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El Desierto

Parte 3 de Familiaridad con el Espíritu

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Permítanme repasar las dos cosas principales de las que ya hemos hablado. La primera, es que no hay manera de ser un cristiano verdadero, vivo y creciente, sin familiarizarse con el Espíritu de Cristo. No es un asunto de aprendizaje humano, disciplina humana, nada humano. El cristianismo es el Espíritu de Cristo viviendo, enseñando, cambiando, llenando y reinando en el corazón del hombre. Y para familiarizarnos con este Espíritu, tenemos que aprender a volvernos hacia adentro, y prestar atención a las apariciones del Espíritu de Dios en nuestros propios corazones. No podemos mirar primero hacia afuera. Primero tenemos que mirar hacia adentro. No quiero decir hacia nosotros mismos. Quiero decir hacia el templo donde aparece el Señor. 

Creo que por eso Salomón, en su larga oración de dedicación después de construir el templo, habla varias veces de volverse y orar hacia el templo de Dios. Dice, por ejemplo: 

Que tus ojos estén abiertos noche y día hacia esta casa, hacia el lugar del cual has dicho: “Mi nombre estará allí,” para que oigas la oración que tu siervo haga hacia este lugar. Y escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren hacia este lugar. (1 Reyes 8:28-29 LBLA [*la palabra hebrea es “hacia”, y no “en” el templo, como en la RV1960])

No se trataba de un lugar mágico, ni de una dirección mágica a la que dirigirse al orar. Porque ni el templo de ladrillos y madera, ni una dirección específica tienen valor espiritual en sí mismos. Pero hay un lugar donde Dios trata con el hombre, un lugar donde Su luz y Su nube aparecen. Y ese lugar está en el interior. Todos hemos leído muchas veces en las Escrituras que Cristo está dentro de nosotros, que el reino de Dios está dentro de nosotros, que el poder de Dios actúa en nosotros, etc. Bien, entonces se deduce naturalmente que debemos prestar atención a lo que sucede dentro de nosotros. Deberíamos prestar atención incluso a las manifestaciones más pequeñas de Su luz en nuestros corazones

Eso fue lo primero de lo que hablamos. Lo segundo fue el hecho de que volverse hacia esta luz, o semilla, o gracia que aparece en el corazón, amar su aparición y aferrarse a ella, ciertamente te llevará a un viaje. La vida de fe es un verdadero viaje de un hombre a otro. No es algo estático. No es una nueva posición, o un estatus, donde Dios ahora te ve diferente de lo que realmente eres. No es solo tener tus pecados perdonados, o tener un boleto al cielo en tu bolsillo. Es un éxodo, un viaje para salir de un hombre, o de una naturaleza, y entrar en otra. En todos los cuadros y sombras del Antiguo Testamento se muestra que es un viaje, un proceso de transformación, un éxodo real de nuestra tierra y naturaleza nativas. Y el corazón que camina en el Espíritu hoy, se encuentra caminando con el Espíritu en un viaje. Quiero decir, hay una carrera que debemos correr. Y hay una manera de correr la carrera. Pablo describe estas cosas claramente.

Y ahora, en este último mensaje, quiero hablarles de la naturaleza de este viaje. Quiero intentar describírselo, no sólo a partir de descripciones bíblicas, sino también de mi medida de experiencia. Quiero hablar un poco de lo que se puede esperar cuando uno se aferra y sigue la vida y la luz del Espíritu de Dios. Y esto es para animar a los viajeros, porque hay una gran necesidad de ánimo en este viaje. Hay pocos viajeros. Hay muchas ideas, muchas imaginaciones, muchas palabras bonitas y opiniones fuertes, pero pocos viajeros. Y los viajeros encuentran cosas en su viaje que a menudo son muy confusas, desalentadoras y difíciles. 

Mis amigos, si alguien te dice que no hay un viaje que emprender, un éxodo real que hacer, uno que es difícil y peligroso y estrecho, tal persona está todavía en el Egipto espiritual. No ha viajado, o no podría decir tal cosa. Puede ser muy inteligente, interesante, y agradable. Puede haber visto algunas cosas verdaderas desde lejos. Quizás pueda citar muchos versículos de la Biblia de acuerdo a su comprensión, reunir grandes multitudes, y despertar emociones, pero no está viajando de regreso a la casa del Padre. Porque ser un seguidor de Cristo es un viaje fuera de la caída, a través de la espada encendida, y de vuelta al paraíso de Dios. 

Puedo oír a alguien objetar y decir, ya estoy unido a Cristo, la Cabeza de su cuerpo la iglesia. Eso puede ser cierto. Pero si la vida de esa Cabeza está realmente obrando en ti, si “estás asiéndote de la Cabeza” como dice Pablo (Col 2:19), entonces te está llevando por el mismo camino, en la misma obediencia al Espíritu, la misma negación de la voluntad del hombre, las mismas pruebas y tribulaciones, la misma cruz, y hacia la misma vida resucitada. Pero si no estás experimentando este viaje o proceso, es porque no te estás asiendo de la Cabeza. 

O alguien podría objetar: “Pero ya estoy bautizado en Cristo, y Él está muerto al pecado y vivo para Dios”. Ok, pero si la vida de Cristo realmente está guiándote, creciendo en ti, entonces estás en un viaje de morir diariamente, siendo conformado a Su muerte, llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, hasta que la vida, la luz y el amor de Jesús reinen en un templo purificado. Este es el viaje del que estoy hablando. 

¿Qué está tratando de hacer el Espíritu de Dios en ti? ¿Crees que está tratando de convencerte de que ya has llegado, que ya estás a salvo, que todas las cosas ya son nuevas, incluso cuando tú, tu familia y tus amigos pueden ver que todavía estás vivo en el primer nacimiento, amando al mundo, buscando las cosas del tiempo, siguiendo los deseos de los ojos y de la carne? ¿Es así cómo Jesús trató con sus iglesias en los tres primeros capítulos del Apocalipsis? ¿Les dijo que se relajaran, que no se preocuparan por su condición, que todo estaba terminado, y que ya eran ricos y no tenían necesidad de nada? ¿No les dijo exactamente lo contrario de esto? 

De nuevo, ¿qué está tratando de hacer el Espíritu de Dios en ti? Él está tratando de remover de ti toda forma de pecado, oscuridad, muerte, maldad, egoísmo, orgullo, ceguera, ira, vanidad, TODO lo que ha encontrado un lugar y una vida en ti, pero que no tiene lugar ni vida en Jesucristo. Él está tratando de destruir las obras del diablo en ti, de aplastar la semilla de la serpiente en ti, de transformarte a la imagen y virtud del Hijo de Dios. Algunos de ustedes quizás estén deseando decir: “¡Él ya lo hizo!”. Bien, entonces, ¡muéstrame lo que Él ha hecho! Muéstrame una vida de justicia, pureza e inocencia. Muéstrame tu sabiduría celestial, tu humildad divina, tu corazón hecho nuevo y limpio por el lavamiento y la renovación del Espíritu Santo. Muéstrame el amor que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida. Muéstrame los frutos del Espíritu, el poder del Espíritu, el reino de Dios manifestado en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Muéstrame un árbol bueno con frutos buenos, una nueva creación donde todas las cosas son de Dios, una vida abnegada que no hace nada por egoísmo o por vanagloria. 

Pero si no puedes mostrarme estas cosas, entonces por favor acompáñame en un viaje. No me digas que de alguna manera ya está hecho, pero que aún no se ha manifestado. No me digas que es verdad a los ojos de Dios, pero que no podemos verlo. No me digas que es real en la eternidad, pero aún no es real en el tiempo. Dime que estás listo para negarte a ti mismo, tomar tu cruz y seguir a Cristo fuera de una naturaleza y hacia otra. Porque ENTONCES empezarás a avanzar.

Ahora, para guiarte fuera de todo lo que es malo, egoísta, orgulloso, caído e inmundo, para realmente LIBERARTE de estas cosas y terminar tu relación con ellas, el Señor tiene que conducirte a un lugar donde puedas verlas y sentirlas. Esto es absolutamente esencial. Y esto es llamado “el desierto” en las Escrituras. El desierto no es solo una historia del Antiguo Testamento. El desierto es el trato de Dios mediante el cual te muestra lo que eres, lo que hay en tu corazón, y lo que debes estar dispuesto a dejar atrás si quieres seguir avanzando. 

Y como dije antes, lo diré de nuevo: si alguien te dice que los cristianos en el nuevo pacto no tienen que experimentar el desierto, es porque no ha salido de su propio Egipto interior. Todavía no ha permitido que Dios le muestre su propio corazón. 

El desierto es una necesidad, no porque Dios quiera que suframos, sino porque hay muchas cosas en nosotros que nacieron en Egipto, y que no pueden heredar la Tierra Prometida. Es necesario porque en nuestra condición natural, no podemos viajar. Somos como hombres cargando cientos de maletas de carne, y pecado, y oscuridad, y corrupción. No podemos movernos llevando todas esas cosas. Y aun si pudiéramos movernos, no podríamos llevar esas cosas con nosotros a donde vamos. Y por eso, de nuevo, el corazón debe ser llevado a donde pueda ver y sentir estas cosas, para que podamos estar dispuestos a separarnos de ellas. Dios no nos las quitará contra nuestra voluntad. No, deben ser colocadas en Su altar. Deben ser ofrecidas como un sacrificio voluntario, que es nuestro culto racional. Debemos verlas, sentirlas, aprender a odiarlas, volver nuestra voluntad en contra de ellas, y luego traerlas al Sumo Sacerdote que está listo con su cuchillo para matarlas.

¡Esto es tan importante! Esta es una de las cosas más importantes que debemos entender acerca de nuestro viaje como cristianos. Si vamos a crecer, si vamos a cruzar el desierto, heredar el reino, y terminar nuestra carrera con gozo, entonces todo lo que es contrario a Cristo debe ser visto en Su luz, rechazado, y entregado como un holocausto. Dios tiene que llevarnos a donde podamos ver y sentir nuestra caída, y darnos una oportunidad diaria de morir.

Y esta es la razón por la que seguir a Cristo se llama un camino estrecho y difícil. Aquí es donde muchos se confunden, y se atascan, y están listos para dar la vuelta. Aquí es donde Israel comenzó a murmurar y a quejarse y a mirar hacia atrás. Aquí es donde Lot quiso detenerse antes de llegar a la montaña y quedarse en un pueblo mucho más cercano. Aquí es donde Abraham exclamó: “¡Oh, por qué no puede Ismael vivir delante de Ti y ser el hijo prometido!”. Nos encanta la invitación de Dios, nos encanta el sonido de una promesa, una relación con Dios, una Tierra Prometida. Nos encanta contar la historia de cómo Dios abrió el Mar Rojo, nos abrió una puerta milagrosa. PERO... cuando Él nos lleva a donde podemos ver y sentir nuestro propio egoísmo, orgullo, murmuración, imaginaciones religiosas, apetitos, preferencias, opiniones, nuestra propia muerte, sequedad, vacío, hambre, sed, nuestra propia pereza, vanidad, rebelión, es entonces cuando queremos nombrar para nosotros a otro líder que nos lleve en una dirección diferente. 

Y a menudo siento que lo más triste de todo esto es que, cuando la gente empieza a ver y sentir estas cosas en su propio corazón, ¡de repente hay tantas voces en la iglesia de hoy que les dicen que se han perdido! La iglesia a menudo dice que, ver y sentir estas cosas malas en nuestro corazón no es necesario. Dicen que esto no es obra del Señor, más bien que es obra del diablo. Que el desierto no es necesario para un cristiano, que estos juicios no vienen de la luz, que no debemos desear ser limpiados porque para eso tenemos la gracia. Sí, de repente se oyen las voces fuertes de los que no están viajando. 

Muchos han llegado a este punto y no han avanzado más. Muchos han sido tocados y despertados por la mano de Dios, y conducidos al desierto. Pero cuando comienzan a ver y sentir la verdadera condición de su corazón, y lo que debe ser vencido allí, se detienen y comienzan a inventar teologías y doctrinas que explican por qué no hay necesidad de seguir adelante. Estas teologías son muchas y son muy diversas, pero todas tienen algo en común: Todas se unen en la creencia de que no hay manera, o no hay necesidad, de verdaderamente vencer el pecado y el mal en el corazón humano. Que no hay forma de ser transformado a la naturaleza e imagen de Cristo en esta vida.

Uno se levanta y llama a la multitud de viajeros confundidos, diciendo: “Hermanos, es imposible cambiar en esta vida, deben esperar hasta que dejen el cuerpo”. Otro se levanta y dice: “No se preocupen, Dios ha provisto gracia para gente como ustedes, y la gracia los aceptará tal como son”. Otro dice: “Dios ya los ve perfectos y los llama perfectos, incluso cuando viven en la naturaleza de la que vino a liberarlos.” Otro dice: “Sólo es necesario confesar sus pecados a un sacerdote, y recibir el sacramento, y todo su mal será borrado.” Otro que es un poco más listo dice: “No se preocupen, hermanos, su espíritu ya es perfecto, y ahora su alma sólo necesita ser evangelizada por su espíritu”, y otro dice: “Es que Dios está en la eternidad, y su cuerpo está en el tiempo, y por lo tanto Dios los ve según la eternidad aunque su cuerpo sigue pecando en el tiempo”. Y aún otro dice, “Amigos, ¿no han leído la Biblia? Pablo dijo que hizo cosas que odiaba, y así debe ser con todos los santos,” aunque en el capítulo siguiente Pablo habla de vencer esa condición. Y así siguen, con más y más ideas. Es un BUFFET GIGANTE de doctrinas, y puedes escoger la que mejor se adapte a tus apetitos o preferencias. Pero ninguna de ellas sigue viajando. 

No es mi intención ser crítico. Yo he sido parte del problema. He creído y predicado errores como estos, y he sido una piedra de tropiezo para algunas personas, y por lo tanto no tengo derecho a ponerme por encima de nadie. Pero debo decirles que el Señor me ha juzgado por estas cosas porque están equivocadas, y porque no ayudan a los de corazón sencillo y sincero, los que realmente quieren experimentar el evangelio. El Señor me ha mostrado gran misericordia y bondad, más de lo que puedo expresar con palabras. Pero Su misericordia ha venido con el juicio, y el juicio se ha convertido en mi mejor amigo. 

Por eso quiero hablar hoy a los sinceros, a los pobres de espíritu, a los que lloran a causa de sus pecados, a los que tienen hambre y sed de justicia, y desean tener un corazón puro más que cualquier otra cosa en este mundo. A ustedes quiero decirles que el Espíritu de Dios los conducirá al desierto, donde el juicio se convertirá en su puerta de esperanza. El Espíritu te hará ver y sentir la verdadera condición de tu corazón, y allí puede que tengas que llorar por un tiempo, mientras el mundo a tu alrededor se regocija y canta de cosas que ellos no poseen. Pero a medida que practicas la verdad, te acercarás más a la luz, y verás con más y más claridad que tus obras han sido malas. O en palabras de Ezequiel:

“Entonces se acordarán de sus malos caminos y de sus obras que no eran buenas, y se aborrecerán a ustedes mismos por sus iniquidades y por sus abominaciones.” Ezek. 36:31

Quiero decirles (y a veces quiero GRITAR en voz alta) que ESTOS SON los tratos de Dios con los hijos de los hombres. Estas son las obras de bondad, las obras de sabiduría, las manifestaciones de misericordia hacia todos los que desean vencer. Quiero decirles que no se confundan cuando después de empezar a ver y sentir a su Líder, Él los lleve al desierto donde todo lo que está oculto en su corazón subirá a la superficie. Incluso nuestro Salvador fue llevado por el Espíritu al desierto. Aunque en Su caso, lo único que subió a la superficie fue la paciencia, la obediencia y la sumisión perfecta a Su Padre.

Pero con nosotros hay mucho que no sabemos y que no podemos ver. No nos conocemos a nosotros mismos como creemos. No podemos vernos realmente hasta que nos veamos desde Su punto de vista. No sabemos la diferencia entre nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles, entre aquello en nosotros que puede servir a Dios, y aquello que nunca podrá servirle. No sabemos la diferencia entre nuestras propias ideas y la mente del Señor, entre nuestro propio celo y la guía del Espíritu, entre nuestras propias obras para El, y Su obra en nosotros. Y por eso el Señor te llevará al lugar donde puedes ver estas cosas, y te mantendrá allí hasta que Su perspectiva de ti se convierta en tu perspectiva de ti mismo. Y esto se llama humildad. 

Así que no te sorprendas si al seguir al Espíritu de Dios te vuelves mucho más débil que antes. Sé que el mundo dice que Dios te hará fuerte. Pero la verdad es que Dios te hará débil. No te sorprendas si pierdes la confianza en ti mismo, o si sientes que estás caminando hacia atrás y no hacia adelante, o si a veces clamas con David: “¡Soy gusano, y no hombre!”. (Sal. 22:6) No te sorprendas si el pecado se vuelve sobremanera pecaminoso, y sientes por un tiempo que eres más impuro que nunca. Y no te sorprendas si tardas años en aprender todo esto.

Si alguno de ustedes comienza a sentir estas cosas, o ya estás sintiéndolas, como resultado de tratar de prestar atención a la luz, y buscar caminar en y con el Espíritu, entonces quiero decirte que estás en el camino correcto. No dejes que la murmuración o la confusión entren en tu corazón. Estas cosas son necesarias. Este es el camino angosto. “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” (Hechos 14:22) No escuches las doctrinas de las multitudes que no quieren viajar. Sólo hay una cosa que hacer, y es tomar tu cruz hoy, y seguir adelante. Pon tu mano en el arado y no mires atrás. Sé como fueron Josué y Caleb en su generación, de quienes el Señor testificó: “hay en ellos un espíritu distinto, y me han seguido plenamente.” (Núm. 14:24) 

Y a medida que avanzas, todo lo que en ti es contrario a la naturaleza de tu Salvador será visto, será odiado, será entregado a la muerte, y llegarás a ser libre de ello. En tu obediencia al Espíritu, Él dará muerte a las obras de la carne. En tu sumisión al Espíritu, Él purificará tu alma para que puedas amar con un corazón puro.