Guardar el Pacto
Parte 4 de El Nuevo Pacto
Terminé la vez pasada hablando de la necesidad de familiarizarnos con la vida o Espíritu de Dios, y con Su obra en nuestros corazones, para poder realmente caminar en el nuevo pacto, y guardar el pacto. Hablé acerca de aprender verdaderamente a escuchar Su voz, a ser guiados por Él, gobernados por Él, a caminar en Su luz. En el Nuevo Testamento se habla de esta necesidad de muchas maneras diferentes. Jesús nos dice que sus ovejas conocen su voz y que de ningún modo “seguirán a un extraño”. Pablo nos dice que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” En otro lugar Jesús dice: “¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él.” Aquí Jesús implica claramente que debemos ser guiados, y aprender a caminar por una luz que está EN NOSOTROS.
De hecho, todo el Nuevo Testamento asume una familiaridad con el Espíritu de Dios. A los cristianos se les dice que caminen en el Espíritu, que vivan en el Espíritu, que oren en el Espíritu, que amen en el Espíritu, que adoren en Espíritu y en verdad. Debemos ser enseñados por el Espíritu, lavados, santificados y justificados por el Espíritu. Tenemos que comenzar en el Espíritu y tener cuidado de no tratar de continuar en la carne. Debemos hacer morir las obras de la carne por el Espíritu, ser transformados a la misma imagen por el Espíritu, etc. etc.
Ahora bien, creo que hay una razón muy sencilla por la que muy pocos de nosotros estamos familiarizados con la luz o la voz o el movimiento del Espíritu de Dios. Y esa razón es la siguiente: porque, a menudo, sin siquiera entender cómo y por qué, contristamos, apagamos y resistimos al Espíritu de Dios, al continuar sin pensar o sin darnos cuenta, viviendo nuestra propia vida en la carne. Los cristianos a menudo se ofenden por esta idea. Se apresuran a defenderse y a insistir en que nunca harían tal cosa. Pero argumentar de esta manera muestra un gran grado de incomprensión con respecto a lo que el hombre ES en su condición natural y caída. Pablo nos dice que “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí” (Gal 5:17). Aquí vemos que resistir al Espíritu es muy fácil. Porque lo único que tenemos que hacer para resistir al Espíritu de Dios, para contristar o apagar Su obra en el corazón, es seguir viviendo en esa vida que siempre se opone a Él. La carne, el hombre natural, el primer nacimiento, SIEMPRE pone su deseo en contra del Espíritu.
Me gustaría compartir contigo algo de mi propia experiencia. Todo en mi vida empezó a cambiar dramáticamente, cuando empecé a creer en la luz. Jesús dice en Juan 12:36 “Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz”. Ahora no quiero decir que todo cambió cuando empecé a creer que Jesús era la luz. Creo que he creído eso desde que era un niño pequeño. Casi todos los cristianos creen que Cristo es la luz, y que Él dijo “Yo soy la luz del mundo”. Pero quiero decir que todo empezó a cambiar en mi vida cuando empecé a creer que la luz que YA estaba experimentando en mi propio corazón y conciencia, ERA Jesucristo, y no sólo mis propias convicciones y sentimientos naturales.
Durante años había creído que Cristo era la luz del mundo, pero cuando imaginaba cómo experimentamos Su luz, pensaba principalmente en cosas como revelaciones profundas, o visiones, o misterios espirituales que se dan a conocer a mi mente. Por supuesto, el Señor puede hacer estas cosas. Pero cuando experimentaba convicciones por hablar palabras vanas, o una punzada en mi conciencia por mis deseos, o una sensación de incomodidad por mi egoísmo, o vergüenza por dar mis ojos o mi tiempo al mundo, no creía que ESTO fuera Jesucristo, la luz del mundo. El mundo me había enseñado (los amigos, la familia y la cultura) a prestar poca atención a estos sentimientos, a no hablar de ellos, a no obedecerlos y a no preocuparme por ellos.
Y lo que estoy tratando de decirte es que todo comenzó a cambiar en mi vida cuando empecé a creer que esta pequeña luz, o esta pequeña capacidad de ver cosas en mí mismo—una luz que a menudo me molestaba, me corregía e interrumpía mi placer—no era de mi carne, no era el diablo, no era mi conciencia natural, no eran sólo cosas que aprendí de mi cultura, sino que era la luz de Jesucristo brillando EN mi conciencia para enseñarme cómo caminar en Su vida.
Cuando empecé a creer en ESTA luz, y a prestarle atención, y a tratar realmente de obedecerla y seguirla fuera de muchas cosas, y hacia otras cosas, entonces no pasó mucho tiempo antes de que sintiera que mi sensibilidad a ella crecía. Quiero decir, con un poco de tiempo y fidelidad, la voz se oía más fuerte, la luz parecía más brillante, las convicciones y enseñanzas eran más pesadas. Sentía el mal de las cosas malas con mayor claridad, o mayor conciencia. Llegué a ser más consciente de lo que era pecado, y por qué era pecado y por qué era tan peligroso. Como dice Pablo, rápidamente “el pecado llegó a ser sobremanera pecaminoso” (Rom 7:13). Y puedo atestiguar que también sentí que poco a poco empezaba a amar la justicia, a desear la pureza, la inocencia, el bien. Me volví más sensible a la verdadera naturaleza de las cosas, y no sólo a su apariencia. En resumen, sentí que el Señor estaba comenzando a escribir Su ley en mi corazón, no sólo una lista de lo que se debe y no se debe hacer, sino una creciente sensibilidad a Su vida, una sensibilidad a cuándo lo estaba contristando o complaciendo, cuándo estaba permaneciendo dentro de los límites de Su vida y Su verdad, y cuándo estaba siguiendo mi propia voluntad fuera de esos límites.
Esta ha sido mi experiencia, y me considero todavía joven y torpe en ella, y sé que me queda mucho camino por delante. Sin embargo, cuando empecé a experimentar esto más y más, me di cuenta de que los cuadros que Dios nos ha dado en el antiguo pacto son cuadros externos de esta misma experiencia. Quiero compartir contigo lo que quiero decir.
Dios abrió una puerta para que Israel saliera de Egipto a través de la sangre de un cordero. Ustedes conocen la historia. Ellos pintaron la sangre del cordero sobre sus puertas, y con este cuadro Dios abrió un camino para salir de Egipto. Él partió el Mar Rojo, y sacó a Israel de Egipto a una relación de pacto con Él. El no solo partió el Mar Rojo y les dijo a todos que corrieran por sus vidas en cualquier dirección que quisieran. Él los trajo a una relación muy específica, una relación que tenía límites y fronteras muy específicas, y que iba en una dirección muy específica.
Creo que es útil pensar en este pacto como un gran círculo de luz y vida. Dios sacó a Israel de Egipto, lo llevó al desierto y lo colocó en un gran círculo de luz y vida. Y luego les dijo que mientras permanecieran dentro del círculo, estarían a salvo. En el círculo, en el pacto, permanecerían con Él, caminarían con Él, viajarían continuamente hacia la Tierra Prometida y vencerían a todos sus enemigos. Si permanecieran en el círculo de vida y luz, experimentarían el perdón de los pecados y la purificación de la impureza. En el círculo aprenderían la justicia y la sabiduría de Dios, aprenderían cómo adorarle, cómo acercarse a Él, cómo experimentar Su presencia, poder y pureza. Pero si salieran del círculo, transgredieran los límites del pacto, las fronteras del pacto, entonces sólo encontrarían la muerte.
Ahora en el antiguo pacto todo esto era visto y experimentado en formas externas, con cuadros externos y símbolos y tipos y sombras. La justicia era descrita externamente en leyes y mandamientos. La purificación estaba en cuerpos, platos, vasijas y ropas. El perdón se mostraba a través de la muerte de animales. La adoración se realizaba con ofrendas externas, fragancias y sacerdotes. La victoria era sobre enemigos externos con batallas externas. Y la muerte que ellos experimentaban cuando se salían del pacto o círculo, era una muerte que se manifestaba físicamente con plagas, serpientes, juicios, destrucción por enemigos, apedreamiento, fuego proveniente de la presencia del Señor, o incluso la tierra abriéndose y tragándose a los que rompían el pacto.
Todas estas cosas eran externas, mostradas a Israel en formas físicas, discernibles a los sentidos naturales. Pero lo que estoy tratando de mostrarte es que Israel, al principio, no sabía cómo caminar con Dios en este círculo de vida y luz. No sabían cómo caminar en su pacto, y por eso Dios comenzó a enseñarles los límites de la vida. Dios comenzó a mostrarles cómo permanecer cerca de Él, a permanecer dentro de los límites de este círculo. En el antiguo pacto, Él no escribía los límites, o el acuerdo, o el entendimiento del pacto en las tablas del corazón. No, en el antiguo pacto Él los escribía en piedras y pergaminos. Pero si ellos estaban dispuestos a prestarle atención, y escuchar Su voz, Él les enseñaba los límites de la luz y la vida. Les mostró cuándo transgredían o cruzaban los límites. Y cuando se salían del pacto por negligencia, descuido o debilidad, les mostraba cómo volver a entrar.
Ahora bien, cuando salieron de Egipto, Él también les dijo que, en este pacto, les quitaría toda enfermedad externa. En Éxodo 23:35, y en Deuteronomio 7:15 dijo: “Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren.” Y por lo tanto, cada vez que el pueblo veía llagas, o infecciones, o lepra, o cualquier tipo de enfermedad en el campamento, sabía que algo andaba mal. Alguien o algo había roto el pacto. Así que, se les dijo que fueran inmediatamente al sacerdote para mostrarle la llaga, o la lepra, infección o enfermedad para que él pudiera determinar la causa, y enseñarles la manera de curarse. Por supuesto que hay muchos detalles en todo esto, y los detalles son interesantes e importantes. Pero en resumen, Dios les mostró que todo lo que provenía de su carne, o crecía en su carne, o fluía de su carne, los hacía inmundos, y necesitaban ser lavados, renovados y purificados de ello.
Y lo que quiero decir es que, poco a poco, algunos de ellos, los fieles (como Josué y Caleb) aprendieron a caminar con Dios en el pacto que Él había establecido. Aprendieron a vivir dentro del círculo de luz y vida, y a experimentar la presencia de Dios y Su obra en ellos. Pero la gran mayoría de Israel (tristemente) continuamente rompía el pacto, transgredía los límites, no sometía su voluntad a vivir y caminar donde estaba la vida. No quisieron caminar donde podían crecer en la experiencia de la presencia, el poder, la bondad y el propósito de Dios. Ignoraron la ley, cerraron los ojos a los límites, quisieron otro líder, quisieron seguir los deseos de su propio corazón.
Todo esto nos fue mostrado en cuadros externos. La de ellos era una ley externa, en un pacto externo, escrito en tablas de piedra. Pero la nuestra es una ley interna, con un pacto interno, escrito en tablas del corazón humano. Pero es importante que entendamos que Dios no cambió de idea cuando introdujo el nuevo pacto; Él cumplió Su idea. Cristo no vino con una nueva idea; Cristo cumplió la única idea que Él siempre había tenido acerca de una relación con El mismo. “Vida en mi Hijo”—esa era la idea detrás del antiguo pacto, y nos fue mostrada en palabras externas y leyes y cuadros. “Vida en mi Hijo” también es la realidad del nuevo pacto. Ahora Dios ha quitado los cuadros externos, pero no ha cambiado el plan. La hora llegó (como Jesús le dijo a la mujer samaritana) cuando todas estas cosas iban a ser conocidas y experimentadas en Espíritu y Verdad, pero era la misma vida, la misma salvación, el mismo Salvador que Dios estaba señalando en cada jota y tilde de la ley.
Repito, la nuestra es una ley interior, escrita en el corazón humano. Y sólo hay una ley en el nuevo pacto, y todas las demás leyes están contenidas en ella. Es “la ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús”. Y nuestro pacto interno, también es algo así como un círculo de vida y luz, en el que debemos aprender a permanecer y vivir y caminar. No es un cuadro o sombra o figura de Cristo en cosas externas, sino la vida y luz mismas del Hijo de Dios, brillando en el centro del alma humana. Ese es nuestro pacto. Es Dios, hablando en medio de ese círculo de vida y luz—que es Cristo—y diciendo: “Si quieres conocer la vida, debes conocerla aquí. Si quieres experimentar mi vida, mi poder, mi victoria, mi purificación, mi adoración, mi redención, debes aprender a caminar aquí”.
Ahora, por supuesto, no quiero decir que Cristo sea literalmente un círculo en tu corazón. Sólo quiero pintar un cuadro mental del hecho de que, en ti, como cristia no, hay algo que es la vida Cristo, una medida de Cristo, y que también hay algo que no lo es. Quiero decir que, aunque hayas recibido a Cristo, todavía es posible y muy común permanecer en la carne, caminar en la carne, vivir en el yo, y no experimentar el pacto. Porque el pacto es con la Semilla.
Puedo imaginarme a alguien discutiendo conmigo y diciendo: “Pablo nos dice que debemos ‘considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro’”. Sí, deberíamos considerarnos muertos, ¡y deberíamos vivir así también! No como un truco mental, pensando cosas sobre nosotros que ni siquiera estamos viviendo o experimentando. Porque, en el versículo siguiente, Pablo dice: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.”
Y lo que estoy tratando de decir con todo esto es que, así como la gran mayoría de Israel, tanto cuando estaban en el desierto, como cuando estaban en la tierra prometida, en el tiempo de Moisés, de los jueces y de los reyes, la mayoría no prestó atención, no aprendió y no se mantuvo dentro de los límites de su pacto, ASÍ TAMBIÉN los cristianos de hoy no prestamos atención a los límites de nuestro pacto interno, a la “ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”, a la ley que es luz brillando en el corazón. No hemos aprendido los límites, la diferencia entre nuestra carne, y la vida de Cristo que está en nosotros. No conocemos realmente la voz del Señor, Su Espíritu en nosotros. No podemos distinguir entre nuestra propia voluntad, nuestros propios pensamientos, nuestros propios deseos, y los de Él. No hemos dejado que el Señor escriba su ley en las tablas de nuestro corazón. No hemos entendido lo que está escrito en Proverbios 6:23 “Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen.”
Cuando hemos encontrado cosas manifestándose en nuestra carne, o creciendo en nuestra carne, no hemos corrido al Sumo Sacerdote para preguntarle qué es, por qué está ahí, y cómo ser libres de ello. No me refiero a enfermedades externas. Me refiero a cosas que fluyen y crecen en la naturaleza de la carne. Cuando hemos sentido las punzadas de nuestra conciencia, o vergüenza por hacer y pensar mal, no lo hemos llevado al Sacerdote. Cuando hemos sentido que el egoísmo, el orgullo, la envidia, la lujuria, la vanidad, la codicia, la ira, la inseguridad, el amor al mundo, los deseos terrenales, y otras cosas semejantes estaban creciendo en esa naturaleza egipcia, esa naturaleza esclavizada y caída, no lo hemos llevado al sacerdote para recibir la cura.
En lugar de eso, escondemos nuestras llagas, ponemos excusas por nuestra lepra, nos comparamos con los que son peores que nosotros, y así seguimos dando vueltas en el desierto, aprendiendo un cristianismo de palabras, conceptos, ideas, doctrinas y actividades, pero avanzando poco o nada hacia la Tierra Prometida. ¿Entiendes lo que te digo?
La experiencia de cada cosa buena que Dios deseaba hacer en Israel dependía de si ellos guardaban el pacto. Podríamos encontrar fácilmente 100 versículos ahora mismo en los que Dios afirma claramente que todos los problemas de Israel fueron provocados por ellos mismos al no guardar su pacto. Su debilidad, su corrupción, sus derrotas en batalla, sus pérdidas de tierra, sus hambrunas y plagas, la esterilidad, la confusión, el cautiverio y su destrucción final. Todo ello fue debido a que no quisieron caminar en el círculo de luz y vida que Dios les había dado. Lo mismo es cierto para ti y para mí. No hay nada más que la muerte para nosotros más allá de los límites del pacto. No me refiero a la muerte física, o a la enfermedad física. Quiero decir que lo único que encontraremos fuera de la vida y la luz de Cristo es la vida del YO. Ahí, solo encontraremos a nosotros mismos, con toda la maldad, muerte, oscuridad que hay en el primer nacimiento, el hombre natural.
Cuando no creemos en la luz, y aprendemos a conocer y obedecer la “ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús” entonces perdemos toda sensibilidad a la voz de Dios. ¿No es esto lo que Jesús decía continuamente a los judíos de Su tiempo? Les decía que tenían ojos, pero no veían. Decía que tenían oídos, pero no oían. Incluso a sus propios discípulos, les dijo varias veces que sus corazones seguían siendo duros. Pablo habló de los que se habían “perdido toda sensibilidad” (Ef. 4:19). Dijo que era posible tener “la conciencia cauterizada” (1Tim 4:2). ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo ocurre? Estoy convencido, por experiencia propia, de que es el resultado de no creer en la luz, de no prestar atención a la luz, o a la voz apacible y delicada de Cristo en nuestro corazón.
Vemos una medida de Su luz, al menos en ciertos momentos y tiempos. Oímos su voz hablando, corrigiendo, advirtiendo, invitando. Pero hemos aprendido a decir: “¡Esta no es la voz del Hijo de Dios! Estos no son los límites del pacto”. La voz de nuestra propia voluntad se ha hecho fuerte y dominante, y nos hemos acostumbrado a escucharla y obedecerla. Y cuando la seguimos fuera de la luz, perdemos nuestra experiencia del poder de Dios, dejamos de crecer y dejamos de avanzar. ¿Te acuerdas de Acán en Josué capítulo 7? Acán se aferró a algo que era contrario al pacto, lo escondió bajo su tienda, e INMEDIATAMENTE Israel perdió todo poder para luchar contra sus enemigos. Josué estaba confundido, cayó sobre su rostro y comenzó a quejarse al Señor. Pero el Señor le dijo:
“Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé… Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros.”
Es como si Dios dijera: “Josué, ¡levántate! ¿Por qué estás confundido? El problema es evidente. ¿Pensabas que podías seguir caminando en el Espíritu mientras Israel se aferraba a la carne? ¿Pensabas que podías vencer a tus enemigos cuando Israel quebrantaba el pacto?”
Como cristianos a menudo leemos versículos como Jeremías 31 sobre el nuevo pacto, y sobre una ley escrita en nuestros corazones, y asumimos que esto es inmediata y automáticamente nuestra experiencia. Pero lo que estoy tratando de decirles es que tenemos que aprender a caminar en el pacto. Tenemos que permitir que el Señor lo escriba en nuestros corazones, y tenemos que leerlo y obedecerlo allí. Tal vez pienses que esto suena místico, pero se vuelve muy discernible y práctico. Y la verdad es que ya has sentido algunos de los límites de esta ley interna. Y si ahora te estás dando cuenta de que la has ignorado, o no te has sometido a ella, o no la has aprendido, ahora es tu llamado a regresar. Ahora es tu llamado a arrepentirte, a volver a la LUZ que te enseña la VIDA. Si no amas la luz, nunca crecerás en la vida. Si no caminas en la luz, nunca encontrarás la comunión con el Padre y con el Hijo.
Pero si crees en la luz, entonces mantente despierto y vuelto a ella, velando en ella, aprende a caminar en ella, a permanecer en ella, a no salir nunca de ella. Te volverás más sensible. Tus sentidos espirituales, como dice Pablo, serán ejercitados, por razón del uso, para discernir tanto el bien como el mal (Heb. 5:14). La luz de Cristo, cuando es seguida y obedecida, da cabida a la vida de Cristo. Creo que esto es precisamente lo que Jesús quiso decir cuando dijo, Juan 12:36 “Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz.”