Un Viaje Interno
Parte 3 de El Camino
Esta es la tercera enseñanza de una serie que tiene que ver con el camino. En la primera hablé ampliamente sobre la condición en la que cayó el hombre, y por qué Cristo tuvo que entrar en esa condición para hacer un camino de salida. Cristo no podía quedarse fuera de nuestra condición y llamar a los hombres a salir del pecado y de la muerte, porque el hombre no tenía ningún poder o habilidad en sí mismo para salir de esa condición. Cristo tuvo que unirse primero al hombre en nuestra condición, y luego abrir un camino (a través de Su perfecta obediencia, Su muerte, sepultura y resurrección) para que pudiéramos salir de ella. Y sólo porque Él se unió al hombre por Su Espíritu, e hizo un camino de salida del pecado y la muerte, Él pudo entonces convertirse en el líder y capitán de nuestra salvación, sacándonos por el mismo camino, y por el mismo poder, con el que Él venció.
Y es por esta razón que Cristo es llamado nuestro gran Sumo Sacerdote que ha “traspasado los cielos” (Heb 4:14), o una ancla que ha “penetrado hasta dentro del velo” (Heb 6:20), y que, habiendo sido levantado de la tierra, “atrae a todos hacia Sí mismo”. Nos atrae a Sí mismo mediante un don o una medida de Su propia vida vencedora que se siembra en el hombre como una semilla o talento o Palabra implantada. Y cuando el hombre se rinde, se somete y obedece a esta gracia implantada de Dios, entonces Cristo nos conduce por el mismo camino de la cruz, y obra en nosotros la misma victoria sobre el pecado, la muerte y Satanás que Él logró en Su propio cuerpo. Por esto Cristo dice en Apocalipsis 3:21: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.”
En el segundo mensaje hablé de cómo hay un don de arriba, y también una manera de experimentar ese don; es decir, una manera de caminar con él, y experimentar su poder. El poder de la salvación, la realidad misma y la sustancia de la vida espiritual, la luz y la justicia se encuentran en Cristo, y en ningún otro lugar. El hombre no fue creado para producir estas cosas, sino para recibirlas, experimentarlas, disfrutarlas y manifestarlas delante de nuestro Creador y del resto de Su creación. Pero todo esto se nos da en forma de una sola perla preciosa, un talento celestial, una pizca de poderosa levadura, un grano de mostaza, etc. Este es el don. Esto es lo que el bondadoso Sembrador ha arrojado sobre todo tipo de tierra.
Pero también existe la forma en que se experimenta este don. Es correcto decir que Cristo es el camino, pero hay una manera de caminar en Cristo, de permanecer en Cristo, de andar con Él y experimentar Su obra y poder transformador. Esto NO es automático o natural para el hombre. De hecho, está tan lejos de ser natural para nosotros, que Cristo dice que para seguirle, tenemos que negar fielmente lo que es natural para el yo, y mantener el yo siempre bajo la cruz. Y esto me lleva a algo de lo que quiero hablar hoy.
Cualquiera que haya leído el Nuevo Testamento, y cualquiera que haya pasado un solo día tratando sinceramente de hacer lo que es bueno, y de dejar de hacer lo que es malo, está familiarizado con la realidad de que hay dos cosas muy contrarias en el hombre. La Biblia se refiere a estas cosas con una variedad de nombres diferentes. El Nuevo Testamento habla de un hombre viejo y un hombre nuevo. Habla de un primer nacimiento y un segundo nacimiento. Habla de carne y espíritu. Cristo dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” En otras partes leemos de un hombre espiritual, y un hombre natural, un primer Adán y un segundo Adán, una ley espiritual que obra en la mente, y una ley contraria que obra en los miembros, etc. En el Antiguo Testamento estas mismas dos cosas se nos muestran en una variedad de tipos y sombras ilustrados en dos nacimientos, o dos hombres, como Caín y Abel, Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, etc.
Ahora, no todo el mundo conoce los nombres o términos bíblicos de estas dos cosas, y no es necesario conocerlos. Pero cada persona, incluso los niños pequeños, en cualquier país del mundo, tiene una experiencia interna y evidente de ellas. Porque, siendo un asunto tan increíblemente importante, Dios lo ha hecho manifiesto y discernible para cada alma humana. Por un lado, el hombre puede ver y sentir lo que es por naturaleza, o lo que es en el estado caído que ha heredado de Adán. Ya hemos hablado algo de esto. El hombre en su estado caído es un alma que se ha apartado de la fuente de luz y vida. Ha perdido todos los recursos celestiales, y así se ha convertido en una fuente para sí mismo de toda clase de orgullo, egoísmo, envidia y concupiscencia. Jeremías dice: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.” (Jer 2:13)
Este es el hombre natural, y en esta condición no puede hacer el bien, porque todo bien desciende de lo alto, del Padre de las luces. En esta condición, no conoce las cosas del Espíritu, porque tenemos que recibir este discernimiento. No puede encontrar sabiduría, porque la sabiduría de abajo es terrenal, animal y diabólica. El hombre, en y por sí mismo, no conoce la verdadera vida, justicia, humildad, virtud, amor, ni nada de eso, porque todas estas cosas pertenecen exclusivamente a Dios. En Juan 3:27, Juan el Bautista dijo: “Un hombre no puede recibir nada si no le es dado del cielo.” Jesús le dijo al joven rico: “Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios.” (Marcos 10:18) Esta condición del hombre caído aparte de la vida y el reino de Dios se llama en la Escritura “carne,” y la naturaleza que reina en ella se llama “pecado.” Es la naturaleza o semilla de Adán, y repito, cada ser humano sabe esto, en algún grado, porque Dios lo ha hecho evidente. Todo hombre, mujer y niño está familiarizado con las agitaciones y movimientos, los empujones y tirones, las perspectivas, motivaciones, deseos y ambiciones que provienen de esta naturaleza maligna y que actúan sobre el corazón del hombre. De la carne surge todo movimiento en el corazón hacia el egoísmo, el orgullo, la ansiedad, la envidia, la concupiscencia, la inquietud, la ambición, la vanidad, la ira, el vacío, la confusión, la desesperanza, y todo tipo de afán y preocupación dolorosos.
¿Quién no conoce estas cosas? ¿Quién no ha intentado cubrirlas y ocultarlas de las personas que nos rodean? ¿Quién no ha sentido su poder implacable en su corazón, su mente y sus acciones, incluso después de creer en Cristo?
Pero al mismo tiempo, y con el mismo tipo de percepción interior, ¿quién no ha sentido (en algún grado), que hay algo completamente contrario que también se mueve en su interior (a veces incluso cuando menos lo esperamos o deseamos), que hay algo que tiene una naturaleza contraria, con agitaciones, movimientos, empujones y tirones, motivaciones y deseos contrarios? ¿Quién no ha sentido (al menos en algunos momentos de sobriedad y sinceridad) convicciones por el mal, consciencia de eternidad, invitaciones a la pureza, discernimiento entre el bien y el mal, anhelos de ser liberado del pecado, hambre de verdad y de justicia? ¿Puede alguno de ustedes decir que nunca ha sentido estas dos cosas tan contrarias moviéndose en su corazón, y luchando por el dominio? Un burro no siente dos naturalezas contrarias luchando en su interior. Un lobo nunca siente convicciones de pecado, ni deseos de pureza celestial. Pero en cuanto a mí, tengo que confesar que empecé a sentir estas cosas a una edad muy temprana, aunque no sabía qué nombres ponerles. Yo tengo que admitir que aunque uno de ellos siempre me ha llevado a complacerme en la injusticia, el otro siempre ha puesto delante de mí un camino muy diferente. Desde mi más temprana edad, algo dentro de mí siempre ha puesto delante de mí la vida y la muerte, una bendición y una maldición, y ha habido una voz que me ha llamado a elegir la vida.
Ahora vuelvo a preguntar: ¿cuáles son esas dos cosas? Yo respondo: LA PRIMERA es la naturaleza del hombre en su condición caída. Es Israel en Egipto, condenado a la esclavitud, haciendo ladrillos sin paja, enteramente sometido al poder del Faraón. LA OTRA es algo completamente diferente. Tiene una naturaleza muy distinta, un poder muy diferente, y se dirige en otra dirección. Es nuestro Moisés celestial que fue enviado a entrar en nuestra condición para sacarnos de ella. Es como un ángel enviado a Sodoma para tomarnos de la mano. Es Jesucristo, el Hijo eterno de Dios. Jesús vino externamente, tomó nuestra naturaleza, cumplió toda justicia, abrió una puerta sangrienta, y derramó Su Espíritu. Jesús también viene internamente, es sembrado en el hombre como un grano de mostaza, un tesoro escondido en un campo, una perla de gran precio, un talento celestial, y clama en nuestro corazón: “¡Yo soy el camino! ¡Sígueme! ¡Permanece en Mí! Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme fuera de aquí”. Y el crecimiento espiritual, o el viaje interior en el camino de Dios, tiene todo que ver con la experiencia de la muerte de una de estas cosas, y el crecimiento y reino de la otra.
Ahora, antes de continuar, por favor permíteme quitar de tu camino una piedra de tropiezo común, un error que creo que el enemigo ha empleado para evitar que la gente encuentre y experimente estas cosas que estoy describiendo. Es la idea (que parece haberse vuelto común en la iglesia) de que es imposible que un cristiano tenga o experimente dos naturalezas dentro de él. Se dice que la naturaleza de Dios no puede habitar en presencia del mal en un cristiano, y por lo tanto tan pronto como nos convertimos en creyentes, muchos dicen que solo hay una naturaleza en nosotros. Esto suena bien. Puedo ver por qué es una idea atractiva, y creo que el deseo de algunas personas de que sea verdad les ha hecho ignorar su propia experiencia diaria. Pero es un gran error, y es una contradicción manifiesta tanto de las Escrituras como de la experiencia.
No debe parecernos extraño que la naturaleza y la presencia de Dios puedan estar en proximidad con la naturaleza del mal en el hombre. Dios es omnipresente. Está presente en todos los lugares, en todo momento, y nunca está separado en términos de presencia física o proximidad del mal. Dios no está ausente del mal, pero el mal está ausente de Dios, y es contrario a Él, porque no comparte Su naturaleza o vida. El salmista dice: “Si subo a los cielos, he aquí, allí estás tú; si en el Seol preparo mi lecho, allí estás tú.” (Sal 139:8). El Señor dice en Jeremías: “¿Podrá alguno esconderse en escondites de modo que yo no lo vea?—declara el SEÑOR. ¿No lleno yo los cielos y la tierra?” (Jer. 23:24) La cuestión no es la proximidad física. Esto no tiene nada que ver con el asunto. La cuestión es la unión espiritual, el compartir una naturaleza, una mente, una vida, una voluntad, etc. En este sentido, Dios puede estar presente donde está presente el mal y, sin embargo, no tener nada que ver con el mal y estar perfectamente separado de él.
De casi todas las parábolas, y de gran parte del Nuevo Testamento, se desprende claramente que la vida de Cristo, o la semilla del reino, o la Palabra implantada, viene a vivir en el hombre cuando está “en medio de sus enemigos.” (Salmo 110:2) Es como una semilla de mostaza, la planta más pequeña en un jardín lleno de otra vegetación. Es como Josué, entrando en una tierra que ya está llena de la incircuncisa naturaleza filistea. Hay algo ya vivo en el hombre cuando recibimos la Semilla de vida de Cristo, y ese algo puede ser llamado correctamente una “naturaleza” porque es de una condición muy particular, una constitución, un temperamento, una disposición definida, con cualidades, apetitos, atributos y límites específicos en cuanto a cómo actúa, cómo siente y cómo es. Esta naturaleza (como hemos dicho) se llama pecado, carne o el hombre viejo. Y, sin embargo, hay una naturaleza nueva y muy distinta que se siembra en el hombre, la cual el hombre comienza a experimentar aun cuando sigue caminando en muchas tinieblas y maldad, todavía experimentando una voluntad y una naturaleza muy contrarias a Cristo. Este don de Dios no hace desaparecer inmediatamente la naturaleza anterior. Tampoco es correcto denominar la presencia de esta primera naturaleza en los cristianos como simplemente inmadurez, o la “mente no renovada”.
La renovación de nuestra mente es algo muy real e importante, pero cuando Pablo habla a los creyentes en las Escrituras—a los cristianos en las iglesias que él estableció—les dice claramente que la carne todavía está en ellos, la naturaleza del pecado todavía está en ellos, y que ellos pueden ceder a ella, continuar viviendo en ella y seguir siendo esclavos de ella. Les dice que la carne en ellos pone sus deseos en contra del Espíritu en ellos, y el Espíritu pone sus deseos en contra de la carne. Esto no es solo inmadurez o falta de entendimiento espiritual. Esto es pecado. Es una naturaleza contraria que sigue presente (y predominante en muchos casos) en el corazón del hombre. Esta naturaleza entró a través de un nacimiento, y la única manera de que desaparezca es a través de una muerte. Y ésta es, una vez más, la naturaleza de nuestro viaje.
Se podría decir más sobre esto, pero quiero continuar para hablar de cómo andar en el camino. La razón por la que pasé tanto tiempo describiendo estas dos cosas que se encuentran en el hombre, es porque seguir a Cristo, permanecer en Cristo, caminar con Él y en Él, mantenerse cerca de Él, y no apartarse de Él, va a implicar: 1) por un lado, un continuo reconocimiento y negación de los movimientos, deseos, perspectivas, y pasiones de la primera naturaleza, para que no se le dé lugar para vivir, crecer y reinar en nosotros; y 2) por otro lado, reconocer, seguir, someterse, obedecer, amar, y abrazar continuamente la aparición de la semilla o gracia de Cristo en nosotros, para que ésta encuentre buena tierra y produzca su crecimiento, 30, 60, o 100 por uno. Este, en resumen, es el camino por el que tenemos que andar, o el “lugar” (por así decirlo) en el que debemos permanecer, o el pacto que debemos guardar, o lo que se requiere de nuestra parte para seguir a Cristo en el camino que Él es. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”
Aquí podemos ver que Jesús insiste en la necesidad de la negación al yo. Pero esta afirmación de Jesús no tendría sentido a menos que hubiera algo DISTINTO DEL YO presente en el hombre. No podríamos negar el yo si el yo fuera lo único en nosotros. Eso sería como un caballo tratando de negar su propia naturaleza de caballo. O un gato rechazando ser gato. Pero tú y yo sí podemos negarnos a nosotros mismos, y tomar una cruz diaria contra el yo, resistir y rechazar y no proveer para el yo, precisamente porque hay algo en nosotros que NO es el yo. Hay algo diferente que se nos ha dado, que ha entrado en nosotros. Y si nos aferramos a ello, lo amamos, lo obedecemos, lo seguimos, entonces nos sacará del yo. Por favor, deja que esto penetre en tu corazón. Podemos apartarnos del pecado, porque hay algo distinto del pecado en nosotros a lo que podemos volvernos. Podemos resistir al diablo, porque hay otro Espíritu al que podemos someternos. Podemos liberarnos de la carne, porque hay algo más fuerte que la carne a lo que podemos presentarnos como esclavos. Podemos salir de Egipto, porque alguien más fuerte que el Faraón ha entrado para sacarnos con Él.
Ahora bien, esto es precisamente lo que Pablo nos dice en su carta a los Romanos. Dice que, aunque los cristianos hemos recibido la gracia, y debemos andar en gracia, y estar sometidos al poder de la gracia, y aunque debemos considerarnos y vivir como los que han muerto al pecado, sin embargo el pecado sigue presente en nosotros, y somos muy propensos a obedecer sus concupiscencias. “Por tanto”—les dice a los cristianos—“no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.” (6:12-13). En el versículo 16 dice: “¿No sabéis que cuando os presentáis a alguno como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia?” Y en el 19: “Porque de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia, para santificación.” Y aunque él dice en el capítulo 8 que, debido a la obra de Cristo y el don de la gracia en el corazón, “somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne,” sin embargo, queda claro que esto sigue siendo una gran posibilidad. Porque, inmediatamente después dice: “porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios.”
Aquí vemos la negación de una cosa, la resistencia y desobediencia a algo que se llama carne o pecado. Y por otro lado, vemos la necesidad de someternos y presentarnos como esclavos a otro Espíritu, naturaleza, o poder que encontramos dentro de nosotros. Y es solamente por la sumisión a este Espíritu Santo, siendo guiados y gobernados por el Espíritu de Dios, que experimentamos Su poder “haciendo morir” en nosotros las obras del cuerpo. Esto es precisamente lo que Jesús describe en los evangelios. Dice, ‘Niégate a ti mismo, mantén el yo bajo Mi cruz cada día, y sigue a Mi Espíritu fuera de esa naturaleza.’ Esto es también lo que el autor de Hebreos describe en el capítulo 12: “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.” Aquí vemos que algo es desechado y puesto a un lado, y algo más es buscado y seguido. Pablo le escribe a Tito sobre estas mismas dos cosas. Dice que la gracia de Dios enseña a todos los hombres a negar la impiedad y los deseos mundanos, y a vivir sobria, justa y piadosamente en el siglo presente, esperando la manifestación interna de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
Sé que estas Escrituras son familiares para la mayoría de ustedes, pero mi punto al citarlas es que vean claramente que andar en el camino, avanzar en el camino, y PERMANECER en el camino, no se trata de un logro automático, instantáneo y sin esfuerzo. Es cierto que todo crecimiento y cambio proviene de la obra o el poder de Dios en el alma del hombre, pero nosotros tenemos que andar en el camino, y permanecer en el camino, que el Señor ha establecido para nosotros. Tenemos un papel. Nuestro papel no es producir vida o luz o transformación. Pero la Escritura habla clara y constantemente de un viaje continuo, de un pacto que tenemos que guardar, de una carrera que tenemos que correr, de una pelea que tenemos que pelear. Habla de una vid en la que debemos permanecer, de una luz en la que debemos caminar, y nos advierte de que hay muchas maneras de extraviarse o quedarse atrás.
Amigos, el cristianismo es Cristo. Pero Cristo no es un estatus o una posición o un club o una creencia. Cristo es un Espíritu vivo que realiza una obra viva en el alma muerta del hombre. Él es un pacto viviente que produce una muerte continua a todo aquello que nunca debería haber tenido un lugar en la creación de Dios; y que también produce el crecimiento y gobierno de una nueva vida. Caminar en este nuevo pacto produce una continua limpieza, purificación, sanidad, aprendizaje, crecimiento, victoria, etc. Y también una continua muerte, pérdida y liberación de toda planta en nuestros corazones que el Padre celestial no ha plantado. Cristo es un CAMINO en el que experimentamos la muerte a una naturaleza, y la vida en otra. Y debemos aprender a caminar con Él, caminar en Su luz, permanecer en Su luz, permanecer en Su Palabra. Juan 8:31 “Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en El: Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”
Lo que estoy tratando de describirles, y esperando al mismo tiempo que el Espíritu lo haga más real en sus corazones, es que una cosa es creer en Cristo y comenzar nuestro viaje fuera de Egipto—y otra cosa aún mayor y más importante, es vivir en Cristo, caminar con Cristo, permanecer en Cristo, caminar en el pacto que es Cristo, de tal manera que el poder de Cristo venza en nosotros todo lo que venció en Él. ¿Qué venció Cristo? Cristo venció su propia voluntad individual como hombre, nunca haciendo su propios deseos, ni hablando sus propias palabras, ni haciendo sus propias obras, sino sometiéndose constantemente a la voluntad de Su Padre. Venció la debilidad de un cuerpo mortal, sometido a los elementos, al calor y al frío, al cansancio, al hambre, a las emociones dolorosas. Venció toda tentación y asalto del enemigo, junto con toda la maldad, ira, acusación, malicia, mentiras y violencia de los hombres malvados. Venció todo lo que en Él se resistió a la copa que tenía que beber, y al bautismo con el que tenía que ser bautizado, no sólo al final de sus 33 años, sino todos los días de su vida en el cuerpo. Venció la tortura, la crucifixión, la muerte, el infierno y la tumba. E hizo todo esto para poder conducirnos, mediante su propio Espíritu, por el mismo camino. Él venció para que nosotros pudiéramos vencer en Él. El fue santificado de todas estas cosas, para que nosotros pudiéramos ser santificados en Él. Y la manera en que experimentamos esto no es por una mera creencia en nuestra mente, o una canción que cantamos acerca de cómo Cristo hizo todo para que nosotros no tengamos que hacer nada. No, la manera en que experimentamos esto, es caminando en Su Espíritu, manteniéndonos en Su luz, negando lo que El negó, aferrándonos y siguiendo el don que El plantó en nosotros. Lo experimentamos guardando el pacto, permaneciendo en Su Palabra, tomando Su cruz en contra de todos los deseos mundanos y deseos carnales, y dejando que Su poder nos saque de todo lo que El dejó atrás en este mundo.
Ahora de nuevo, espero que ninguno de ustedes diga que esto tiene algo que ver con el legalismo, o con una religión de obras. Legalismo es cuando los hombres tratan de agradar o satisfacer a Dios a través de las habilidades o acciones o capacidades de la carne. Esto que estoy describiendo es exactamente lo opuesto. Es que, muy a menudo, cuando los Cristianos hablan acerca de la necesidad de negarse a sí mismos, o tomar la cruz, o caminar con mucho cuidado, o alejarse de las pasiones juveniles, muchos en la iglesia se apresuran a decir que ésta es una religión de “obras”, o “legalismo”. Dicen, “¿Estás tratando de ganarte tu salvación?” O, “¿Crees que puedes ayudar a Dios a salvarte?” Cosas así. Pero espero que puedas ver que esto es un gran error, no sólo porque afirmar tal cosa es contradecir cientos de Escrituras explícitas, sino también porque estas amonestaciones bíblicas no tienen nada que ver con tratar de ganar la aprobación divina, o agradar a Dios con nuestras propias habilidades u obras. Negarse a sí mismo, huir de las pasiones juveniles, andar en el camino, tomar la cruz, no hacer provisión para la carne, velar y orar, etc. ninguna de estas cosas son intentos de ofrecer a Dios las obras de la carne. Muy por el contrario, estas cosas tienen todo que ver con tener cuidado de que las obras de nuestras manos, nuestras propias voluntades, deseos y caminos no estorben, obstaculicen o resistan la obra que Dios está deseando hacer en nosotros por el Espíritu que nos ha dado. Como dijimos antes, no se puede ir al este y al oeste al mismo tiempo. No es legalismo dejar de caminar hacia el este para que el Señor pueda llevarte hacia el oeste. No es religión de obras dejar de alimentar o hacer provisión para la carne, para que tu corazón pueda alimentarse del verdadero pan que desciende de arriba.