra forma de usar las palabras para llamar la atención de los demás. O tal vez en Su luz vemos algo de la seriedad del tiempo, y al mismo tiempo sentimos condenados por malgastar nuestro precioso tiempo en YouTube, o en leer libros poco provechosos. O tal vez nos damos cuenta de que nos vestimos para lucir nuestros cuerpos, o para exhibir nuestro dinero, y atraer la codicia y el deseo de otros pobres seres humanos.
Estas son lo que muchos cristianos llaman “cosas pequeñas”, y normalmente no creemos que tengan mucho que ver con nuestro crecimiento espiritual, o con nuestra experiencia del poder de Dios. Generalmente prestamos muy poca atención a estas convicciones, y a menudo tanto nuestros padres como nuestros pastores nos enseñan (de palabra, o con sus acciones) que no debemos sentirnos culpables, o que no necesitamos avergonzarnos. Nos enseñan que podemos seguir las pautas de nuestras sociedades, de nuestros amigos, de nuestra cultura, de lo que vemos en internet o en la televisión, en lugar de prestar atención a ese “silbo apacible y delicado,” a este inquietante sensación que tenemos cuando actuamos egoístamente, o cuando tergiversamos la verdad, o cuando manipulamos a nuestros amigos, o cuando pasamos nuestro precioso tiempo entretenidos con la vanidad del mundo. Pero dime, ¿de dónde crees que vienen estos sentimientos de inquietud, vergüenza, reprensión y corrección? ¿Crees que vienen de tu propia carne caída y malvada? ¿Se reprende tu carne a sí misma? ¿Vienen del enemigo de nuestras almas? ¿Está el reino de Satanás dividido contra sí mismo?
Puedo imaginar a alguien objetar aquí y decir: “No, estos sentimientos de condenación por el pecado no vienen de Dios. Dios me ama”. Amigo, es porque Dios te ama que Él está condenando estas cosas. Y Él no las condena para que VIVAS en condenación. El las condena para que salgas de ellas, dejes de vivir en la carne, y así salgas de la condenación, para vivir en paz, amor, y unión con El. El condena lo que es de la carne para que tu camines en el Espíritu. Y esto es exactamente lo que Romanos 8 nos enseña.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” No hay condenación para aquellos que caminan en el Espíritu. Pero POR SUPUESTO que hay condenación cuando continuamos caminando en la carne. POR SUPUESTO que Dios va a hacernos sentir Su desaprobación y enemistad con una naturaleza que es contraria a Él en todo sentido. Una naturaleza que leemos “codicia contra el Espíritu”, que es “enemistad contra Dios”, que “no puede agradar a Dios”, que es enteramente egoísta, orgullosa, malvada, etc. Él condena lo que es de la carne para que aprendamos a caminar en el Espíritu, y ya no satisfagamos los deseos de la carne.
Otros objetarán y dirán que esta convicción no es más que nuestra conciencia natural. Pero Pablo dice, “Todas las cosas que son reprobadas, son hechas manifiestas por la luz, porque lo que manifiesta todo, es la luz.” Cristo dijo: “Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.” Y en Juan 16:8 dice: “Cuando Él (el Espíritu de la Verdad) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” Pablo escribe a Tito, “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.” Aquí tenemos varias Escrituras (entre muchas otras) que nos dicen claramente que lo que nos reprende en secreto es la luz, Espíritu o gracia de Jesucristo. ¿Puedes mostrarme algún versículo que diga que tales convicciones provienen de la conciencia natural del hombre caído?
No es la conciencia misma, sino la Luz de Cristo que brilla EN la conciencia, la que nos hace ver y sentir las cosas en nosotros que son contrarias a Su naturaleza.
Y lo que estoy tratando de decirte, y tal vez lo más importante que he dicho en todo este tiempo, es que, es precisamente porque no nos volvemos a estas reprensiones, porque no amamos ni estamos de acuerdo con la luz de Cristo, porque no sometemos nuestros corazones a ella, no la tomamos como nuestra guía y maestra; es porque ponemos excusas para seguir nuestra propia voluntad; es porque nos justificamos a nosotros mismos en contra de nuestras propias convicciones con respecto a tantas “pequeñas” maneras que apagan y contristan y resisten al Espíritu; ES POR ESTA RAZÓN que experimentamos tan poco del poder del evangelio. Estas NO son “pequeñas cosas”, y tu intento de abandonarlas te mostrará lo grandes que realmente son para ti. No existen “cosas pequeñas”. Solo hay cosas que son de arriba, y cosas que son de abajo. Solo hay cosas que son del Espíritu y para el Espíritu, y cosas que son de y para nuestra carne. Y cuando nos aferramos a lo de abajo, cuando amamos nuestras vidas más que la verdad, entonces cerramos la puerta al comienzo del poder de Dios. Aplastamos el grano de mostaza, justo cuando está empezando a crecer. De esta manera “despreciamos el día de las pequeñeces” (Zec 4:10) (a menudo mientras esperamos algo más grande y glorioso), y así perdemos la experiencia de Su poder.
El evangelio viene con poder, y ese poder comienza con luz. Y siempre que no reconocemos, abrazamos, aceptamos y amamos humildemente la verdad que vemos en la luz, esto es poner Su luz bajo un almud, esconder Su talento en la tierra, no ser fieles en lo poco, permitir que las aves y las piedras y las espinas detengan el crecimiento de la Semilla implantada. Esto se llama “contristar al Espíritu” (Efe. 4:30), o “apagar el espíritu” (1 Tes. 5:19) o “resistir al Espíritu” (Hechos 7:51) y lo hacemos de manera natural y automática cuando no nos negamos a nosotros mismos, tomamos nuestra cruz diariamente y seguimos a Cristo.
En Josué capítulo 7 había un hombre llamado Acán que tomó algo de las naciones incircuncisas, se aferró a ello y lo escondió bajo su tienda. Y tan pronto como hizo esto Israel inmediatamente perdió todo poder para pelear contra sus enemigos. Ni siquiera pudieron hacer frente a la pequeña ciudad de Hai. Justo antes, cuando caminaban en humilde sumisión a la voluntad revelada de Dios, el poder de Dios era tan manifiesto entre ellos que los muros de Jericó cayeron sobre sus enemigos. Pero cuando Acán se aferró a su tesoro incircunciso, Dios dijo: “Los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros.”
¿Alguna vez te has sentido así? ¿Has sentido alguna vez que no puedes hacer frente a tus enemigos internos? ¿Has sentido que el tiempo va pasando y que nada cambia, excepto las doctrinas de tu cerebro? Pues bien, deja que la luz de Cristo busque bajo tu tienda. Lleva tus obras, tus pensamientos, tus deseos a la luz, y quizás El te muestre donde estás resistiendo el poder de Su evangelio.
Permítame resumir y habré terminado. Creo que la mayor razón por la que tan a menudo somos extraños al poder de Dios, a la victoria de Dios, a la obra transformadora del Evangelio de Jesucristo, es porque nuestros corazones no se someten verdadera y humildemente a las primeras apariciones de Su poder, que es la Luz de Cristo, la Luz que es Cristo. No evitamos fielmente el mal, ni caminamos según el bien que Él ya nos ha mostrado. Y mientras esperamos que Dios haga algo más grande, más fuerte y más interesante, seguimos contristando y apagando y estrangulando los comienzos de Su poder que viene a nosotros primero como una luz celestial que dice: “Volveos a mi reprensión; He aquí yo derramaré mi Espíritu sobre vosotros.” (Prov. 1:23)