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El Poder de Dios

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Me gustaría compartir con ustedes algunas cosas que creo que el Señor me ha ayudado a ver y experimentar con respecto al evangelio del Señor Jesucristo. Ahora bien, sé que, tan pronto como menciono la palabra evangelio, casi todos, asumen que ya lo han escuchado y ya lo conocen. Pero eso es precisamente lo que quiero que consideren hoy. ¿Qué saben realmente del Evangelio? Porque puedo decirles con mucha certeza, que su conocimiento del Evangelio se corresponde exactamente con la medida de su poder que han sentido transformándoles en una nueva criatura. Quiero decir, importa muy poco que tan familiarizados estén con las palabras del evangelio, o cuantas veces han escuchado o incluso predicado las buenas nuevas del evangelio. Solo hay una manera de CONOCER verdaderamente el evangelio, y es conocer el poder y la obra del evangelio quitando de ustedes la vida y la naturaleza que han heredado de Adán, y creando todas las cosas nuevas en ustedes por el poder de la resurrección de Cristo.

Es que, el evangelio no son palabras. El evangelio puede ser descrito por palabras, y declarado a través de palabras. Pero su esencia no son palabras. Millones de personas han escuchado las palabras del evangelio, y han creído esas palabras, y sin embargo nunca realmente han escuchado el evangelio, ni sentido el poder del evangelio obrando en ellos según el poder de Dios. Y estos son, de hecho, todavía extraños al evangelio, sin importar cuánto tiempo hayan creído o incluso predicado las palabras.

En su primera carta, Pedro hace esta afirmación: 

Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y ésta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.—1 Ped 1:22-25

Hay mucho aquí de lo que podríamos hablar, pero me gustaría sólo llamar su atención a algunas cosas importantes. Primero, Pedro es bien claro al decir que aquellos que habían purificado sus almas obedeciendo la verdad, y por lo tanto eran capaces de amarse unos a otros entrañablemente de corazón puro, ESOS (y no cualquiera que lea estas palabras) son los que él dice “han renacidos, no de simiente corruptible sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” Segundo, lo que ha causado este nuevo nacimiento en ellos, y esta purificación en ellos que permite que el amor celestial fluya sin restricciones, es una SIMIENTE o PALABRA incorruptible. Es algo inmortal, una Palabra viva, que no es como la hierba o la flor del campo que se marchita, sino que es una Palabra inmortal que permanece para siempre. Y en tercer lugar, dice muy directa y claramente que ésta es la Palabra viva que, por el Evangelio, les fue anunciada. Es decir, a través de la predicación de palabras, esta Palabra eterna de vida y poder—por la cual deben nacer, y a través de la cual deben ser purificados para amar—les fue anunciada, les fue declarada. 

Ahora, espero que puedan ver aquí (como también podrían ver en muchas otras Escrituras) que es extremadamente posible escuchar el anuncio del evangelio, sin realmente escuchar o experimentar la Palabra eterna que es predicada por medio del evangelio. Y de hecho, si alguien entre los destinatarios originales de esta carta de Pedro leyera estas declaraciones y supiera en su corazón que NO estaba entre los que habían sido purificados obedeciendo la Palabra de verdad, y que por lo tanto NO era capaz de amar de corazón puro, entonces muy probablemente (¡y con razón!) dicha persona asumiría que aún no estaba familiarizada con la Palabra eterna de vida y poder que hace estas cosas.

Así que el mensaje del evangelio puede ser descrito en palabras, creído en palabras, y repetido con palabras; pero la cosa descrita por estas palabras debe ser una experiencia de poder, o no hemos conocido verdaderamente el evangelio.

Y es por esta misma razón que Pablo dice en 1 Tesalonicenses 1:5: “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre.” Y también en el capítulo 2:13 de la misma carta dice: “Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis la palabra de Dios, que oísteis de nosotros la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis.”

Es de esta “obra en vosotros” de la que quiero hablarles. Y de nuevo, quiero que consideren la siguiente pregunta con verdadera humildad y sinceridad: ¿Puede alguien decir que conoce verdaderamente el Evangelio sin conocer su obra interna? O, ¿en qué sentido, o en qué medida, pueden decir que conoce el evangelio, si la Palabra del evangelio no ha venido con poder para purificar su corazón para una experiencia del verdadero amor celestial? En su carta a los Romanos, Pablo dice: “No me avergüenzo del evangelio de Cristo, PORQUE ES PODER DE DIOS”. Volveré a este versículo más tarde, pero mi pregunta para que consideren es si conocen y experimentan el evangelio como el mismo PODER de Dios. Por favor sean honestos con ustedes mismos en esto. No ganamos nada mintiéndonos a nosotros mismos. ¿Es tu fe en el evangelio una fe en el poder de Dios? Pablo dijo, “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”

Para considerar estas cosas con sinceridad ante el Señor, creo que es esencial entender algo de lo que es este poder, algo de lo que hace en el hombre, y por qué lo necesitamos tan desesperadamente. Porque a menos que estas cosas sean vistas y sentidas, no hay conocimiento real del evangelio. El evangelio es una solución, es una cura poderosa, una medicina celestial. Pero nadie toma una medicina que no cree necesitar. Así que si realmente vamos a conocer la medicina, y sentir sus efectos, el primer paso es diagnosticar y exponer la enfermedad. 

Si de alguna manera te convirtieras en una babosa, sería un cambio muy grande. No hay duda de que considerarías este cambio como una gran caída, o una enorme pérdida de lo que antes eras y tenías. Digamos que te levantas una mañana, te lavas los dientes, revisas tu correo electrónico, sales corriendo por la puerta para ir a trabajar y, de repente, te encuentras convertido en una babosa pequeña y viscosa, sin brazos ni piernas, sin pelo ni dientes, sin capacidad para andar, correr, conducir, hablar o trabajar, y lo único que puedes hacer ahora es deslizarte lentamente por el suelo en tu propia baba y comer materia vegetal con hongos.

Piensa por un momento en lo que perderías si te convirtieras en una babosa. Piensa en todas las habilidades, actividades, pensamientos, comidas, relaciones, placeres, seguridad, productividad, belleza, planes, sabiduría, entendimiento, comunicación, etc., que perderías inmediatamente si te convirtieras en una babosa. ¡Qué cambio tan terrible! ¡Qué caída y pérdida tan enormes! 

En efecto, esto sería una pérdida. Pero me gustaría sugerirte que la caída del hombre de su estado original a la condición del hombre natural—quiero decir a la naturaleza y vida en la que tú naciste en este mundo—es una caída incluso mayor que la de un ser humano convertido en babosa. Y si dudas de mis palabras, me temo que es sólo porque has visto, sentido, experimentado y disfrutado de las cosas de una babosa durante tanto tiempo, que ahora no sabes realmente lo que eres, dónde estás, y lo que el poder del evangelio tiene que hacer para restaurarte.

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios dijo “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” y luego sopló en él Su propio aliento de vida. ¿En qué consistía esta imagen y semejanza? Algunas personas suponen erróneamente que esta imagen y semejanza tienen algo que ver con la forma o figura del hombre, o con el hecho de que el hombre camina sobre dos pies y puede dejarse crecer una larga barba blanca. Pero les aseguro que esto no tiene nada que ver con el asunto. Dios es un Espíritu, y no hay forma, figura o barba que lleve Su imagen y semejanza. 

En toda la creación, sólo del hombre se dice que era imagen y semejanza de Dios, y era así porque sólo el hombre fue creado para permanecer en Su vida y luz, para vivir como sarmiento en la vid de Dios, para beber de Su savia (por así decirlo), para ser “partícipe de la naturaleza divina” y para dar Su fruto. La capacidad del hombre de llevar la imagen y semejanza de Dios se debe a que fue creado como templo de su Espíritu, como recipiente de su naturaleza, como partícipe de su vida, justicia, verdad, sabiduría y amor. Llevábamos Su imagen porque Dios mismo estaba obrando en nosotros tanto para querer como para hacer según Su beneplácito. 

La imagen y semejanza de Dios no era algo externo, ni tampoco simplemente la capacidad intelectual del hombre. Creo que todos hemos visto que incluso los que tienen la mayor capacidad intelectual a menudo se quedan MUY cortos de llevar algo que pueda llamarse semejanza de Dios. Muchos, de hecho, usan su intelecto sin mejor motivo que obtener más placer, poder y alabanza. Pero Adán llevaba la imagen y semejanza de Dios, porque la vida, la luz, el amor, la justicia, la pureza, el poder y la sabiduría de Dios eran la naturaleza que reinaba en él, y todo lo que hacía, pensaba y deseaba eran sólo manifestaciones de la bondad y la gloria que estaban ocultas en el Dios invisible.

En un sentido similar, se podría decir que un diamante lleva la imagen y semejanza de todas las formas de luz y color que están ocultas en el sol. Ahora sabemos que hay un arco iris de color y belleza que está oculto en esa luz que continuamente emana de los rayos del sol. Pero cuando estos rayos pasan a través de un diamante, de repente somos capaces de ver lo que estaba allí todo el tiempo. El diamante no PRODUCE nada de esta luz y belleza. De hecho, si pusiéramos el diamante en un cuarto oscuro durante cien años, no haría nada en absoluto y sería indistinguible de la oscuridad. Pero cuando un diamante se llena de la luz del sol, se convierte en un hermoso espejo, una clara revelación y manifestación de todo lo que no puede ser visto naturalmente por el ojo del hombre. Y, en este sentido, el diamante lleva verdaderamente la imagen y semejanza del sol. Porque recibe, lleva y muestra a todos los ojos que lo ven las bellezas y los colores que están ocultos en la luz del sol. 

Ahora bien, si hablaras con un ciego de nacimiento y le dijeras que un diamante lleva la imagen y semejanza del sol, ese hombre no tendría ningún punto de referencia para entender de qué le estás hablando. Al no haber visto nunca el sol, sólo podría imaginarse lo que significa tener esa imagen. Y así, con un diamante en las manos, tal vez te diría que el sol debe de ser duro y frío, porque eso es lo que le parece que es cierto del diamante. Y cuando le digas que no es así, entonces podría decir: “Bueno, entonces el sol debe de tener bordes afilados y puntas que pueden romper rocas o tallar madera”. Pero, por supuesto, tú sabes que eso no tiene nada que ver con la imagen y semejanza del sol. 

Como todas las analogías, ésta tiene sus puntos débiles, pero creo que se entiende lo que quiero decir. La imagen y semejanza de Dios no tiene nada que ver con lo que el hombre es en su carne. Nunca encontrarás la imagen y semejanza de Dios ahí. La única manera de que el hombre pueda llevar alguna vez la imagen y semejanza de Dios es si, como el diamante, el hombre recibe, lleva y muestra la belleza y los colores y las maravillas de la vida y la luz que están ocultas en el Dios invisible.

Ahora bien, la caída o muerte del primer hombre no fue una muerte de la vasija externa, carnal. Dios dijo: “El día que comáis del árbol de la ciencia del bien y del mal, ciertamente moriréis”. Sabemos que ellos comieron, y seguramente también murieron. Pero de nuevo, esta no fue la muerte de la vasija de barro. La verdad es que fue algo mucho peor que eso. En pocas palabras, fue la PÉRDIDA de la vida y la luz de Dios. Fue una muerte real a Su naturaleza, un alejamiento total de Su carácter, una pérdida completa de Su imagen y semejanza. 

A menudo se oye en la iglesia de hoy que el hombre todavía lleva la imagen y semejanza de Dios. Pero esto no es cierto, a menos que el hombre haya recuperado todo lo que había perdido. El hombre en verdad fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero la perdió por completo cuando perdió la vida y la naturaleza de Dios que reinaba en su alma. La imagen y semejanza de Dios no se conservaron en el hombre simplemente porque el hombre conservara la misma forma después de la caída, o porque caminara sobre dos pies, o porque le creciera el pelo blanco y mantuviera la posesión de sus facultades intelectuales. De ninguna manera. De hecho, el intelecto y el cuerpo del hombre y todos sus dones naturales han sido utilizados durante miles de años para manifestar una imagen y semejanza de otro padre, de otra naturaleza. 

Adán perdió la imagen y semejanza de Dios, y en el capítulo 5 del Génesis se nos dice que después de que “Adán vivió ciento treinta años, engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set.” Ahora bien, es cierto que el hombre de hoy sigue teniendo el mismo propósito. Es decir, sigue siendo creado PARA llevar la imagen y semejanza de Dios. Pero no la posee naturalmente al venir a este mundo nacido de mujer. La imagen y semejanza que posee en la caída—quiero decir, en el estado caído, la condición de babosa—es la de su padre caído. Esto es algo que las Escrituras declaran en los términos más fuertes y claros que el lenguaje puede expresar. Sólo daré algunos versículos que declaran este cambio. 

        • Gen 6:5 “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.”
        • Gen 8:21 “…porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud.”
        • Jer 17:9 “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”
        • Juan 8:44 “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” 
        • Rom 3:10 Como está escrito: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.”
        • Efes 2:1-3 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

¿Te parecen estos versículos una descripción de la imagen y semejanza de Dios? Por supuesto que no. Estos, y multitud de versículos similares, describen claramente un enorme cambio de nuestra condición original, una gran caída y pérdida por la cual nos hemos 1) convertido en algo completamente diferente de lo que éramos, 2) complacido en la injusticia (2 Tes 2:12), y 3) llegado a ser completamente incapaces de ver o entender lo que hemos perdido.

De ser un sarmiento de la bondad, la justicia, la pureza, el amor y la vida de Dios, hemos llegado a ser una criatura egoísta, orgullosa y bestial que malgasta su precioso tiempo persiguiendo los placeres pasajeros del pecado. O en las palabras del Señor a Jeremías: “Pero yo te planté como vid escogida, toda ella de simiente genuina. ¿Cómo, pues, te has vuelto delante de mí sarmiento degenerado de una vid extraña?” (Jer. 2:21)

¿Estás dispuesto a ver que ésta es tu condición natural como hijo o hija de Adán? Ahora, por favor, no te consueles con la idea de que, aunque esto sea cierto, has sido perdonado. El perdón es maravilloso, pero el perdón no arregla este problema. Un hijo de Adán perdonado sigue siendo imagen y semejanza de Adán. El perdón no restaura la imagen y semejanza de Dios. Puedes perdonar a un asesino, pero eso no lo convierte en algo diferente a un asesino. Puedes perdonar a un ladrón, pero eso no cambia al hombre.

No quiero insultarte ni desanimarte. De verdad, con todo mi corazón deseo ayudarte. Pero la verdadera ayuda comienza con un verdadero diagnóstico del problema. Y lo que estoy tratando de decirles es que el hombre tiene un problema extremadamente serio, una enfermedad terrible y terminal. Ha caído en un estado que es mucho peor de lo que su mente está dispuesta a ver, peor que un hombre convertido en babosa, y sin embargo en realidad le gusta así. Otra cita de Jeremías: “Algo espantoso y terrible ha sucedido en la tierra: los profetas profetizan falsamente, los sacerdotes gobiernan por su cuenta, y a mi pueblo así le gusta. Pero ¿qué haréis al final de esto?”. (Jer 5:30-31) 

El hombre ha perdido la imagen y semejanza de Dios, y ahora lleva naturalmente la imagen y semejanza del enemigo de Dios. ¿Y qué significa esto en la práctica? Significa que en lugar de permanecer en la justicia de Dios y manifestarla, se ha convertido en una manifestación de toda clase de injusticia, inmundicia y maldad descarada. Se ha convertido en un cuerpo de pecado. En lugar de llevar la imagen del amor de Dios, lleva la imagen del amor propio y del placer propio, con todas sus feas ramas y frutos. En lugar de caminar en la sabiduría de arriba, camina en la sabiduría de abajo, que es “terrenal, animal, y diabólica”. Como dice el apóstol, la naturaleza que ahora obra en los hijos caídos de Adán produce “inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes.” (Gal 5:19-21).

Estas fuertes palabras no describen a otras personas. Estas palabras describen la naturaleza de la carne caída, y en la medida en que esta naturaleza aún vive, opera y reina en ti y en mí, también nos describen a nosotros. Y es por eso que te pregunté si conocías el PODER del evangelio. Porque el poder del evangelio no solo te llama un nuevo nombre; más bien, te hace una nueva creación. Es decir, no se limita a decir que una babosa es humana, e ignora el hecho de que no ha recuperado ningún rasgo humano. Y tampoco se limita a perdonar a una babosa por haber hecho cosas de babosa. El evangelio es el poder de Dios obrando en el hombre para restaurar todo lo que se perdió, para crearnos de nuevo en Cristo Jesús, para regenerar, restaurar y renovar la naturaleza y la imagen que el hombre ha perdido en la caída.

¡Qué triste evangelio predomina ahora en la iglesia de hoy! Es un evangelio que trata de llamarnos algo que no somos. ¿Entiendes lo que quiero decir? “La buena noticia del evangelio”, dicen, "es que aunque sigas siendo una babosa, puedes llamarte humano”. Aunque sigas viviendo en el orgullo, y el egoísmo, y la inmundicia de pensamientos, palabras y obras, persiguiendo tus propias metas, viviendo en tu propia voluntad carnal, ¡NO OBSTANTE!... porque crees en Jesús, puedes llamarte salvado, regenerado y restaurado. Algunos dicen que Dios ya no ve el hecho de que todavía somos babosas. Otros dicen que Él lo ve, pero habiendo crucificado a Su Hijo, ahora puede ignorarlo. Pero JESÚS mismo dijo que Él vino para hacernos “verdaderamente libres del pecado”, para que tengamos “vida en abundancia”, para hacernos “perfectos como el Padre es perfecto”, para “limpiar lo de dentro del vaso y del plato,” para que el exterior pueda ser limpio también, para “hacer el árbol bueno” para que su fruto sea bueno. Jesús dijo que vino a restaurar la imagen de Dios en el hombre, haciéndonos de nuevo pámpanos que moran en Él, viven de su savia y llevan sus frutos. Juan dijo que Cristo vino a “deshacer las obras del diablo” en el hombre, a darnos una “simiente que no puede pecar”, y que puede “purificarnos así como Él es puro.” Pablo dijo que debemos ser transformados “en la misma imagen de gloria en gloria”, “hechos conformes a la imagen de Su Hijo”, “limpiados de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”

Y por eso te pregunto qué SABES del evangelio. De nuevo, el evangelio no son palabras. El evangelio es poder. No es el poder de llamarnos algo que no somos, sino de restaurarnos verdaderamente a lo que el hombre era en el principio. Y te pregunto hoy, como una forma de introducir este tema, qué sabes realmente sobre la “operación de Su poder” de la que habla Pablo. Te estoy preguntando si este evangelio ha cambiado tu corazón, ha limpiado tu alma, te ha dado un nuevo Espíritu, con nuevos deseos, nuevo entendimiento, una nueva voluntad, con amor celestial, bondad y sabiduría, restaurando la imagen y semejanza de Dios en ti a lo que era en el principio. Y si tu respuesta honesta es sí, entonces ¡alabado sea Dios!, en verdad conoces el evangelio de Jesucristo. Pero si tu respuesta es no, entonces puede ser útil para nosotros hablar un poco más acerca de por qué este es el caso, y lo que debemos hacer al respecto.