Dejando al instante las redes, le siguieron.
Parte 2 de Familiaridad con el Espíritu
Comencé la vez pasada hablando de la necesidad de familiarizarnos más con el Espíritu de Dios. Ese es mi objetivo. Dije que no hay manera de ser cristiano sin aprender a vivir y caminar y permanecer en el Espíritu de Cristo. No hay cristianismo sin el Espíritu. Sólo hay anti-cristianismo. Quiero decir, sin el Espíritu de Cristo, hay algo más reinando en el corazón del hombre, llamándose a sí mismo Dios, pero teniendo una naturaleza muy contraria. Si vamos a ser cristianos, debemos ser hombres y mujeres que viven en el Espíritu de Dios. “Los que son guiados por el Espíritu, éstos son hijos de Dios”.
Y luego dije que la manera segura de encontrar al Espíritu, de comenzar a sentir Su presencia, Sus movimientos y enseñanzas en el corazón, es volver tu atención hacia adentro (no hacia afuera), y con gran humildad, prestar cuidadosa y continua atención a esa luz en tu corazón que expone el mal. Ahora bien, ésta no es la única, ni la mayor manifestación u obra del Espíritu de Dios, pero es una manifestación segura, y es el lugar y la forma en que debes comenzar a encontrarlo, escucharlo y aprender a seguirlo.
Todos han experimentado dos cosas en sus corazones que tienen naturalezas contrarias. Una de ellas eres TÚ en tu condición caída. Se trata de un alma, caída de la vida y la naturaleza de Dios, que vive en un cuerpo temporal de carne y sangre, “en los deseos de su carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos”. Es una vida del yo, que mira al mundo y busca atraer todas las cosas hacia sí. Vive en el orgullo y la voluntad propia; pone sus deseos en el mundo, en busca de las posesiones, el placer, los elogios, etc. Desea lo que no tiene. Envidia cuando otros lo tienen. Se enoja cuando no puede tenerlo. Y tiene miedo cuando piensa que puede perderlo. Esta es la vida del hombre en su condición caída.
Y, sin embargo, hay algo más en nosotros que el buen Sembrador ha sembrado en el hombre. Hay algo que condena y aborrece el mal, tanto en los demás como en nosotros mismos. Hay algo que siente paz al hacer lo que es justo, y se alegra en la verdad. Y ese algo está tan cerca de ti que conoce tus pensamientos, tus motivaciones y las intenciones de tu corazón. Conoce tus palabras antes de que salgan de tu boca. Sabe lo que hay debajo de tus máscaras, y a menudo te lo hace ver y sentir.
Esta no es la voz de tu carne, ni la voz de Satanás, ni la voz de tu cultura, ni la voz de tu conciencia natural. Es la luz de Cristo brillando EN tu conciencia. Es el Espíritu de Verdad convenciéndote de pecado, justicia y juicio. Y aquí es donde debes encontrarlo, escucharlo y comenzar a seguirlo.
Todos lo han experimentado, aunque, si eres como yo, tal vez hayas pasado años sin darle importancia, pasándolo por alto, ignorando las convicciones que provenían de él, y tratando de encontrar la paz huyendo de este testigo interno. Piensa un poco en tu vida. Piensa en tu infancia. ¿Recuerdas momentos en los que, incluso de niño, este “pronto testigo” (Mal. 3:5) apareció en tu corazón y, en contra de tus intenciones, interrumpió tu disfrute del pecado? ¿Recuerdas algo dentro de ti que, de repente, te hizo sentir incómodo, o sucio, o incluso asustado, cuando seguiste a tus amigos al mal, o entregaste tu inocencia, o miraste cosas impuras?
Estoy seguro de que muchos de ustedes recuerdan cosas así. Y cuanto más piensas en tu pasado, creo que más recordarás estas ocurrencias, y comprenderás que no pueden tener al hombre caído, o a los espíritus caídos como su origen. Hay una luz dada al hombre en su corazón. Jesús es llamado “la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.” (Juan 1:9). Pablo nos dice que hay una Palabra que está cerca de nosotros, en el corazón y en la boca. Dice que “lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente”. (Rom. 1:19). Jesús nos dice que hay una semilla que se siembra en todo tipo de tierra, un talento que se da al hombre, un tesoro escondido en nuestro propio campo. Hay mucho que podríamos decir sobre este don de Dios, esta Palabra implantada, esta Semilla del reino. Pero todo lo que quiero decir al respecto ahora, es que encontrándola, volviéndote a ella, amando su aparición, y siguiéndola, es cómo comienzas a familiarizarte con el Espíritu de Dios. Aquí, en tu propio corazón, es donde debes encontrarlo, y aquí es donde debes seguirlo.
No puedes empezar a conocerlo o seguirlo estudiando Sus palabras, o escuchando a otros hablar de Él. No, esto puede ser bueno y útil, pero es para después. Primero debes empezar a conocerle y seguirle volviéndote hacia adentro, hacia Su luz o voz, estando de acuerdo con lo que oyes o sientes allí, y sometiendo tu voluntad al Espíritu de Verdad. Si tratas de estudiar Sus palabras sin antes entregarle tu voluntad, entonces no lo entenderás. No puedes entenderlo.
Jesús dice: “Si alguno quiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina, si es de Dios, o si yo hablo de mí mismo.” (Juan 7:17) Primero debes QUERER hacer Su voluntad, y entonces entenderás Su doctrina. Pero si te dedicas a estudiar Su doctrina mientras sigues viviendo en una voluntad contraria, entonces nunca entenderás Su doctrina. El entendimiento del hombre siempre sigue su voluntad. Sigue su voluntad, y luego defiende y justifica su voluntad.
Entonces, así es como comienza el cristianismo. Comienza con volverse hacia adentro y rendir tu voluntad enteramente al Espíritu de Dios, en la medida en que puedas verlo o sentirlo. No puedes saltarte este paso. No debes pensar que puedes crecer sin empezar aquí. Así es como te subes al tren, por así decirlo. Y aunque al principio no sabrás (por supuesto) todo lo que esto significa, debe ser la postura continua de tu corazón durante todo el camino.
El cristianismo comienza, y continúa, en una entera sumisión de la voluntad a Aquel que te visita. Y cuando los cristianos intentan seguir a Cristo, vivir y caminar en el Espíritu, crecer en gracia y sabiduría, sin una entera sumisión de su voluntad, comienzan un viaje que sólo los llevará a la decepción y al engaño. De esto no hay duda. Nuestra voluntad independiente debe ser entregada a cada paso del camino, porque nuestra propia voluntad—actuando independientemente de Dios—es la causa de nuestra caída, y la única razón por la que necesitamos ser salvados.
Ahora, volviendo a lo que estaba diciendo antes: Sé que todos han sentido en alguna medida los movimientos, los llamados, las invitaciones, las persuasiones, las enseñanzas y convicciones de un Espíritu que aparece en el corazón y los llama del pecado y del yo, a la justicia y a la humildad. No me cabe duda de que incluso los más jóvenes que están escuchando este audio han sido visitados por la gracia de Dios. La gracia de Dios aparece a todos los hombres, trayendo salvación, y enseñándoles a negar la impiedad y los deseos mundanos. Pero esta es la pregunta que quiero plantearles: Cuando has escuchado Su voz hablándote de ESTA manera, ¿te has vuelto a ella, y la has tomado como tu líder? ¿Has inclinado tu cuello, lo has puesto bajo Su yugo, y has comenzado a seguirlo?
Este es el asunto. Y aquí es donde muchas personas se pierden justo al principio. Todos son visitados por el Espíritu, pero pocos unen su voluntad a Aquel que los visita. Sienten un toque de Su amor, un destello de Su luz y perspectiva celestial. Por un tiempo sienten Su presencia, o Su convicción, o una medida de Su poder. Él les convence de que Él es real, verdadero y bueno. El Señor visita el alma. Pero entonces, ¿qué sucede? Muy a menudo, estas personas se convierten en creyentes en Cristo sin llegar a ser seguidores de Cristo. Es decir, ven lo suficiente para confesar que Él es real, y para creer el testimonio de las Escrituras. Empiezan a leer la Biblia, a ir a la iglesia y a las reuniones cristianas. Pero su corazón no permanece vuelto y sometido a la luz que los visitó al principio. Prestan mucha atención a las palabras externas de las Escrituras y de los predicadores, pero poca atención a la Palabra interna de vida y luz en su propio corazón. Y así pierden su camino. Pierden de vista a su Guía.
De nuevo, yo creo cada palabra que está escrita en las Escrituras. Honro las Escrituras y las leo todos los días. Pero a menos que mantengamos nuestros corazones vueltos, y nuestras voluntades sometidas al Espíritu que las escribió, perderemos nuestro camino. A menos que “queramos hacer Su voluntad”, volviéndonos interna y continuamente a Aquel que manifiesta Su voluntad en nosotros, nunca podremos entender correctamente Su doctrina.
Esta es la razón por la que Pablo fue enviado por Jesús para volver a las personas de las tinieblas en ellos, a la luz en ellos; del poder de Satanás en ellos al poder de Dios en ellos. No fue enviado primero para volverlos de un libro a otro, o de una doctrina a otra. Primero tenían que volverse de las tinieblas a la luz en su propio corazón. Primero debían familiarizarse con Aquel que puede “hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros.”
Lo que estoy tratando de sugerirte, es que es fácil y común creer en el Espíritu, y sin embargo no conocerlo realmente, primero, porque no reconocemos el comienzo de Sus apariciones en el corazón; y segundo, porque no volvemos nuestros corazones hacia Él allí—velando, esperando, buscando y sometiéndonos internamente. Sentimos convicciones, pero no permanecemos con Aquel que nos dio la convicción. Tenemos momentos de visitación, pero no dejamos inmediatamente nuestras redes (como Pedro y Andrés) y seguimos a Aquel que nos visitó.
Creo que esta es la razón principal por la que los cristianos no están familiarizados con el Espíritu, por la que no entienden lo que significa caminar en el Espíritu, orar en el Espíritu, adorar en el Espíritu, amar en el Espíritu, ser templo del Espíritu, ser guiados por el Espíritu, ser lavados y purificados por la obediencia al Espíritu. Estas son palabras familiares pero realidades extrañas para muchos de nosotros porque no hemos aprendido a volvernos, a velar y a seguir al Espíritu que aparece en el corazón.
Ahora, una de las cosas más importantes que necesitamos entender acerca de la experiencia del Espíritu, es que el Espíritu no se queda en el mismo lugar. No quiero decir que Él se mueva en un sentido físico. Quiero decir que Él viene a nosotros, aparece a nosotros, y entonces, si vamos a permanecer con Él y mantener comunión con Él, tenemos que continuar con Él en un viaje. El Señor aparece en la oscuridad de nuestros corazones para llamarnos a SALIR de esa oscuridad. Nos encuentra viviendo en la carne, para que le sigamos fuera de la carne. O en el lenguaje de los tipos y sombras del Antiguo Testamento, Él aparece y nos llama fuera nuestra tierra, parentela, y casa de nuestro padre, a una tierra que Él nos mostrará. Él viene a Egipto, manifiesta Sus juicios, y luego espera que lo sigamos fuera, permaneciendo cerca de Él, fijando nuestros ojos en Él. Él no te deja en Egipto con una nueva creencia. No te deja viviendo en la carne con un nuevo estatus o posición invisible.
Sé que hay muchos en la iglesia de hoy que hablan como si no hubiera un viaje interior para el alma cristiana. Dicen que Cristo lo hizo todo y que no hay nada que hacer, y ningún lugar adonde ir. Dicen que en el momento en que “aceptamos a Jesús en nuestras vidas” somos instantáneamente perfectos y completos a los ojos de Dios, y sólo necesitamos “ver lo que ya somos”, o disfrutar de la vida en la “verdad presente”. Hay muchas pequeñas frases como estas que son extremadamente populares, y extremadamente reconfortantes para la naturaleza equivocada del hombre.
Una vez creí y enseñé errores similares. Pero agradezco al Señor que, en su gran misericordia, comenzó a mostrarme mi propio corazón. Me hizo ver que yo quería creer que, de alguna manera, ya era perfecto, aun cuando vivía en una naturaleza y voluntad contrarias a Cristo. Me hizo ver por qué me gustaba decir que había sido trasladado y transformado, cuando en realidad no había cambiado nada. Vi que yo quería que Dios me llamara justo sin realmente hacerme justo. Quería decir que había terminado la carrera sin haber corrido, que había ganado la batalla sin haber peleado la buena batalla de la fe; que estaba caminando en el Espíritu mientras todavía vivía en la carne; que me había vestido del nuevo hombre, sin haberme despojado del viejo hombre; que Dios me veía de manera diferente a como realmente era; que podía reclamar Su nombre sin compartir Su naturaleza; y que a Él no le importaba, o tal vez ni siquiera veía, que yo continuaba mi amistad con el mundo, viviendo en los deseos de los ojos, los deseos de la carne, y la vanagloria de la vida.
Oh, ¡cuánto me costó ver estas cosas en mi propio corazón! Y es mucho lo que podría decir sobre este gran error si ese fuera mi tema en este momento. Que lo siguiente sea suficiente por ahora: Sí, Cristo ha consumado Su obra. Él ha hecho todo lo que era necesario, y todo lo que era posible para abrir un camino para que el hombre regrese al paraíso. No quedó nada sin terminar que Cristo pudiera haber hecho por nosotros. PERO sugerir que lo que Cristo ha terminado fuera de nosotros es instantáneamente recibido y experimentado y completado dentro de nosotros, es una gran perversión de las Escrituras, una negación completa de todo lo que Cristo y Sus apóstoles nos han dicho acerca de ser un discípulo, y una contradicción de nuestra propia experiencia diaria. Y verdaderamente, creo que esta es quizás la mentira más atractiva, y por lo tanto la más peligrosa de nuestra generación.
Pero volvamos al viaje interior. Hay un viaje interior porque hay algo que debemos dejar atrás y algo a lo que debemos echar mano. Hay un viaje interior porque debemos despojarnos de un viejo hombre y vestirnos de un hombre nuevo. Hay un regreso a la casa del Padre. Tenemos que “asir aquello para lo cual fuimos también asidos por Cristo Jesús.” Pablo dijo: “cada día muero”, y “llevo en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en mi cuerpo.” Estas palabras significan un verdadero cambio interno, un verdadero viaje de una naturaleza a otra. No solo somos renovados en conocimiento, somos cambiados en naturaleza, conformados a Su muerte, y transformados a Su imagen. Y para experimentar esto necesitamos permanecer muy cerca de nuestro Guía.
Esto es lo que significa “caminar” por la fe. Las Escrituras dicen que debemos caminar por fe, vivir por fe, y no solo creer por fe. ¿Qué es lo que quiero decir? Quiero decir que la fe sale de Dios, entra en el corazón del hombre y nos LLEVA a otro lugar. La fe verdadera no se queda en el cerebro como un pensamiento sin vida, una conclusión o una opinión. La fe es algo espiritual, un misterio, un don de Dios. Cristo es el autor y consumador de la fe. Sale de Cristo, une el alma a Cristo, y conduce el alma por el camino que es Cristo.
A menudo, las creencias humanas no son más que deducciones o conclusiones basadas en opiniones o en el intelecto. Pero la fe es otra cosa. Es como una muestra de la sustancia de lo que se espera. Proporciona al alma una medida de evidencia de las cosas que no se ven. Brota de la Palabra viva en el corazón. La fe viene por el oír, y el oír viene por esta Palabra de la que hemos estado hablando, la Palabra que está cerca, en el corazón y en la boca. Cuando es recibida, nos une a un Salvador vivo. Cuando es obedecida, sigue Sus pasos, y nunca te permite permanecer donde estás, o cómo estás. Es una experiencia viva, un vínculo vivo con un Redentor vivo, y te conduce por un camino nuevo y vivo.
La verdadera fe ha tenido el mismo efecto en las vidas de todos los que la han experimentado. Nunca ha sido simplemente una creencia en hechos verdaderos. Siempre ha visto la luz de Cristo, ha unido el corazón a Él y ha seguido sus pisadas. Esto es lo que sucedió con Abraham, el padre de la fe. Por favor, no crean en la idea popular de que Abraham sólo tenía creencias correctas acerca de Dios en su mente, y que estas creencias “le fueron contadas por justicia.” No. La fe de Abraham consistía en ver el Día de Cristo (Juan 8:56), y en caminar con Él de una vida a otra. Por la fe Abraham dejó su país, su parentela y la casa de su padre. Por la fe siguió en “esperanza contra esperanza”, encontrando que lo que no se veía tenía más sustancia y evidencia que lo que se veía. Dice, “no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años ), o la esterilidad de la matriz de Sara”.... sino que “se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios”. (Rom. 4:19-20) Por la fe su corazón vio a Cristo, se unió a Cristo, siguió a Cristo en un viaje, viaje en el que fue enseñado a dejar todo lo que tenía en este mundo, para echar mano a una herencia eterna. Ésta es la fe que se convirtió en justicia en Abraham. Y ésta es la fe que se convierte en justicia en nosotros.
Y lo que estoy tratando de decirles es que el Espíritu de Dios, la Palabra implantada de Dios, hace brillar Su luz en el hombre, y despierta la fe en el corazón, no sólo para cambiar nuestras creencias, sino para conducirnos de una naturaleza a otra. Y para crecer en nuestra experiencia de Él, para seguir oyendo Su voz, para experimentar el poder del que el Nuevo Testamento habla con tanta frecuencia, debemos volvernos a Él con atención, con vigilancia, con sumisión. Tenemos que volvernos incluso a las manifestaciones más pequeñas de Él en el corazón, y seguirlo ahí.
Voy a resumir lo que he dicho hasta ahora, y después terminaré. El verdadero cristianismo requiere una familiaridad con el Espíritu de Cristo. No es posible ser cristiano sin el Espíritu. Pero esta no es una experiencia rara sólo para profetas y apóstoles, o cristianos primitivos. Este mismo Espíritu que reinaba en profetas y apóstoles también aparece en nosotros, y comienza su obra como “pronto testigo” contra todo lo que es contrario a la naturaleza de Cristo. Aparece no sólo para decirte que eres malo, sino para sacarte de todo lo malo, enseñándote a seguirle, a aferrarte a Él, a someterte a Él. Él te enseñará cómo permanecer cerca de Él, cómo escuchar Su voz. Te enseñará lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”
Los cristianos no están familiarizados con el Espíritu de Dios, PRIMERO, porque no reconocen su más baja aparición en sus corazones, como el que los convence de pecado, justicia y juicio. Y SEGUNDO, porque cuando Él aparece, no se vuelven, se aferran, se someten a Él y lo siguen. La fe se despierta en el corazón, pero no obedecen a la fe. No aprenden a caminar por la fe. No quieren ir a donde la fe los lleva. No están realmente dispuestos a salir con Abraham, siguiendo sus pasos, fuera de su propia voluntad, fuera de su propia vida.