La Voluntad de Dios
Parte 1 de Permanecer
Mi intención en estas enseñanzas es hablar sobre la realidad y el acto de permanecer. La Biblia dice mucho acerca de este tema. Leemos sobre permanecer en Cristo, permanecer en la vid, permanecer en la luz, permanecer en la Palabra, permanecer en el amor, y también sobre permanecer en las tinieblas, y en la muerte, etc. Y, sin embargo, ninguna parte de las Escrituras define con claridad este término o este acto. A menudo ocurre así en la Escritura: Dios nos da palabras en la Biblia, pero deja al Espíritu de Verdad el definir su significado. La experiencia de la obra de Dios en el corazón es la única manera verdadera de conocer el sentido de esas palabras. Las palabras por sí solas no pueden definir las cosas espirituales. El crecimiento, la vida y la experiencia en el Espíritu son lo que realmente da significado o definición a las palabras.
Por esta razón, reconozco que estoy limitado en lo que puedo enseñarles o compartir con ustedes. Pero lo que me gustaría hacer es, al menos, describir algunas cosas que se han vuelto muy reales e importantes para mí, con la esperanza y la expectativa de que el Señor nos enseñe a todos las realidades que están detrás de las palabras. Pero antes de entrar específicamente en eso, necesito decir algunas cosas preliminares.
Desde cierto punto de vista, creo que se podría decir que solo existen dos cosas en el universo creado: la voluntad de Dios, y aquello que no es la voluntad de Dios. Es decir, existen aquellas cosas, criaturas, palabras, deseos, expresiones, acciones, manifestaciones y obras que brotan de la fuente de la voluntad de Dios, que están de acuerdo con Su voluntad, permanecen en Su voluntad y glorifican Su voluntad. Y existen también otras cosas, otras criaturas, otras palabras, deseos, acciones, manifestaciones y obras que se han apartado de la voluntad de Dios, y ahora actúan según su propia voluntad, en contra de la gloria de Dios.
Satanás y sus demonios son criaturas que se han salido de la voluntad de Dios. Nada de lo que hacen es intencionalmente conforme a la voluntad de Dios. Sus pensamientos, sus deseos, sus acciones, sus palabras—la voluntad de Dios no está en ninguna de estas cosas. Ellos actúan por “sus propios recursos” (Juan 8:44) Por otro lado, hay criaturas que no se han apartado de la voluntad de Dios, y que no pueden evitar glorificarlo en lo que son y en lo que hacen. Los ángeles, las aves, los árboles, las ballenas, las flores, etc.; todas estas criaturas, y muchas otras, simplemente viviendo cada día en la voluntad de Dios, glorifican a Dios en la medida en que su naturaleza se los permite. Y luego están los seres humanos, que tienen la posibilidad de escoger entre dos voluntades. De esto hablaré más adelante.
Pienso en estas dos cosas —la voluntad de Dios y todo lo que se le opone— como si fueran dos ríos, con dos corrientes que fluyen en direcciones opuestas. Un río es la voluntad de Dios: es lo que Dios quiere, ama, hace y es; fluyendo, moviéndose, creando a medida que avanza, llevando a todo lo que permanece en ella a un estado de gloria y belleza; haciendo que todo lo creado (al permanecer en Su voluntad) crezca hasta alcanzar la mayor manifestación de la gloria de Dios que su naturaleza sea capaz de expresar.
Y lo único que una criatura necesita hacer para crecer en vida, propósito, bien y llegar a un estado de gloria, es permanecer donde Dios la ha creado. Solo necesita mantenerse, o PERMANECER en Su voluntad. Allí, en esa voluntad, su destino está asegurado. Las plantas y los animales de este mundo glorifican naturalmente a su Creador, hasta cierto punto. Es verdad que la tierra fue maldita porque el hombre introdujo el pecado en ella, y por eso ya no refleja la misma imagen ni la misma gloria que tenía al principio. Pero aun así, las plantas y los animales manifiestan diversos aspectos de la naturaleza y la bondad de Dios, y lo hacen sin esfuerzo, porque en ellos no hay libre albedrío que pueda volverse en contra de la voluntad de Dios. Pero hay otras criaturas que han descubierto en sí mismas la capacidad de rebelarse contra Su voluntad, y lo han hecho.
Permítanme repetirlo: Es importante que comprendan que la voluntad de Dios es como un río vivo y en movimiento, que crea a medida que avanza. La voluntad de Dios es Su poder vivo y activo, que convierte todo lo que permanece en ella en su forma más plena de perfección y gloria. A veces los cristianos piensan en la voluntad de Dios como una lista de cosas o un conjunto de tareas que Él quisiera que las personas hicieran. Cuando preguntan cuál es la voluntad de Dios para sus vidas, inmediatamente piensan en que Dios quiere que vayan a algún lugar, hagan algo, aprendan algo, consigan este trabajo o compren ese carro. Y si bien es cierto que Su voluntad puede conducir a todo tipo de acciones y decisiones, estas cosas nunca son la manifestación más grande o verdadera de Su voluntad. Porque Su voluntad no es principalmente una instrucción sobre cómo tu debes vivir TU vida. La voluntad de Dios es Su propia vida viviendo y reinando en Su creación. Su voluntad es Su propia naturaleza, gloria, bien, amor, poder, verdad, pureza, etc., creciendo y manifestándose en y a través de la creación.
La voluntad de Dios es Su vida viviendo y expresándose. Su voluntad es Su amor, Su justicia, Su verdad y pureza, Su naturaleza llenándolo todo, moviéndolo todo, reinando en toda la creación. Su voluntad es que toda la creación reciba del bien de Dios y manifieste este bien en el mayor grado que le sea posible. Así que, Dios no puede simplemente decirle a una persona cómo HACER eso, ni darle una lista de tareas que lo logren. ¿Lo ven? No se puede cumplir Su voluntad sin Su vida, Su poder, Su naturaleza. Dios no solo quiere criaturas que hagan tareas por Él, que obedezcan reglas o cumplan requisitos. Quiere una creación que esté llena de Él, que viva en Él y por Él, y que exprese el verdadero bien en todo lo que se haga. Esta es Su voluntad. Es un reino, donde todo, en la medida que le sea posible, recibe del bien de Dios hasta que rebosa de Su imagen, y le devuelve a Él una expresión aumentada de todo el bien que puede contener.
Todo en la creación tiene este mismo propósito, de diferentes maneras y en distintos grados. La creación surgió de la voluntad de Dios, nació de Su voluntad y fue destinada y diseñada a permanecer en Su voluntad, en Su corriente de vida, donde no podía perder Su bendición. Pero, nuevamente, existen algunas cosas en la creación de Dios que han salido de este propósito. Se han apartado de la voluntad de Dios para permanecer en la voluntad propia. Y así, ahora hay dos cosas en esta creación: están aquellas que han mantenido su primer estado y han permanecido en su morada legítima, es decir, en la voluntad de Dios. Y están aquellas que, como dice Judas, “no guardaron su primer estado, mas dejaron su propia morada.” (1:6) En el contexto de Judas, se refiere a ángeles que hace mucho tiempo abandonaron su morada en la voluntad de Dios y salieron, no a otro lugar, sino a otra voluntad, a otro río que fluye en otra dirección. El hombre hizo lo mismo. Salió de “la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios,” (Rom 12:2) porque fue engañado por una serpiente para seguir su propia voluntad independiente.
Así fue como el pecado entró en el mundo. Entró cuando el hombre usó su libertad para apartarse de la voluntad de Dios, y esto arrastró a toda la creación natural y física a una caída de la gloria de Dios. La creación ya no podía —no de la misma manera ni en el mismo grado— manifestar la gloria de Dios, ahora que los elementos, las propiedades y las criaturas en ella habían sido contaminados por el pecado.
¿Qué es el pecado? El pecado es la presencia, el poder y el crecimiento de algo en la creación que no es la voluntad de Dios. El pecado es algo que existe en la creación, pero que no fue creado por Dios. Dios no es el creador del pecado. El pecado nació cuando la creación se apartó de la voluntad de Dios. El pecado nació cuando, de repente, se encontró algo en la creación de Dios que no permanecía en Su voluntad, sino que utilizaba la creación para la voluntad propia, para fines y placeres personales y privados.
La gente generalmente piensan en el pecado como cosas malas o incorrectas, y esto ciertamente es cierto. Pero la única RAZÓN por la que las cosas son malas o pecaminosas es porque se han apartado de la voluntad de Dios para vivir en una voluntad privada, personal y egoísta. Ahí reside su maldad. Y ahí está la razón por la que “todo lo que no es de fe es pecado.” Todo lo que no se hace en y por la luz y la vida de Dios, necesariamente se hace en otra luz y otra vida, y por eso es contrario a Dios. Así que, cuando piensen en el pecado, por favor, no piensen principalmente en reglas, leyes o listas de conductas no aceptadas. Piensen en algo que está viviendo, moviéndose y creciendo en esta creación que tiene otra voluntad además de la de Dios. Piensen en algo que está viviendo, moviéndose, creciendo y motivando en USTEDES que no es la voluntad de Dios. Porque tan seguro como la voluntad de Dios es un poder que se mueve, vive, obra y crea a medida que avanza, así también el pecado es un poder que se mueve, vive, obra y crea a medida que avanza. Crea distorsión, destrucción y muerte. Crea una imagen, una imagen contraria a la imagen y semejanza de Dios. El pecado, con el tiempo, transforma las cosas en una imagen falsa, una imagen distorsionada.
Entonces, habiendo dicho todo esto, espero que puedan entender con un poco más de claridad que permanecer en la voluntad de Dios significa permanecer en un poder que vive, se mueve, crece y trabaja constantemente en tu vida y en tu corazón, de la misma manera en que el sol trabaja constantemente sobre una planta joven. Permanecer en la voluntad de Dios te da luz, vida y poder para crecer hasta alcanzar la plenitud de Dios, la plenitud del bien, la plenitud de la verdadera vida y la fructuosidad. Pero incluso las plantas necesitan permanecer en el sol. Incluso las plantas giran sus hojas y flores hacia el sol. Pero si tu no te vuelves hacia la voluntad de Dios y permaneces en ella, sino que permaneces en otra voluntad, en la voluntad propia, entonces estás permaneciendo en un poder que vive, se mueve, crece, y poco a poco te convierte en una imagen contraria. Y escúchame con atención cuando te digo que no heredarás otra imagen después de esta vida, aparte de la que creció en ti durante esta vida.
Debemos entender que la obra del pecado en la creación de Dios es exactamente como una enfermedad, una infección, un cáncer. Toma algo bueno, lo distorsiona, lo deforma y lo utiliza para alimentar el tipo de crecimiento equivocado. Toma un cuerpo humano sano y utiliza su energía, su sangre, su vida, para hacer crecer algo que cambia la imagen y destruye la vida. Esto es lo que hace el pecado. Esto es lo que es el pecado. Es una voluntad contraria, que vive, crece y forma una imagen contraria en la creación de Dios.
Ahora vuelvo a preguntar: ¿de dónde vino este horrible cáncer del pecado? ¿Cómo llegó a estar aquí, en la creación de un Dios perfecto y bueno? Llegó cuando una parte de la creación se apartó de la voluntad de Dios y entró en la voluntad propia. Es decir, cuando el hombre comenzó a vivir y a permanecer en la voluntad propia. La voluntad de Dios, como dice la Escritura, es “buena, perfecta y agradable.” Pero si das solo un paso fuera de esa voluntad, fuera de ese río de vida, poder y bien, entonces entras en algo malo, algo contrario. Y si continúas caminando y viviendo en la voluntad propia, entonces permaneces en lo malo, permaneces en el pecado, y te encuentras con la ley del pecado y de la muerte. Esta es una ley inquebrantable para quienes viven fuera de la voluntad de Dios.
Ahora quiero acercarme un poco más a nuestro tema y hacer la pregunta: ¿CÓMO es que el hombre permanece en el pecado, en las tinieblas, en la muerte? ¿Cómo lo hace? Si consideramos esta pregunta seriamente, creo que todos conocemos la respuesta. El hombre permanece en el pecado con su voluntad. Lo elige. No lo hace accidentalmente. No es forzado a ello por algo o alguien más. No, lo hace al apartarse de Dios, al dejar de mirar a Dios, y luego al seguir voluntaria y constantemente un deseo que conduce fuera de la naturaleza, vida y justicia de Dios.
Esto fue lo que sucedió en el principio. Esta fue la causa de la caída del hombre, la razón por la cual murió a la vida de Dios. Todos sabemos que pecó, que comió del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero la razón por la cual esto fue malo, peligroso y pecaminoso, fue porque fue una elección de dejar de vivir y permanecer en la voluntad de Dios. Fue una elección de salirse de la voluntad de Dios y comenzar a vivir en la voluntad propia, en otro río, que corría en una dirección diferente.
Y nuevamente, esto fue un acto de parte del hombre. Lo hizo activamente, con su voluntad, con su corazón, con sus ojos, con su tiempo, con su mente, con su fuerza. Empezó a seguir su propia voluntad como su guía en todas las cosas. Pensaba continuamente en cómo podía complacerse a sí mismo con las cosas del tiempo, con las cosas del mundo. Se volvió hacia el mundo con fines egoístas, por los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de su propia vida. Cada día, cada hora, cada minuto que estaba despierto, escuchaba, anhelaba y seguía la voz de su propio deseo. Se amó a sí mismo en el mundo. Y amó al mundo por sí mismo. Fue algo activo.
Quizás puedan ver hacia dónde voy con esto. Porque permanecer en Cristo también es algo muy activo, y ya llegaré a eso. Pero primero me gustaría que entendiéramos que esto es lo que significa permanecer en la voluntad propia. Significa mirar, volverse y seguir activamente, con nuestro terreno interior, con las facultades y recursos de nuestro hombre interno—toda nuestra voluntad, corazón, atención, tiempo, mente y fuerza— volverse para vivir en y seguir los deseos del yo. Y esto se ha vuelto tan normal para el hombre natural, que ni siquiera nos damos cuenta de que lo estamos haciendo. Ni siquiera notamos que hay otra opción, otro Líder, otra voz, otro lugar donde permanecer.
El hombre está tan caído, tan roto, tan perdido en el amor propio, que ni siquiera se da cuenta de que, desde el momento en que se despierta hasta el momento en que se acuesta, hace casi nada más que buscar y seguir los deseos del yo. Las decisiones que tomamos, las palabras que hablamos, las relaciones que buscamos, la razón por la que trabajamos, la razón por la que tomamos clases, las cosas que hacemos con nuestros teléfonos, las cosas que hacemos para entretenernos, los alimentos que elegimos comer, las metas y sueños que tenemos, TODO ello (en el hombre carnal) es un permanecer continuo y activo en la voluntad propia. Trabajamos arduamente en ello. Somos fieles en buscar y morar en el amor propio, y esto es completamente normal en el mundo en el que vivimos.
Nadie lo cuestiona, nadie se queja de ello, a menos que TU búsqueda del yo interfiera con MI búsqueda del yo. Ese es el único problema que el hombre natural tiene con esta forma de vivir. Al hombre no le importa que esto sea una manera egoísta, orgullosa, codiciosa, envidiosa y vergonzosa de vivir. Solo le importa cuando tu amor propio interfiere con mi amor propio. ¡Entonces has ido demasiado lejos!
¡Es muy feo, y sin embargo muy común! La voluntad propia es la energía que hace que este mundo funcione. ¡Yo, mi, mío! Mueve a presidentes y reyes, congresos y parlamentos. Es el motor de nuestras relaciones, de nuestros negocios y de nuestra educación. Santiago pregunta: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra.” (Santiago 4:1) En otro lugar dice: “cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte.” (Santiago 1:14-15)
¿Ves lo que Santiago está diciendo aquí? Nos está diciendo que la voluntad apartada de Dios, el deseo del hombre apartado de Dios, es la madre del pecado y la madre de la guerra. El hombre mira fuera de la voluntad de Dios, ve una manera de amarse a sí mismo en el mundo, o una manera de amar el mundo por sí mismo, y se deja arrastrar. Y cuando su voluntad se une con algo fuera de la voluntad de Dios, entonces hay una concepción, nace un bebé, y a ese bebé se le llama pecado. Así es como el hombre natural vive en el mundo. Permanece en la voluntad propia, persiguiendo las vanidades pasajeras del tiempo, y sería totalmente incapaz de hacer otra cosa a menos que Dios interviniera.
Pero Dios ha intervenido. Ha hecho algo en nuestro favor para ayudarnos. Nos ha dado algo más en lo que podemos aprender a permanecer.
Bueno, para ser más exactos, Él ha venido en nuestra naturaleza. Dios se hizo carne, y en nuestra naturaleza caída (aunque sin haber cometido nunca pecado), venció todo poder del mal, de la oscuridad y de la muerte que mantenía al hombre en su condición caída. Dios se unió al hombre y luego abrió un camino para que el hombre se uniera a Su Espíritu. Nació de nuestra carne, para que nosotros pudiéramos nacer de Su Espíritu y dejar nuestra condición caída. Se dio a sí mismo como sacrificio por los pecados pasados, abrió la puerta a un camino nuevo y vivo para salir de la esclavitud del yo y de Satanás, y compartió Su Espíritu vencedor con toda la humanidad. Hizo algo externamente—vino como hombre para vencer todos los obstáculos a nuestra redención. Y hizo algo internamente—sembró una semilla de Su propia gracia, vida y luz en el terreno del corazón humano, dando al hombre un talento, una perla, una semilla de gracia, una Palabra implantada, que si no se pasa por alto, ni se pisotea, es tanto dispuesta como capaz de salvar el alma.
¡Pero esperen, hay una condición! El don no salva automática e instantáneamente el alma (como muchos enseñan erróneamente). No. Debemos aprender a PERMANECER en él, para ser hechos libres por él. Hemos recibido un Espíritu, y ahora debemos aprender a vivir en el Espíritu. Hemos recibido una nueva luz, y ahora debemos caminar en la luz. Hemos recibido una Palabra implantada, y ahora debemos permanecer en esa Palabra. Y esto es lo que Jesús nos dice muy claramente en las siguientes palabras:
Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.
La próxima vez que comparta, quiero hablar específicamente de este versículo, porque esto no es solo una nueva manera de creer. Esto se trata de una nueva manera de vivir. Es algo nuevo en lo que permanecer.