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Una división interior

Parte 1 de Familiaridad con el Espíritu

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Amigos, debemos familiarizarnos con el Espíritu Santo si queremos ser cristianos. Si han leído el Nuevo Testamento, saben que los cristianos deben ser personas del Espíritu. Personas que caminan en el Espíritu, viven en el Espíritu, oran en el Espíritu, adoran en el Espíritu, aman en el Espíritu. Su comunión es en el Espíritu; de hecho, se trata de compartir el Espíritu de Dios. Deben ser bautizados en un solo Espíritu, lavados, regenerados, renovados por el Espíritu. Deben comenzar en el Espíritu y tener cuidado de no continuar en la carne. Deben ser templo del Espíritu Santo, ser guiados por el Espíritu, tener sabiduría y entendimiento espiritual, ser santificados por el Espíritu, producir el fruto del Espíritu, tener cuidado de no contristar o apagar o resistir al Espíritu de ninguna manera. Debemos escuchar la voz del Espíritu, sentir el poder del Espíritu, ser purificados al obedecer la verdad a través del Espíritu. 

Jesús dice: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” Aquí vemos la comprensión y la experiencia de Jesús con respecto al nacimiento del Espíritu. Los nacidos del Espíritu son como el viento, llevados de aquí para allá por la voluntad de Dios. No siguen la voz de su propia voluntad, ni el movimiento de sus propios deseos. Son movidos por otro, tanto interna como externamente.

Esto es lo que es un cristiano. Y si no es nuestra experiencia, al menos debería ser nuestro deseo, nuestro objetivo.

La causa principal de la gran apostasía que se ha extendido en el mundo de la iglesia, ha sido que las personas tratan de ser cristianos sin el Espíritu de Cristo. Cuando digo “la apostasía” me refiero a la condición caída en la que la iglesia se encuentra actualmente. La razón de esta caída es porque, en general, simplemente no conocemos al Espíritu. Conocemos palabras sobre el Espíritu. Pero no vivimos en el Espíritu, no caminamos en el Espíritu. No somos soplados por el Espíritu en nuestro propio corazón y voluntad. Estas realidades bíblicas se han vuelto muy extrañas y poco comunes en nuestros días.

Hubo un tiempo en que no existía el Nuevo Testamento, y los apóstoles iban por todas partes dirigiendo a la gente al Espíritu de Dios en sus corazones. Pablo fue enviado por Cristo para volver a las naciones de las tinieblas en ellos, a la luz en ellos; del poder de Satanás en ellos, al poder de Dios en ellos. No fueron dirigidos primero a las doctrinas. Fueron dirigidos hacia la luz y el poder de Dios. No fueron dirigidos primero a reglas y prácticas y creencias. Fueron dirigidos a un maestro interno, a una unción interna, a un Dios que vivía en ellos, y en quien ellos vivían y se movían y tenían su ser. 

Esto es lo que Pablo dijo a los gentiles. Dijo que hay un Dios que está cerca de ustedes, extremadamente cerca, y sin embargo ustedes no lo conocen. Es un Espíritu y Poder omnipresente, y sin embargo no lo conocen. Pero Él los ha creado para que se vuelvan a Él, para que lo busquen, para que, palpando, lo encuentren y lo experimenten.

No estoy en absoluto en contra de doctrinas, creencias o prácticas, ni de nada a lo que la Verdad conduzca para beneficio y edificación del cuerpo. Pero estoy seguro, más allá de toda duda, de que la gran razón por la que la iglesia se parece al mundo, y actúa como el mundo, y corre tras el mundo con el mismo afán, codicia y avidez que el resto de la humanidad, es porque hemos tratado de ser cristianos sin el Espíritu de Cristo. 

Al principio de la Iglesia, tuvieron cuidado de advertir a la gente de que el reino de Dios no estaba en las palabras, sino en el poder. Les preocupaba que las personas pudieran ser convencidas con palabras persuasivas y elegantes en lugar de experimentar a la vida resucitada del Hijo de Dios. Los apóstoles enseñaban por el Espíritu. Su autoridad era la medida del Espíritu que se movía y reinaba en ellos. Esa era la única autoridad conocida en la iglesia de aquel tiempo. No era una autoridad basada en dones humanos, habilidades, títulos. No importaba quien era tu padre, donde habías sido educado, o cuán elocuentemente podías hablar. Pablo dijo: “Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el poder de los que andan envanecidos.” (1 Cor. 4:19). 

Vivían en ese poder, llevaban a la gente a una familiaridad interna con ese poder en el corazón. Enseñaban a la gente cómo volverse y familiarizarse con la obra de Dios en el corazón, Aquel que producía EN ELLOS tanto el querer como el hacer Su buena voluntad. Enseñaban a la iglesia a buscar, a seguir y a obedecer a “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros”. (Efe. 3:20)

Y cuando estos apóstoles envejecieron o fallecieron, sus escritos fueron recogidos y conservados. El Señor vio conveniente hacer esto, para que la iglesia tuviera escritos que fueran “útiles para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Estos escritos eran como límites, o como un muro de protección alrededor del poder. Señalaban la vida y el poder, advertían a la gente que se mantuviera dentro de él, manifestaban los errores de los que no vivían en él y por él. Declaraban (como ya hemos visto) que el cristianismo era una vida en el Espíritu, un crecimiento en el Espíritu, la justicia, paz, y gozo en el Espíritu de Dios.

Y fue bueno y apropiado que el Señor nos diera estas Escrituras. Creo que cada palabra que el Espíritu ha tenido a bien preservar en las Escrituras es correcta, verdadera y útil; es un maravilloso don de Dios. No obstante, a partir de ese momento, debido a que las enseñanzas espirituales ya se encontraban en un libro, o en una colección de cartas, la mente natural de repente podía entrometerse con ellas, podía aprenderlas y enseñarlas SIN conocer ni experimentar a su Autor. A partir de este momento, el hombre comenzó a encontrar algo que podía hacer, algo que podía SER en la iglesia, sin necesitar al Espíritu de Cristo. Podía usar su cerebro para estudiar, su boca para hablar, y su sabiduría humana para juzgar cosas que sus ojos internos nunca habían visto. 

Sí, podía interpretar sin tener la llave de David. Podía enseñar sin conocer la unción en sí mismo. Y quizás aún peor, podía introducir una autoridad en la iglesia que no tenía nada que ver con la medida de crecimiento y madurez en la vida de Cristo, el Espíritu de Cristo. El hombre podía empezar a usar títulos que no tenían nada que ver con ser capacitado, fortalecido y enviado por el Espíritu de Dios. Podía ser un líder solo por ser un orador dotado; o ser un anciano, porque tenía más educación, más dinero, o más influencia. Pero todo esto es autoridad natural, una autoridad que proviene de los recursos del hombre, de la educación humana, del entendimiento humano, de las habilidades humanas, de la elocuencia, de la sabiduría y potestad humana. Y este es precisamente el tipo de autoridad que Cristo excluyó de Su iglesia. 

Mateo 20:25-27 Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo.

Y de esta manera, algo más comenzó a sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios, y exigiendo respeto y honor y atención. Ya había otro poder levantándose en el cuerpo de Cristo. Era una abominación desoladora, el anticristo. 

Y aunque sé que siempre ha habido cristianos en cada generación que realmente han conocido el Espíritu, y han crecido en el Espíritu, y han sido guiados por el Espíritu, creo que es evidente para todos que ha habido una gran apostasía, una gran caída del cristianismo que existe en, y que realmente ES el Espíritu de Cristo viviendo en Su cuerpo, la iglesia. Nos hemos alejado de un evangelio que nos vuelve a la presencia y al poder del Espíritu en nosotros. Hemos rechazado la obra del Espíritu en el corazón y nos hemos conformado con una colección de ideas y creencias en el cerebro. Hemos caído de la expectativa de tener una vida guiada por el Espíritu, un alma purificada por el Espíritu, una justicia y un amor que son la naturaleza del Espíritu, una mente renovada por el Espíritu, una sabiduría que es la mente del Espíritu. Nos emocionan las frases ingeniosas, las nuevas revelaciones, y los vídeos de 30 segundos en las redes sociales; y nos aburren los que predican que el Espíritu de Dios realmente puede hacer morir las obras de la carne, y purificar nuestros corazones para amarnos entrañablemente los unos a los otros.

Así que repito, debemos familiarizarnos con el Espíritu de Dios si realmente queremos ser cristianos. Un hombre puede hacer muchas cosas sin el Espíritu de Dios, pero no puede ser cristiano. 

Ver esta gran apostasía, sentir que es verdad, tanto en mí mismo como en la iglesia en general, me ha hecho querer estar verdaderamente familiarizado con el Espíritu de Dios. Ha despertado en mi corazón un gran clamor, un gran anhelo, una desesperación por ser un hombre que conoce al Espíritu de Dios, que camina en el Espíritu de Dios, que es cambiado, y limpiado, y guiado, y enseñado por el Espíritu de Dios, viviendo en el amor y la humildad del Espíritu, y experimentando los frutos del Espíritu creciendo en mí más y más cada día. Sé que hay algunos otros que comparten ese deseo. Espero que todos ustedes lo compartan. 

Espero que todos ustedes hayan visto y sentido algo de esta gran apostasía en ustedes mismos. Ahí es donde necesitan verlo. Cualquiera puede verla en la iglesia en general. Incluso el mundo incrédulo puede verla ahí. Pero si queremos ser parte de la solución, necesitamos verla en nosotros mismos. Y también tenemos que dejar que surja en nosotros un gemido y un clamor por ser libres.

¿Y de qué necesitamos ser libres? Necesitamos ser libres de nosotros mismos. Porque lo único que nos impide conocer y sentir y encontrar el Espíritu de Dios, es el hecho de que llenamos gran parte de nuestras vidas con conocer y sentir y encontrar nuestros propios deseos y placeres. Se podría decir mucho sobre esto, pero quiero ayudarte (en la medida en que pueda) a volver al Espíritu de Dios. Quiero ayudarte a encontrar y seguir a tu Guía. Esto es lo que todos necesitamos. Necesitamos volver al Espíritu y al poder de Dios en nuestros corazones. Necesitamos aprender cómo El habla, qué hace y cómo seguirlo. Si podemos encontrar a nuestro líder, entonces Él nos sacará de la apostasía. Pero debemos encontrar algo más grande que las palabras.

Así pues, comenzaré señalándote algo que ya sabes, pero que tal vez (como muchos cristianos) no lo has considerado o discernido con suficiente claridad. Debes comenzar por comprender y percibir que hay dos cosas muy diferentes en ti, y que estas dos están en enemistad una con la otra. Aquí es donde comienza el verdadero discernimiento espiritual, la verdadera experiencia espiritual y el verdadero crecimiento espiritual. Este es el comienzo de la auto-revelación de Dios y de su comunicación con el alma humana. Así es como encontramos a nuestro Guía. Si intentamos pasar por alto, o prestar poca atención a esta realidad crucial, no llegaremos muy lejos. Pero, puesto que se trata de algo tan importante, y que el discernimiento interno de estas dos cosas es tan absolutamente fundamental, Dios ha hecho que esto sea absolutamente innegable para cualquier persona que esté dispuesta a ser honesta consigo misma. Sí, la misericordia de Dios ha hecho que las cosas más importantes sean absolutamente indiscutibles para todo ser humano.

Hay dos cosas en el hombre, y todo el mundo lo sabe. Hay dos poderes o semillas contrarias, y todo lo relacionado con el cristianismo práctico, y todo lo que tiene que ver con experimentar el beneficio de lo que Cristo ha hecho por nosotros en Su muerte, sepultura y resurrección, comienza con la comprensión  y reconocimiento de estas dos cosas en el corazón—sabiendo lo que son, dónde están, y luego lo que significa morir a una de ellas, y vivir en la otra.

¿Cuáles son estas dos cosas? La primera es el hombre en su condición natural y caída. Es el primer hombre, el primer nacimiento, la naturaleza de la carne. Es una voluntad humana desprendida de la voluntad de Dios para vivir en sus propias concupiscencias y deseos, en su propia falsa luz y falsa sabiduría, buscando las cosas del tiempo, los placeres pasajeros del pecado, deleitándose en la injusticia, viviendo la vida del yo. Esto es lo que la Escritura llama el cuerpo de pecado, porque el hombre se ha convertido en un cuerpo para una voluntad contraria, o un jardín para una semilla contraria, o una casa para un hombre fuerte, que es el espíritu que obra en los hijos de desobediencia. Esta es la naturaleza en la que todos nosotros nacimos, porque era la naturaleza de nuestro primer padre y madre después de su caída. No fuimos (como algunos afirman erróneamente) castigados por su transgresión, sino que nacimos a su imagen y semejanza. Y por lo tanto, esta es la primera naturaleza, semilla o poder que el hombre encuentra y siente obrando en sí mismo. Siempre está tirando y succionando todo hacia sí como una aspiradora, y siempre produciendo manifestaciones de orgullo, concupiscencia, envidia, ira y miedo. ¿Quién puede negarlo? ¿Quién no siente esta naturaleza en sí mismo? ¿Quién no se ha avergonzado y a veces hasta espantado de sus propios pensamientos, sus propios apetitos, su propio egoísmo y orgullo? 

Pero esto no es lo único que hay en el hombre. Hay algo más que aparece dentro de nosotros que tiene una naturaleza totalmente contraria, y que tira del corazón en una dirección completamente diferente; algo que no sólo se niega a aprobar el pecado, sino que en realidad lo reprende y lo aborrece en nuestros propios corazones! A veces podemos sentirlo frenándonos o advirtiéndonos justo antes de decir una mala palabra, de realizar una mala acción o de hacer clic en un enlace tentador de Internet. Y si cedemos a la tentación, a menudo lo sentimos de nuevo, obligándonos a ser conscientes de nuestro mal, y haciéndonos sentir avergonzados o arrepentidos por haber unido nuestra voluntad al mal. 

Tómate un minuto y piensa en esto. Hay dos cosas contrarias en tu corazón. Me parece asombroso que no se hable más de esta realidad en la Iglesia, porque es una prueba absoluta y evidente de la existencia de un Dios que es a la vez santo y bondadoso. Es una prueba de que Dios es santo porque Su luz en el corazón se opone a toda forma de maldad y corrupción. Es una prueba de que Él es bondadoso, porque te ha dado este don, y no te ha dejado en la oscuridad y la ceguera con respecto a cosas de tanta importancia. ¿Cómo puede alguien negarlo? Cuando sientes estas advertencias y correcciones por el pecado, o estas reprensiones por unir tu voluntad al mal, ¿dirá alguien que esto es la naturaleza de la carne reprendiéndose a sí misma? ¿Dirá alguien que es el reino de Satanás dividido contra sí mismo? ¿Dirá que nos es más que la educación o la cultura, cuando sabes que en momentos de sobriedad has sentido esta luz desaprobando y despreciando varios aspectos de tu propia cultura, o incluso de tu propia familia? No. Es un don de Dios, una semilla de Dios, una luz celestial que brilla en el alma del hombre. 

Esta verdad es tan simple y tan clara que un niño de cinco años puede entenderla. Pregúntale a un niño de cinco años si siente deseos extraños en su corazón de hacer cosas egoístas y malas. Pregúntale si siente algo dentro de sí que no quiere compartir con sus hermanos, que a veces quiere mentir, u ocultar malas acciones, o desobedecer a sus padres. Luego pregúntale al mismo niño si también siente vergüenza por estas cosas, siente miedo por el mal y tiene deseos de ser bueno. 

¿Cuáles son estas dos cosas? Repito: una es la condición del hombre en la caída, donde la semilla de la serpiente ha engendrado su imagen. Esto es lo que tú y yo hemos llamado nuestra vida. Es la vida que Jesús nos dijo que tenemos que dejar, perder, incluso odiar para ser Sus discípulos. La otra es el grano de mostaza que comienza como la semilla más pequeña en el jardín de tu corazón. Es la semilla que ha sido sembrada en todo tipo de tierra. Es la levadura celestial que quiere extenderse y llenar la masa. Es el tesoro escondido en el campo, la perla preciosa, el talento que se te ha dado para que se multiplique. 

Mis amigos, la vida espiritual, el crecimiento espiritual, la vida en el Espíritu no comienza aprendiendo doctrinas, memorizando versículos de la Biblia o asistiendo a reuniones. Todas estas cosas tienen su lugar, pero para ser un cristiano espiritual, tienes que encontrar al Espíritu. Tienes que descubrir Su obra en ti. Tienes que aprender a escuchar su voz, a volverte hacia su luz, a prestar atención a sus enseñanzas y a seguirle. No estoy sugiriendo que estos frenos, reprensiones y correcciones sean la única apariencia o actividad del Espíritu de Dios. Pero estoy sugiriendo, y de hecho estoy insistiendo, que si tratas de saltarte una familiaridad interna con la luz de Cristo en tu corazón tratando contigo de esta manera, si no prestas atención a esta DIVISIÓN interna entre la luz y las tinieblas, entre el poder de Dios y el poder de Satanás, entonces te extraviarás desde el principio. 

Jesús fue muy claro sobre la misión de Pablo. Fue enviado a los gentiles, dice, “para que abras sus ojos a fin de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios” (Hechos 26:17)

Primero tienes que reconocer estas dos cosas en ti mismo, escuchar cómo te hablan, cómo te empujan en direcciones contrarias. Primero debes aprender a negar una y seguir la otra. Si tratas de entender las palabras del Espíritu en las Escrituras, sin prestar atención a la vida del Espíritu en tu corazón, sólo te harás daño a ti mismo. Si tratas de cambiar tu vida sin negar una semilla y aferrarte a la otra, solo te encontrarás con una gran decepción o engaño. Si quieres ser un cristiano espiritual, debes familiarizarte con el Espíritu. Y el Espíritu de Dios es una naturaleza, una semilla de vida y de luz que aparece en tu corazón para llamarte a salir de las tinieblas.