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Debemos Guardar el Pacto

Parte 4 de El Camino

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Sólo para refrescar nuestra memoria por unos minutos, hemos visto que el hombre cayó en una condición de la que no podía salir. Cayó en lo que se llama pecado, la ausencia de la vida y el reino de Dios, una condición en la que el hombre vive y piensa y desea en y según sus propios recursos. No había forma de que el hombre saliera de esta condición, a menos que Cristo entrara en ella. Cristo no podía simplemente llamarnos a salir, porque no teníamos poder para hacerlo. Tenía que entrar, unirse a nosotros, abrir un camino y sacarnos de él. Por eso Jesús dice que nadie puede venir al Padre si no es por Mi. No está diciendo simplemente que no podemos ir al cielo a menos que tengamos las creencias correctas o la religión correcta. Está diciendo que sólo estando unidos a Él, permaneciendo en Él, podemos volver a esa unión con Dios de la que caímos.

Hablamos de cómo hay dos cosas en el hombre, y que ésta es la razón por la que hay una manera particular de seguirle. Es decir, Dios no vino con una varita mágica y, al margen de nuestra propia voluntad, nos cambió inmediatamente a Su imagen. Esa no es la forma en que Dios ofrece al hombre la salvación. Dios nunca obliga al hombre, ni lo transforma en contra de su propia voluntad. Él le da una medida de Su propia vida en forma de semilla, talento, perla, una medida de gracia, o una Palabra implantada, y al caminar en este don, con él, sometiéndose a su poder y vida, el hombre puede SALIR con él, y volver a ENTRAR en lo que ha perdido. 

Hay una manera particular de caminar con Dios porque el hombre no es un robot. Es una criatura libre que ha caído en una naturaleza contraria. Y Dios le ha dado al hombre una manera de salir de esa naturaleza, sembrando una medida de Su propia naturaleza en él. Esta es la razón por la cual el Cristianismo involucra un CAMINO, o un viaje, y no solo un estatus o posición o una transacción legal instantánea. Porque solo negando y resistiendo a una naturaleza, y aferrándonos, siguiendo y obedeciendo a otra, podemos dar pasos y avanzar a través del desierto de nuestra propia condición caída. Así es cómo caminamos con Cristo. Así es cómo Cristo llega a ser formado en nosotros. El camino se trata de la muerte de una naturaleza, y la vida, crecimiento y reino de otra, y todo esto depende de que sigamos a Cristo en el camino que Él ha provisto. Todo esto depende de que “nos neguemos a nosotros mismos, tomemos nuestra cruz cada día y sigamos a Cristo”.

Ahora bien, quiero centrarme en lo que significa seguir a Cristo. Y voy a hacerlo refiriéndome a los relatos que Dios nos ha dado en los libros históricos del Antiguo Testamento. Estos libros muestran, sin lugar a dudas, que hay un camino muy particular por el que debemos seguirle. Hay un camino muy específico por el que Él nos conduce, y cosas específicas que experimentamos cuando permanecemos en ese camino. Cuando Moisés fue enviado a Egipto, no simplemente abrió las puertas de la prisión y dijo a todos que corrieran por sus vidas en la dirección que quisieran. La salvación de Dios de Egipto no fue como una fuga de una prisión. Moisés no partió el Mar Rojo y luego les dijo: “¡Amigos, buena suerte!... ¡usen su mente natural para encontrar su propio camino, o usen su creatividad para inventar uno! Ustedes sigan su camino, y yo seguiré el mío, ¡y espero que nos encontremos en la Tierra Prometida!”. No fue nada de eso. ¿Por qué? Porque de nuevo, había una manera muy específica de viajar, una dirección específica, una relación o pacto muy específico con el Señor dentro del cual ellos tenían que permanecer. Había una manera de caminar con Dios, y había muchas maneras de alejarse de Dios. 

Y una de las cosas que debes notar inmediatamente en esta historia es que no salieron de Egipto y entraron directamente en la Tierra Prometida. Esto es algo que los cristianos de hoy deberían considerar muy seriamente. Digo esto porque, tristemente, es popular en nuestros días hablar del cristianismo como si no hubiera viaje, o al menos como si el viaje no fuera necesario. El hombre carnal desea que la salvación sea un evento instantáneo, una transacción inmediata, para que podamos sentirnos seguros y cómodos, y seguir con nuestras vidas sin tener que preocuparnos por nuestras almas. Queremos una religion rápida, una rápida oración de pecadores, queremos solo “tomar una decision por Cristo” y ya, o “pedirle a El que entre en nuestras vidas.” Y después, en muchos casos, continuamos viviendo nuestras vidas de la manera que queremos. Pero aquí vemos claramente que salir de Egipto fue un comienzo y no un final. Comer el Cordero de Pascua fue el punto de partida, no el destino final. Y yo diría que debería provocar cierto grado de temor y temblor leer que MUCHOS de los que comenzaron este viaje nunca lo terminaron. Considera lo que dice Hebreos 3:12:

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?

Hay una manera particular de caminar con Cristo. Hay una manera de retener firme hasta el fin nuestra confianza del principio, y así crecer en las cosas que pertenecen a la salvación. Todo el que responde al llamado de Dios comienza este viaje. Millones de israelitas comenzaron este viaje. Cristo abrió una puerta y allanó un camino por el que todos podemos viajar. Entró en nuestro Egipto, venció al que tenía poder para retenernos allí, abrió un Mar impasible y nos sacó con El. Pero, ¿adónde nos llevó? No fue inmediatamente a la Tierra Prometida. No, había algo todavía muy vivo en nosotros que no podía heredar esa tierra. No nos condujo a un nuevo estatus, posición, doctrina, religión o club. No, eso no es en absoluto lo que Dios hizo con Israel, ni lo que hace con nosotros. Cristo entró en nuestro Egipto, nuestra tierra interior de esclavitud, pecado y muerte, para llevarnos a un camino nuevo y vivo, y el PROPÓSITO de llevarnos a este camino era conducirnos a través del desierto. O se podría decir que la única manera de cruzar el desierto era permanecer en este camino nuevo y vivo. 

Hay muchos hoy en día que dicen que este viaje por el desierto fue algo para el Israel del Antiguo Pacto, y que no se aplica a los cristianos del Nuevo Pacto. Pero esto expone un gran malentendido tanto de lo que es el hombre, como de lo que Dios desea hacer en él. La verdad es que es tan imposible evitar el desierto en este día, como lo fue para ellos evitarlo en aquel día. Y la razón es porque, en un sentido muy real, TÚ ERES el desierto. Tú, en tu condición caída, con tu naturaleza carnal y caída, tu orgullo, oscuridad, ambición, muerte, egoísmo, con todos tus deseos egipcios, imaginaciones, apetitos, murmuraciones, falsos dioses, falsa religión, falsas expectativas, tú ERES el desierto que necesitas atravesar, y del que necesitas salir, para poder experimentar el reino de Dios. Necesitas ser conducido a través y fuera de todo lo que has llegado a ser en la caída. El desierto es llamado “yermo de horrible soledad,” con sequía, y escorpiones, serpientes ardientes, enemigos, hambre y sed, porque cada una de estas cosas se encuentran EN TI. Y es solamente caminando en el CAMINO que es Cristo, que podrás atravesar, salir, dejar atrás cualquiera de estas cosas.

Repito, no puedes saltarte el desierto porque la misma condición representada por el desierto en las Escrituras es la condición de tu corazón cuando comienzas a seguir a Cristo. Y debido a esto, la longitud  del desierto es igual a la diferencia entre Adán y Cristo. ¿Entiendes lo que quiero decir? Quiero decir que la distancia que debes viajar para atravesar el desierto es igual a la diferencia entre la carne y el Espíritu, entre lo viejo y lo nuevo, entre el reino del Faraón y el Reino de Dios en tu alma. Este es tu viaje. Esta es la distancia que debes viajar. No (por supuesto) con tus propias fuerzas, sabiduría o recursos, sino con la luz, el poder y los recursos de Otro. Pero no puedes saltártelo. No puedes pretender que no estás allí, o que esto no es un obstáculo. No puedes decir que cruzar el desierto era para otro tiempo y otro pueblo. Tienes que atravesarlo, y salir de él, y esto es lo que harás si sigues cuidadosamente a Cristo en el camino nuevo y vivo.

Así que vuelvo a lo que decía al principio. Hay un camino que Dios ha provisto. Un camino para salir de lo que somos por naturaleza. Es un camino vivo, creado por Dios, abierto por la obra de Jesucristo, enseñado por el Espíritu, por el que el hombre puede llegar a ser algo distinto de lo que es por naturaleza. Y cuando los cristianos caminan por ese camino vivo, aprenden a permanecer en él, experimentan la muerte de una naturaleza y el crecimiento de otra. 

Ahora bien, para entender este camino que es Cristo, y lo que significa para nosotros caminar en Él, necesitamos comprender la realidad de un pacto. La palabra pacto es muy común, y a veces las palabras comunes son las que menos entendemos. Asumimos que las entendemos porque son muy familiares. Dijimos que cuando Dios sacó a Israel de Egipto, no los llevó inmediatamente a la Tierra Prometida. Los llevó al desierto. Eso es cierto. Pero los llevó al desierto habiéndolos introducido en un pacto vivo con Él. 

Exo. 19:4 “Vosotros habéis visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo os he tomado sobre alas de águilas y os he traído a mí. Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto, seréis mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; y vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” 

Dios los trajo a Sí mismo, a una relación viva con Él. Pero es esencial comprender en qué consistía esta relación y cómo funcionaba. Un pacto no es una posición estática, inamovible, fija, en la que no importa lo que hagas o cómo vivas. Un pacto es una relación viva, una interacción dinámica entre dos personas. Es un tipo específico de relación con límites particulares. Y este pacto con Dios tiene efectos muy específicos y determinados en aquellos que caminan en él, y tiene efectos muy diferentes en aquellos que NO caminan en él. Aquellos que guardan la ley del pacto tienen un resultado. Ellos permanecen dentro del pacto y experimentan los beneficios y bendiciones y poderes del pacto, junto con todas las promesas que están asociadas con esta relación viva. Pero aquellos que no permanecen en el pacto, aquellos que rompen el pacto, solo experimentan lo que existe fuera de los límites del pacto.

Aunque estoy hablando del Antiguo Pacto y usándolo como ejemplo, sabemos que el Antiguo Pacto era, en cada jota y tilde, un cuadro de Cristo, nuestro pacto. Cristo nos fue dado como un pacto. En Isaías, el Padre habla de Su Hijo eterno, y dice:

“Yo soy el SEÑOR, en justicia te he llamado; te sostendré por la mano y por ti velaré, y te pondré como pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de la prisión a los que moran en tinieblas.” (Isa. 42:6-7)

“Así dice el SEÑOR: En tiempo propicio te he respondido, en día de salvación te he ayudado; te guardaré y te daré por pacto del pueblo, para restaurar la tierra, para repartir las heredades asoladas, para decir a los presos: ‘Salid’; a los que están en tinieblas: ‘Mostraos.’ Por los caminos pacerán, y en todas las alturas desoladas tendrán sus pastos… porque el que tiene compasión de ellos los guiará, y a manantiales de aguas los conducirá. Convertiré todos mis montes en camino, y mis calzadas serán levantadas.” (Isa. 49:8-11)

Cristo es nuestro pacto. Pero, ¿qué significa esto? No significa que Cristo sea un estatus fijo, un estado o una posición legal. No, Cristo es un Espíritu vivo, y nuestra relación con Él es algo vivo y dinámico.  Es una manera específica de relacionarse, de alimentarse, de aprender, de ser cambiado, de ser conducido por las alturas desoladas a lo largo de manantiales de agua. Cristo es una relación con Dios que tiene  una naturaleza particular con límites específicos. Aquellos que caminan en la ley de Cristo, experimentan una cosa, y aquellos que no caminan en la ley de Cristo, experimentan algo totalmente diferente. ¿Y cuál es la ley de este pacto? Es la “ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús”.

Hay tanto que se podría decir sobre esto, pero hay algo específico que quiero que entiendas en este momento. El Señor sacó a Israel de Egipto y los introdujo en un pacto, y ese pacto era la forma en que tenían que caminar con Él. Israel caminó con Dios en un pacto. Tal vez te sea útil imaginar ese pacto como un círculo de vida y luz. Israel tenía que caminar dentro de ese pacto, tenía que mantenerse dentro de ese círculo. Los límites del círculo eran las leyes y mandamientos y estatutos revelados de Dios. Cuando caminaban dentro del pacto estaban a salvo. Cuando tenían cuidado de mantenerse dentro del círculo, continuaban experimentando la enseñanza, la purificación, la sanidad, la guía, la santificación, el poder vencedor de Dios que era parte de ese pacto. Dios les enseñaba cómo acercarse a Él. Dios sanaba sus enfermedades, los purificaba, eliminaba todo pecado y transgresión del campamento, vencía a sus enemigos, los llevaba cada vez más cerca del reino de Dios, de la Tierra Prometida. PERO, todo esto ocurría sólo cuando cumplían el pacto. Y si se salían del pacto, rompían el pacto, transgredían los límites del pacto, entonces experimentaban la muerte que está fuera del pacto, de una forma u otra.

¿Se acuerdan de estas historias? Cuando rompían el pacto, o ignoraban los límites de los mandamientos y las leyes, entonces a veces aparecía lepra en sus cuerpos, o a veces les mordían serpientes, a veces una plaga consumía parte del campamento. Otras veces había manifestaciones aún más dramáticas de la muerte que se experimentaba fuera del pacto. Una vez el suelo se abrió y se tragó a un gran número de familias. En otra ocasión cayó fuego del cielo y consumió a los dos hijos de Aarón. En el capítulo 7 de Josué, habiendo roto el pacto, se encontraron sin fuerzas para luchar contra sus enemigos. Todos estos son cuadros de la misma realidad, y esa realidad es la siguiente: Dios sacó a Israel de Egipto y lo introdujo en un pacto, y para poder experimentar los poderosos beneficios del pacto que obran, cambian, limpian, vencen, etc. Israel tenía que tener cuidado de guardar el pacto, caminando con Dios en Su ley. No fueron llevados instantáneamente a la tierra prometida. No fueron automáticamente liberados del peligro. Ellos no entraron en un club o obtuvieron una nueva posición legal con Dios. Tenían que aprender lo que significaba caminar con Dios en el camino que Él les estaba enseñando, y mantenerse dentro de los límites de Su ley.

Ahora, es muy cierto que hemos llegado a un Nuevo Pacto, y que ese nuevo pacto ya no consiste en los tipos, sombras, símbolos y figuras externas que fueron usados por Dios en el Antiguo Pacto. Ya no hay sacrificios de animales, ni rociamiento de sangre, ni templos, velos, fragancias, ofrendas, maná, cosas y lugares santos. Las leyes ya no están escritas en tablas de piedra. Pero todavía existe un pacto. Todavía hay una relación viva, activa, eficaz, transformadora, que sólo funciona cuando nos mantenemos dentro de un círculo de luz y vida. Y si deseamos experimentar el verdadero beneficio de este pacto, y permanecer cerca de nuestro Dios, y experimentar Su presencia, y Su poder purificador y vencedor, tenemos que andar por el camino que Él ha establecido. Tenemos que mantenernos dentro de los límites del pacto.

Sólo cuando permanecemos en su camino experimentaremos lo que significa acercarse a Dios. Así experimentaremos la luz, el pan y el santo incienso de Cristo en nuestro tabernáculo, experimentaremos el poder transformador de la gracia, la purificación de toda impureza y lepra, experimentaremos la sangre de Cristo que perdona y limpia. Juan dice: “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” Pero, dice, “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”. Por lo tanto, es necesario caminar cuidadosamente con Él en la luz. Tenemos que guardar la ley del nuevo pacto para experimentar los beneficios del nuevo pacto.

Y aquí hay otro malentendido sobre el nuevo pacto. Con frecuencia la gente dice que en el antiguo pacto había una ley, pero que ahora no hay ninguna ley que los cristianos tengan que guardar. Esto es absolutamente falso. La ley del antiguo pacto era la sombra de una ley aun mayor que tenemos que guardar en el nuevo pacto. Y esa ley que debemos guardar en el nuevo pacto se llama “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”, la “ley de Cristo” (Gál. 6:2, 1 Cor. 9:21), “la ley de la fe” (Rom. 3:27), la “perfecta ley de la libertad” (Sant. 1:25, la cual es libertad DE la carne); y esta ley espiritual es el perfecto cumplimiento y realización de todo lo que fue testificado en la ley de Moisés. Es la luz de Cristo, la verdad viva de Cristo, un círculo vivo de luz y vida donde podemos caminar con Dios. Es una relación con una ley viva de justicia, y Dios mismo nos enseña a caminar en Su Espíritu y no en la carne. Este es el camino. Este es el pacto. Y si caminamos en este pacto, de acuerdo con esta ley interior de luz y vida, entonces estamos permaneciendo EN EL CAMINO, permaneciendo en el lugar o pacto donde nuestros corazones son cambiados, nuestras vidas son limpiadas, nuestras conciencias son purificadas, nuestra naturaleza es completamente transformada. Estamos andando en el camino donde Dios vence a todos los enemigos, donde la verdad reina en lo íntimo del hombre, donde la adoración se ofrece en espíritu y en verdad, donde se experimenta la victoria sobre todos los enemigos.

Sin embargo, no podemos decir, por el mero hecho de creer en Jesús, o leer la Biblia, o llamarnos cristianos, que estemos automáticamente cumpliendo la ley de Su vida, o caminando en Su luz, o manteniéndonos dentro de los límites de Su pacto. Esto sería absurdo. Piensa en cuantos cientos de miles de Israelitas salieron de Egipto cuando el Señor partió el Mar Rojo. ¿Cuántos de ellos estaban realmente dispuestos a caminar en el pacto, a permanecer cuidadosamente dentro de los límites de su círculo de vida y luz? No, es muy posible, y muy común, aceptar las verdades de Cristo y sin embargo seguir caminando en las tinieblas. Esto es lo que dijo Juan. Dijo que podemos caminar en las tinieblas y mentirnos a nosotros mismos. Podemos caminar en una luz falsa, en nuestra propia voluntad, nuestra propia carne, nuestro propio camino, y por lo tanto experimentar poco o nada de lo que este pacto es capaz de hacer al alma humana. Y lo que estoy tratando de sugerirte, es que la RAZÓN por la que tan pocos de nosotros experimentamos realmente los beneficios de este pacto, es porque no estamos andando en el camino que Dios ha provisto. No estamos caminando en el circulo de luz y vida. Nos salimos de los límites del pacto con nuestras mentes, nuestros corazones, nuestros deseos, nuestros planes, nuestras acciones. Transgredimos la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, la ley de la fe viva, y sin embargo esperamos experimentar el progreso, el cambio, el poder transformador y la victoria que sólo se encuentran en la luz. Los cristianos en general no guardan su pacto, y así continúan (con mucha confusión) experimentando la muerte de Egipto, la esclavitud de Egipto, la oscuridad de Egipto, los apetitos, y la naturaleza, y el oprobio de Egipto. 

Ahora, ¿qué significa para nosotros GUARDAR el nuevo pacto? Muchos hoy en día dicen: “¡No tenemos que hacer nada! ¡Cristo lo hizo todo! Ya estamos caminando en el pacto”. Cristo lo hizo todo para crear el pacto, para abrir una puerta al pacto, para convertirse en el poder y la vida y la luz y la relación del pacto. Cristo es el círculo de luz y vida. Pero Cristo no te obliga a caminar, vivir y permanecer en el pacto. Así que vuelvo a preguntar, ¿qué significa permanecer en este pacto? Significa caminar, vivir y permanecer en Su luz, en su vida. Si caminamos en la luz, tenemos comunión con el Padre y el Hijo. Si no caminamos en la luz, podemos llamarnos como queramos, pero no estamos experimentando esa comunión con el Padre y con el Hijo.

Y si caminamos en Su luz, entonces esa luz siempre nos llevará a la cruz. Quiero decir, esa luz siempre manifestará en tu corazón, en tu vida, en tu voluntad, tus pensamientos, tus deseos, tus acciones, todo lo que debe morir en la muerte de Cristo, para que puedas vivir en la vida de Cristo. Esa luz siempre te mostrará lo que dijimos antes: que hay dos cosas en ti. En tu corazón hay una naturaleza caída de carne, y una semilla justa del Espíritu. En tu corazón hay vida y muerte, Adán y Cristo, Jacob y Esaú, dos hombres, dos nacimientos, dos reinos. Uno de ellos debe ser continuamente expuesto, negado y resistido, y el otro debe ser amado y seguido como tu maestro. Esto es lo que significa caminar en la luz. Esto es llevar la cruz. Este es el camino que es Cristo, y en el que seguimos a Cristo. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”