Encontrar y Seguir al Rey
Parte 3 de El Reino de Dios
Hasta ahora hemos hablado de lo que es el reino de Dios y de dónde se encuentra. Para repasar por un momento, hemos visto que el reino de Dios es un ambiente donde todo existe en perfecta armonía o unión con la naturaleza, voluntad, propósito y pureza de Dios. Es como una tierra conquistada, un entorno sobre el que Dios tiene total soberanía, y en el que Dios tiene perfecta expresión y gloria. Se podría decir que es una tierra o ambiente o creación que se convierte en un perfecto reflejo o manifestación de la vida, la naturaleza, el gobierno del Rey. Un entorno que no tiene nada contrario, ninguna enemistad, hostilidad o enemigos. Está totalmente sometido, totalmente habitado y totalmente vivo con la voluntad, la naturaleza y la gloria del Rey.
Este es mi intento de describir QUÉ es. Y con respecto a DÓNDE está, hemos dicho que, por extraño que pueda parecer a la mente carnal del hombre, esta tierra o entorno está DENTRO del hombre. O al menos debemos decir que el reino tiene que encontrarse primero dentro de nosotros, antes de que pueda haber alguna experiencia o expresión de él fuera de nosotros. Nunca experimentaremos o disfrutaremos nada del reino de Dios en otros, o en ángeles, o en la eternidad, a menos que primero experimentemos la llegada de ese reino en nosotros mismos. No podemos entrar en él, a menos que primero lo recibamos dentro de nosotros. Esto es precisamente lo que Jesús dijo, Luc. 18:17 “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.”
¿Has considerado alguna vez esta Escritura? De ninguna manera entrarás en el reino, a menos que primero lo recibas como un niño pequeño. En otras palabras, tiene que estar en ti, antes de que tú puedas estar en él. O se podría decir, nunca lo experimentarás en ningún lugar, a menos que esté reinando primero en ti. Si eres contrario al reino, si vives bajo otro gobierno, en otra naturaleza, otra vida, en la vida de la carne, la vida del primer nacimiento, la vida de Adán, entonces de ninguna manera podrás verlo o entrar en él.
Imagina que una piedra pudiera hablar, y de alguna manera te preguntara: “¿Qué debo hacer para entrar en el reino vegetal?”. Por supuesto responderías, debes nacer de nuevo como una planta. Debes tener vida vegetal dentro de ti. Y si la piedra te preguntara: “¿Y qué debo hacer para ver y experimentar el reino animal?” Dirías, tienes que experimentar un nacimiento como animal. Tienes que tener vida animal dentro de ti.
De una manera muy similar, y por exactamente la misma razón, Jesús le dijo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Nicodemo, no puedes entenderlo, no puedes entrar en él, ni siquiera puedes verlo, a menos que nazcas de su naturaleza. "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” Lo que nace de planta, planta es. Lo que nace de animal , animal es.
¿Puedes ver lo que Jesús nos está diciendo aquí? El reino de Dios es un reino espiritual; es el reino del Espíritu, de la naturaleza, de la voluntad y del poder de Dios. Si sigues viviendo en la carne, no podrás verlo ni entrar en él. Si sigues viviendo en lo que NO está en y bajo el gobierno espiritual de Dios, si continúas viviendo en la carne, en el yo, en un estado de separación de Dios, entonces nunca podrás conocer el reino de Dios. Dios no puede llevarte a él, a menos que seas de su naturaleza y estés bajo su poder.
Entonces, Nicodemo podría preguntar: “¿Qué necesito entonces?” Y Jesús podría responder: “Primero necesitas que algo de la vida de Dios entre en ti y cobre vida en ti. Necesitas recibirla con mansedumbre, volverte a ella, amar su aparición, darle espacio y libertad y buena tierra, para que pueda producir un nacimiento en ti de su propia vida y naturaleza. ¡Pero no puedes detenerte ahí! Luego debes permitir que esa vida crezca, llene y se extienda por cada ciudad de tu corazón, por cada rincón de tu alma. Debes “recibir un reino inconmovible” (Heb. 12:28) y dejar que este reino conmueva y elimine todas las cosas movibles en ti. Así es como el reino entra en ti, y como tú entras en el reino.
Tal vez esto suene extraño para algunos de nosotros debido a nuestros oídos incircuncisos. Pero no estoy diciendo nada aparte de lo que todos podemos leer claramente en las Escrituras. El reino de Dios no es algo natural o externo que pueda ser entendido con mentes naturales y sentidos externos. Si lo fuera, Jesús no habría utilizado tantas figuras simbólicas y parábolas para describirlo. En un momento dado, Jesús dijo a sus seguidores: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos”. Aquí habla de los misterios del reino. ¿Cuáles son esos misterios?
Bueno, ya hemos hablado de uno de ellos, el hecho de que el reino de Dios está dentro del hombre. Leímos en Lucas 17:21. “El reino de Dios no vendrá con observación; Ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque, he aquí, el reino de Dios dentro de vosotros está.” Esta palabra era dura para los judíos del primer siglo. También es dura para muchos de nosotros. Pero quizás lo que aumentó su confusión fue que Jesús también les dijo que tenían que BUSCAR el reino. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia.” Qué extraño. Nos dice que el reino de Dios se encuentra dentro de nosotros, ¿y aún así tenemos que buscarlo? ¿Por qué tenemos que buscarlo si se encuentra dentro de nosotros? He aquí, mis amigos, ¡otro misterio del reino! Hay que buscarlo porque es como un pequeño grano de mostaza. Porque es como un tesoro escondido en un campo, una moneda perdida en nuestra propia casa, una pequeña perla de gran precio. El reino y el poder de Dios son sembrados por Él en el corazón del hombre, pero no son encontrados por el hombre, ni experimentados por el hombre a menos que éste se vuelva y lo busque.
Esto es similar a lo que Pablo dijo a los atenienses: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos.” (Hech. 17:26-28)
En el tiempo que nos queda, quiero compartir con ustedes algunas cosas muy prácticas sobre cómo buscamos, encontramos y experimentamos el reino de Dios. Todo lo que he compartido hasta ahora este fin de semana no será más que información en nuestro cerebro si no aprendemos realmente a “recibir el reino como un niño pequeño”. Es fácil hablar de cosas espirituales, pero vivir en el reino y bajo el poder de Dios es otra cosa. Pablo dice, 1 Cor. 4:20 "Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder.” Así que, no debemos meramente aprender palabras verdaderas, tenemos que aprender a vivir en y bajo el poder de Dios.
Hubo un tiempo en que la tierra de Israel vivía bajo un rey llamado Saúl, quien de muchas maneras llegó a representar la vida del yo, o el reino del yo en el hombre. Saúl comenzó bien, siendo pequeño ante sus propios ojos, pero pronto comenzó a buscar su propia grandeza, a pelear sus propias batallas, a perseguir sus propios propósitos y a resistirse a la voluntad del Señor. Debido a esto, la tierra de Israel pronto se vio dominada por naciones incircuncisas, por filisteos, amalecitas y otros cananeos. Israel empezó a perder batallas, a perder territorio, y poco a poco estaba siendo conquistado por la carne incircuncisa.
Debemos ver en este cuadro del reino de Saúl la condición del hombre aparte del reino de Dios. Como el pobre Saúl, el hombre natural vive su propia vida, sigue su propia voluntad, lucha por su propio reino, lucha contra la Verdad, y poco a poco se destruye a sí mismo. Este es siempre el caso en la tierra de nuestros corazones cuando el yo está en el trono. Cuando reina el yo, el amor propio, la voluntad propia, entonces la naturaleza filistea toma cada vez más terreno en nosotros. No podemos hacer frente a la fuerza de la carne pecaminosa a menos que nos mantengamos en el poder de Dios. Dondequiera que las personas vivan en la voluntad propia, son conquistadas lenta y constantemente por la naturaleza transgresora, por los poderes corruptos y engañosos del pecado.
En medio de esta tierra, este reino egoísta de tinieblas, Dios ungió a un joven pastor llamado David, y lo declaró el verdadero y legítimo rey sobre toda Su tierra. No era grande a los ojos del pueblo. De hecho, era el más joven y pequeño de todos sus hermanos. Israel no lo conocía. Saúl no lo conocía. Ni siquiera sus hermanos reconocieron su autoridad hasta que se puso delante de un gigante incircunciso y dijo: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para desafiar a los ejércitos del Dios viviente?” (1 Sam. 17:26) Esto es lo que quiero que veas: David fue reconocido por Su oposición, Su enemistad, y Su poder sobre la carne incircuncisa. Así es como Israel vio y discernió a su verdadero líder. Y entonces, uniendo sus corazones, uniendo sus voluntades a este joven rey, su reino creció, su victoria creció, su poder se extendió por la tierra. Se convirtió tanto en el Salvador de Israel como en el destructor de todo poder incircunciso.
Y toma nota de la manera en que Israel se unió a este nuevo rey. “David se fue de allí y se refugió en la cueva de Adulam. Cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, descendieron a él allá. Todo el que estaba en apuros, todo el que estaba endeudado y todo el que estaba descontento se unió a él, y él vino a ser jefe sobre ellos. Y había con él unos cuatrocientos hombres.” (1 Sam. 22:1-2) Todos los que estaban cansados y descontentos con el reino de Saúl, el reino del yo, todos los que sentían su propia angustia, su propia deuda, la plaga de su propio corazón, éstos se unieron a David en su cueva, se unieron a él, y él se convirtió en capitán sobre ellos. Y así el reino de David creció y ganó fuerza, y poco a poco los filisteos fueron expulsados, y la casa de Saúl quedó bajo el gobierno de David.
Este es un breve resumen. Confío en que la mayoría de ustedes hayan leído estas historias y estén familiarizados con estos versículos. Saben que no estoy hablando de estas cosas para repasar la historia del antiguo Israel. Estoy hablando de estas cosas porque fueron registradas en las Escrituras para nuestra instrucción, y a partir de esta historia (y muchas otras que son similares) podemos entender cómo encontrar y experimentar el reino de Dios.
Amigos míos, nuestras almas, aparte de Cristo, son un reino del YO que está plagado de enemigos incircuncisos. Seguir nuestra propia voluntad, vivir nuestras propias vidas en la carne, perseguir nuestros propios sueños y metas, y escuchar el consejo mentiroso de muchas voces malignas, incluso como cristianos, nos ha llevado (como a Saúl) a una horrible condición de ceguera, frialdad, muerte, oscuridad, insensibilidad, confusión, inseguridad, orgullo, pereza, codicia, egoísmo, envidia, ira, lujuria, corrupción, idolatría, y todo otro tipo de mal que es contrario a la voluntad y la naturaleza de Dios. ¡Oh, qué lamentable es el estado de los seres humanos cuando el yo es su rey! ¡Cómo desperdiciamos nuestras vidas en los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, persiguiendo la vanidad y volviéndonos vanos!
Pero en medio de esta condición, Dios unge a un Pastor que puede liberarnos. Dios concede una unción que permanece en nosotros y puede enseñarnos todas las cosas (1 Juan 2:27). Hay un don de gracia, una pequeña perla, una pequeña semilla que ha sido sembrada en todo tipo de tierra. Ésta, dice Jesús, es la “palabra viva del Reino”. Los cristianos se apresuran a decir que tienen esta semilla, o que han encontrado esta perla, simplemente porque creen en las palabras y testimonios externos del Cristo que apareció hace 2000 años como hombre. O porque hemos leído algunas cartas de Pablo que describen experiencias de los cristianos primitivos (aunque no sean nuestras propias experiencias). Pero he visto con mucha claridad que, al igual que David en el comienzo de Su reino, pocos reconocen la voz o la presencia de este Rey interno, y aún menos están viviendo en Su reino de “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.”
Uno podría preguntarse: “¿Entonces, cómo puedo reconocerlo? ¿Cómo puedo oír su voz? Con tanta gente diciendo ‘Helo aquí está el reino, y Helo ahí está el reino’; con tantas doctrinas y maestros y predicadores de YouTube, tantas iglesias divididas, líderes divididos, teologías contradictorias... ¿cómo puedo conocer la voz del Rey?” Esa es una pregunta muy importante. Y permítanme ofrecerles esta respuesta. El verdadero Rey es el que, como David hace 3000 años, está clamando en tu corazón “¿Qué está haciendo este gigante incircunciso en la tierra que Dios ha comprado con la sangre de Su Hijo?” El Rey es el que testifica en contra de la naturaleza filistea dentro de tu corazón. Él no es como Saúl que conserva las mejores cosas de los amalecitas para su propio placer y ganancia. No, el Cristo en ti no hace las paces con nada que sea de naturaleza contraria, de un nacimiento contrario. Su reino no está dispuesto a compartir tu corazón. Él es un hombre fuerte que no compartirá Su casa.
Mis amigos, si alguna vez van a experimentar el reino de Dios, necesitan volverse hacia adentro (¡no hacia afuera!) y prestar atención a la voz en ustedes que clama contra cualquier cosa que no tenga a Cristo como su fuente y naturaleza. Necesitas escuchar esa voz, y dejar que te muestre que estás en angustia, en deuda, y descontento, y luego descender con Él a Su cueva donde Él se convierte en capitán sobre ti.
Tú dirás: “Bien, pero ¿qué significa esto en la práctica?” Significa que tienes que dejar de ignorar la voz que te reprende en secreto, la luz que te muestra que tus obras son malas. Tienes que dejar de buscar otro Salvador aparte del que te muestra que Goliat sigue vivo en tu propio corazón. Todos ustedes han escuchado Su voz, pero no todos se han sometido a Su poder, o han experimentado Su reino. Le han oído testificar en contra de la condición de su tierra interna. No estoy hablando de pecados grandes y obvios que incluso los incrédulos condenarían. Esta voz testifica contra todo, pequeño o grande, que no provenga de la vida de Cristo, la naturaleza del rey. Esta voz quiere limpiar la tierra y llenarla de luz, vida y justicia.
Tal vez hayas oído esta voz decirte que, después de tantos años de ser cristiano, tu vida no debería seguir siendo como es. Tal vez la has escuchado susurrándote al oído que el egoísmo, el orgullo y la concupiscencia todavía viven en ti donde Cristo debería reinar. O la has sentido condenarte por perder tu precioso tiempo en internet o en las redes sociales, por hablar cuando deberías permanecer callado, por alimentar los deseos de la carne, por llamar la atención por lo que dices o por cómo te vistes, por amar el dinero y las posesiones, por preocuparte por tu apariencia física, por los chismes, por la envidia, por las bromas tontas, por seguir teniendo tu tesoro y tu corazón en las cosas de este mundo. O quizás cuando vas a la iglesia oyes que te dice que cantas acerca de cosas que no experimentas. O que tienes un cuaderno lleno de verdades que no vives. O la has oído decir en el secreto de tu corazón: “¿Por qué amas el deporte más que a Mí? ¿Por qué miras continuamente esas imágenes repugnantes en Internet cuando nadie está mirando? ¿Por qué te importa más un teléfono nuevo que un corazón nuevo?”
Sé que todos han oído esta voz en el centro de su alma, donde Dios ha ungido a su testigo fiel para que sea rey sobre la tierra. ¿Me dirás que no es la voz del Hijo de Dios? ¿Crees que es la voz de tu propia carne? ¿Es la carne condenándose a sí misma? ¿Crees que es la voz de Satanás dividido contra sí mismo? ¿Vienen estas convicciones y correcciones del reino de las tinieblas, o es la voz de la Sabiduría que alza su voz en las calles de tu corazón?
Proverbios 1:20-32 “La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas. Clama en los principales lugares de reunión; En las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones. ¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras. Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis... Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos.
¡Ahora estamos hablando de cosas muy prácticas! Y ahora es cuando mucha gente quiere dejar de escuchar. Porque lo que estoy tratando de decirte, y lo que el Señor ha tenido que mostrarme sobre mí mismo, es que ESTA es precisamente la razón por la que experimentamos tan poco del reino de Dios. No conocemos el reino de Dios porque no queremos escuchar y someternos a la voz y luz del Rey. No queremos someternos al poder de Aquel a quien Dios ha ungido para vencer a todo enemigo. Diremos que amamos a Jesús. Diremos que creemos todo lo que está escrito de Él. Pero cuando El habla directamente a nuestros corazones, y desafía a nuestro Goliat, hemos aprendido a decir, “Esa no es Su voz. Ese no es el Rey de Israel”.
Amigos míos, yo tardé demasiado en darme cuenta de que esa voz era la voz de mi Rey. Algunos cristianos dicen: “Esta no es la voz de Dios, porque Dios no quiere que yo viva en condenación”. Tienes razón al decir que Dios no quiere que vivas en condenación. Pero Él no te muestra estas cosas para que vivas en condenación. El te las muestra para que SALGAS de ellas, y así salgas de la condenación. Él manifiesta la carne para que lo sigas fuera de la carne, y aprendas a vivir en el Espíritu. Él manifiesta las plagas en Egipto para que salgas de Egipto. Él hace brillar Su luz sobre todas las cosas que son contrarias a Su naturaleza para que estés dispuesto a morir a esa naturaleza, y vivir en otra. Te muestra los frutos del reino de las tinieblas, para que te vuelvas y te sometas al poder del reino de Dios.
Pero por extraño que suene al oído natural, es fácil pasar por alto la llegada del reino de Dios. En tiempos de David era fácil despreciar al joven pastor que Dios había ungido. En tiempos de Cristo, era fácil despreciar al Nazareno, que no respondía a ninguna de sus expectativas. Y es fácil en nuestros días despreciar la aparición de Cristo en nuestro corazón. Aunque Cristo tiene todo el poder y la autoridad en el cielo y en la tierra, Su reino comienza pequeño, como un grano de mostaza, una pizca de levadura, un tesoro escondido en un campo, y Su voz no es para nada lo que nuestra carne quiere oír. Por eso debemos buscar Su reino, buscar Su aparición, escuchar Su voz, prestar atención a Sus reprensiones. Él está cerca de nosotros, pero debemos buscarlo. El reino de Dios se encuentra dentro, pero el rey habla cosas que no queremos oír. ¿Quién es? Es el que te muestra las piedras, las malas hierbas y los espinos en el jardín de Dios. Él es la luz que brilla en las tinieblas y muestra al hombre que sus obras son malas. Y todo depende de nuestro acuerdo y sumisión a la voz, o a la luz de Cristo.
Así es como experimentamos Su reino. Amamos Su luz. Amamos Su voz. Nos volvemos y seguimos y nos sometemos al poder que testifica contra el pecado, las tinieblas, el orgullo, el egoísmo, la concupiscencia, la envidia y toda cosa inmunda. Al hombre no se le ha dado poder para cambiarse a sí mismo. El no puede producir vida espiritual. Por sí mismo no puede producir justicia, vida, luz, amor, o cualquier cosa que Dios acepte. Pero el hombre sí tiene el poder de volverse y someterse a un rey, y así es cómo experimentamos el reino de Dios.
Te dije que quería decirte algunas cosas muy prácticas. Lo siguiente es lo que quiero que escuches. Cuando sientas que algo testifica en ti contra las tinieblas, ese algo es la luz. Cuando sientas que algo en ti es contrario al pecado, ese algo es justicia. Cuando sientas convicciones por orgullo, manipulación, bromas tontas, amargura, celos, por matar tu precioso tiempo, por vanidad, por alimentar los deseos de la carne, por amar al mundo, etc., cuando sientas estas cosas, que sepas que esta es la voz de tu Rey tratando de salvarte de la naturaleza filistea. No es la voz de tu conciencia natural. Es la luz de Jesucristo brillando en tu conciencia. Y cuando El te hable desde el cielo, no endurezcas tu corazón, ni te justifiques, ni pongas excusas, ni pisotees Su testimonio bajo tus pies.
Hebreos 12:25 “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.”
Hebreos 3:7-8 “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto.”
Cuando puedes sentir que estás angustiado, endeudado y descontento, que hay cosas vivas en ti que deberían estar muertas, y cosas muertas en ti que deberían estar vivas, mis amigo, NO endurezcas tu corazón a esta voz. Esta es la voz del Hijo de Dios que viene a Su templo, para volcar las mesas y echar fuera la naturaleza bestial. Escúchalo. Acepta lo que Él dice. Ama Su aparición. Aférrate a Él. Sométete a Él, y síguelo fuera de toda cosa mala que Él manifieste.
ASÍ es como encontrarás Su reino. Tienes que recibirlo para poder entrar en él. Tienes que dejarlo entrar en ti, y conmover lo que puede ser conmovido. Ama Sus juicios. Ponte de Su lado en contra de ti mismo. Clama a Él y dile: “No se apiade de mí tu ojo, ni me perdone tu mano, hasta que hayas puesto a todo enemigo que hay en mí bajo tus pies.”
Si vives así todos los días, “les será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (2 Pe. 1:11). Si entregas a la espada lo que Él designe para la espada, y entregas al fuego lo que Él designe para el fuego, y entregas al hambre lo que Él designe para el hambre, entonces el reino de las tinieblas perderá su lugar en ti, y en verdad conocerás y vivirás en el reino de Dios.
Amigos, tenemos que volvernos hacia adentro.. El reino de Dios está dentro de ustedes. Los tratos de Dios están dentro de ustedes. La venida de su Rey está dentro de ustedes. Su templo está dentro de ustedes. Y también, Goliat está dentro de ustedes. Vuélvanse hacia adentro, no para mirarse a sí mismos, sino para buscar la voz de Cristo, la luz de Cristo, Su enseñanza, Su corrección. Amen Su venida y encontrarán Su reino.