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La Obra de la Gracia en el Corazón

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En el último mensaje vimos que la gracia es la obra eficaz del poder de Dios en el corazón del hombre. No es un nuevo estatus, un contrato legal, o la eliminación de una ley que requiere justicia. Es el poder de Dios, una medida de la vida y la luz y el Espíritu de Dios que realmente cumple el requisito de justicia en el hombre al cambiar su naturaleza. La gracia quita la condenación, no quitando el requisito de la justicia, sino formando en el hombre la vida y la naturaleza justa  de Jesucristo. La gracia es poder. Es el poder de una nueva vida, con una nueva naturaleza. 

La ley vino a través de Moisés, pero el poder vivo y justo de Dios vino a través de Jesucristo. Y aunque el poder de Dios puede manifestarse exteriormente, aunque el poder de Dios puede crear estrellas y planetas y montañas y océanos, su mayor manifestación, y su mayor milagro, se encuentra en el oscuro corazón del hombre caído, donde convierte a los hijos de ira en hijos de luz. La ley describía la justicia, pero la gracia es el poder de la vida, la justicia, la bondad, el amor, etc. plantado en el alma del hombre. 

En cierto sentido, es la venida de Jesucristo a su propio templo, que durante mucho tiempo había sido una cueva de ladrones. Es la llegada de un hombre fuerte a su propia casa, donde antes había vivido otro hombre fuerte. Es como Josué cruzando el Jordán hacia la tierra de Canaán, introduciendo un nuevo reino en una tierra infestada por siete naciones incircuncisas. La gracia llega al hombre como el poder de Dios, como el reino de Dios, pero ya vimos la última vez que comienza en el hombre como una pequeña semilla, una perla preciosa, un talento, un poco de levadura. Este es uno de los grandes misterios del reino de Dios que Jesús describió en tantas parábolas, y que Dios ilustró en tantos tipos y sombras en el Antiguo Testamento. 

¿Cuál es este gran misterio? Es el hecho de que Dios es un Rey grande y poderoso, y sin embargo comienza Su reino como una pequeña piedra cortada de una montaña sin manos (Daniel 2:34), una semilla de mostaza en un jardín, como un bebé en un pesebre. El Rey de Reyes comienza Su reino como un David o un José, desconocido para el mundo y rechazado por sus propios hermanos. El poder de Dios no viene como un ejército con estandartes, o como una bomba atómica, demoliendo todo a su paso. No, viene como un Rey humilde que establece su trono justo en medio de sus enemigos, y desde allí, expande su gobierno a medida que encuentra un corazón que se una a Él voluntariamente en el día de su poder. Esto es lo que David declaró en el famoso Salmo 110.

Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder; Domina en medio de tus enemigos. Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad.

¿Ves lo que el Espíritu está diciendo aquí? El poder o reino de Dios no viene como los reinos de este mundo. Los reyes de este mundo primero destruyen a sus enemigos y luego establecen su trono en una tierra conquistada. Pero aquí, Dios pone a Su rey justo en medio de Sus enemigos, y luego espera que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. O se puede decir que Dios unge a Su rey, lo siembra como una semilla en el corazón del hombre, y luego desea que Su pueblo se ofrezca voluntariamente en el día de Su poder, es decir, cuando Su luz llegue a su corazón. Y estas dos cosas son siempre parte del crecimiento del reino. Quiero decir, por un lado hay enemigos que están siendo destruidos, y por otro lado hay una unión voluntaria al Señor en la luz o el día de Su poder. Y quizás diré de paso, que el trato de Dios de esta manera se debe a que hay dos cosas en el hombre (por así decirlo). Hay un alma que debe ser salvada, y hay una naturaleza que debe ser destruida. Hay algo que no se puede arreglar, restaurar o ayudar, y es la naturaleza incircuncisa de la carne caída. Esto es representado por los Filisteos, Amorreos, y otras naciones incircuncisas en la tierra, y todo lo que respira con esa naturaleza debe ser destruido completamente y removido de la tierra. Y sin embargo, hay algo que está bajo la esclavitud de estas naciones, un esclavo de esta naturaleza, y esto es el alma del hombre, creado por Dios para ser un templo de Su gloria. El alma sólo se puede salvar por una verdadera muerte a la carne, una muerte experimental al pecado, y por el don y el crecimiento de la vida de Dios en el alma del hombre.

Y ésta fue precisamente la experiencia de David, y la misión de David cuando el Señor lo ungió como rey sobre su pueblo. El reino de David, en muchos sentidos, es como un cuadro externo del Reino interno de Cristo. Fue ungido rey cuando no era más que un pastorcillo que cuidaba unas ovejas, cuando nadie en la tierra, ni siquiera sus hermanos, reconocía o entendía o creía lo que estaba destinado a hacer. Dios lo ungió rey, lo declaró el hombre según su corazón y lo puso en medio de sus enemigos incircuncisos. Y también podría decirse que Dios puso a David como salvador de Israel, deseando que su pueblo se ofreciera voluntariamente en el día de su poder.

1 Samuel 22:1 David se fue de allí y se refugió en la cueva de Adulam. Cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, descendieron a él allá. Todo el que estaba en apuros, todo el que estaba endeudado y todo el que estaba descontento se unió a él, y él vino a ser jefe sobre ellos. Y había con él unos cuatrocientos hombres.

Así comenzó el reino de David. Unos pocos que estaban en apuros, endeudados y descontentos con el reino de Saúl y la maldad de los incircuncisos, se unieron voluntariamente a él en la cueva. Ofrecieron voluntariamente sus vidas cuando apareció su poder. Y con el tiempo, éstos se convirtieron en los poderosos guerreros de David, un ejército invencible al que ningún enemigo podía resistirse.

Y menciono estas cosas porque todas ellas son cuadros, sombras, flechas, que señalan cómo el poder de Cristo, la gracia de Jesucristo, actúa en el corazón del hombre. La gracia no es una declaración divina de tolerancia que de alguna manera permite que los filisteos permanezcan en el reino de Dios. La gracia es un Rey vivo que se pone en medio de sus enemigos, con la intención de destruir a sus enemigos, y llenar el corazón con la naturaleza de Dios. 

Su primera aparición es como una luz que brilla para manifestar la diferencia entre la semilla de Israel y la naturaleza filistea. Es como el niño David que aparece en el valle de Elah y grita en presencia de Goliat: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para desafiar a los escuadrones del Dios viviente?”. Una luz de lo alto brilla en el corazón y hace que el hombre vislumbre a su legítimo rey, y también a su verdadero enemigo. Te muestra que Cristo es David, y que tú eres Goliat. La gracia de Dios se manifiesta a todos los hombres y nos enseña lo que debemos negar y abandonar, y también nos enseña lo que debemos esperar y buscar. Y cuando amamos su aparición, cuando abrazamos, y sometemos y unimos nuestra voluntad a la obra de la gracia, entonces la gracia crece. O se podría decir, entonces nosotros crecemos en la gracia de Dios. 

Cuando Pablo se iba de Éfeso, después de estar tres años con aquella iglesia, les advirtió que vendrían lobos salvajes que no perdonarían el rebaño, y que de entre ellos se levantarían hombres que hablarían cosas perversas para arrastrar discípulos tras de sí. Y luego dijo: 

Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.

¿Ves lo que Pablo está diciendo aquí? “¡Vigilen, estén alerta! Tengo que dejarlos, pero hay algo que permanecerá con ustedes. El peligro viene de dentro y de fuera, pero hay un poder que se quedará con ustedes. Les encomiendo a él. Les señalo como su única esperanza. ¿Qué es? Es la palabra de Su gracia, una semilla de Su gracia, un don del poder vivo de Cristo, que es capaz de edificarte y darte una herencia entre todos aquellos que son santificados por ella. Esta gracia es la única esperanza que tienen. Ámenla, y ella crecerá. Obedézcanla, y los edificará. Sométanse a ella y los santificará”.

Comienza como una luz, como una pequeña voz que te muestra el camino de la vida. O en palabras del profeta Isaías: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Éste es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (Isa 30:21). Y cuando amas su luz, entonces empiezas a sentir y a encontrar su poder. Empiezas a ver que tiene una unción de lo alto para enseñar, limpiar, cambiar, dar muerte y dar vida. La gracia hace todas las cosas en el creyente. La gracia tiene que hacer todo en el hombre, porque el hombre no puede hacer nada aparte de la gracia.

Pero ahora, permíteme advertirte acerca de un par de grandes errores o mentiras concernientes a la gracia de Dios que se han vuelto extremadamente comunes en nuestros días. Y hago esto, no porque quiera criticar ideas equivocadas o hacer más divisiones en la ya dividida iglesia, sino porque quiero que todos nosotros experimentemos la verdadera obra de la gracia. Quiero que todos conozcamos el verdadero evangelio de la gracia, la suficiencia de la gracia, y un crecimiento real en la gracia. Creo que puedo decir con toda sinceridad que no tengo ningún interés en corregir ideas erróneas meramente desde un punto de vista doctrinal. La EXPERIENCIA de Cristo es todo para mí. La experiencia interior de Dios que cambia el corazón, que cambia la vida. Y de muchas maneras, el hombre SIEMPRE está tratando de reclamar o pretender ser o tener algo espiritual que realmente no experimenta. ¿Entiendes lo que quiero decir? Quiero decir que hay algo tan predominante en el hombre que quiere, por ejemplo, creer que tenemos una justicia que en realidad no experimentamos o vivimos. Queremos llamarnos puros en Cristo, aun cuando seguimos siendo muy impuros en nuestros propios pensamientos, deseos e intenciones. Queremos pretender ser algo a los ojos de Dios que no somos a los ojos de nuestra propia familia. O como oí recientemente, queremos decir que somos una cosa en la “eternidad”, aunque somos otra cosa en el tiempo.

Para mí, no se trata sólo de errores doctrinales. Son enormes obstáculos que nos impiden experimentar realmente la gracia. Y fue probablemente debido a errores como estos que los apóstoles se sintieron obligados a escribir declaraciones como: “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.” (1 Juan 3:7) O, “No obstante, el sólido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos, y: Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor.” (2 Tim. 2:19)

Una idea equivocada que quiero tratar es la idea de que la gracia de Dios automática e instantáneamente hace que los hombres sean justos a los ojos de Dios, o hace que Dios nos vea de manera diferente de lo que realmente somos. Este es un gran error, al menos en el sentido en que se enseña comúnmente en la iglesia hoy en día. Porque es muy común decir que, tan pronto como una persona cree en Cristo, o dice la oración del pecador, ¡entonces todo está hecho!... excepto tal vez que tenemos que darnos cuenta de lo que ya somos, o manifestar lo que ya somos, o disfrutar de lo que la gracia de Dios ya ha logrado para nosotros. Algunos dicen que Dios inmediatamente nos ve como perfectos, o que cuando El nos mira ya no ve el pecado en el que vivimos, o que practicar la injusticia no cambia el hecho de que Dios ya nos ha hecho justos, y nos ve como justos.

Ahora bien, es absolutamente cierto que Dios ha dado al hombre un don indeciblemente grande a través de la obra externa de Jesucristo. Él ha obrado un milagro de redención y salvación para el hombre a través de la encarnación, vida, muerte, sepultura y resurrección de Su Hijo. Él ha dado a Su Hijo unigénito como sacrificio por el pecado, para que el arrepentimiento y el perdón de los pecados puedan ser predicado en Su nombre a todas las naciones del mundo. Ha rasgado el velo que conduce al Lugar Santísimo, ha abierto una puerta para salir de nuestra esclavitud interior a la muerte y a las tinieblas, ha creado un camino nuevo y vivo por el que pueden caminar los redimidos. Ha vencido el poder del Faraón espiritual, el que retenía a los hijos de Adán con el poder de la muerte. Nos ha dado un capitán perfecto de salvación, ha abierto un camino a través del desierto, y se ha convertido en nuestro líder y Sumo Sacerdote misericordioso. Y nos ha reconciliado con Dios en el sentido de que ha quitado todo obstáculo del camino del hombre. Ha quitado la pared intermedia de separación, nos ha puesto en un pacto con Él, y ha sembrado una semilla de Su propia gracia, luz y Espíritu en el corazón del hombre, de modo que todo ser humano está capacitado para ocuparse en su salvación con temor y temblor. Todo lo imposible se ha hecho, el banquete de bodas está listo, las invitaciones se han enviado a todos, y nada queda en el camino del hombre aparte de sus propios deseos de otras cosas. Todo esto y más lo ha realizado Dios mediante la obra externa de Jesucristo. Y sin todo esto, el hombre estaría irremediablemente perdido para siempre. 

Y sin embargo, por grande que sea este don, no cambia automática e instantáneamente la NATURALEZA que vive y reina en el hombre, ni hace que Dios te vea de forma diferente a como eres en realidad. Dios ha hecho absolutamente todo lo necesario, y todo lo posible, para redimir al hombre de su condición caída. Pero todo lo que El ha hecho externamente, no fue para poder llamarte algo que no eres, sino para hacerte como El es. Quiero decir, todo fue hecho para que, permaneciendo en Cristo, aferrándose y sometiéndose a la gracia de Dios, o a la obra eficaz de Su poder, Él pudiera realmente quitar de tu corazón toda forma de egoísmo, orgullo, envidia, ira, temor, concupiscencia, oscuridad y muerte, y llenarte con el poder de Su luz, vida y amor.

Y aunque Adán, desde el principio, ha querido ocultar a Dios su verdadera condición tras una variedad de máscaras y disfraces de hoja de higuera, la idea de que Dios nos ve de forma distinta a como somos en realidad es contraria a tantas Escrituras que describen a Dios como siempre viendo y relacionándose con nosotros de acuerdo a lo que realmente está sucediendo en nuestros corazones. Incluso a los cristianos, los Apóstoles les advierten que Dios “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4:12), que “saca a la luz lo oculto en las tinieblas y pone de manifiesto los designios del corazón” (1 Cor 4:5). Y en el Apocalipsis, Cristo mismo, a quien se describe como teniendo “ojos de fuego”, ve la verdadera condición de las siete iglesias, y las alienta, corrige o amonesta severamente según sus diversos estados. 

Y ya que estoy hablando de la tendencia del hombre a reclamar cosas que en realidad no está experimentando, permíteme rogarte que nunca te conformes con algo menos que el reino justo del Señor Jesucristo reinando en tu alma. No te contentes con un nombre de que vives, cuando en realidad estás muerto; un nombre de que eres cristiano cuando todavía vives y piensas y actúas como un hijo caído de Adán que encuentra su hogar en este mundo. No te contentes con lo que Cristo ha hecho por ti externamente, aun cuando todavía te falta experimentar lo que Él desea hacer por ti internamente. Este ha sido uno de los grandes errores de la iglesia en todas las épocas. La iglesia quiere clamar: “¡La gracia lo ha hecho todo!”, pero ¿qué ha hecho la gracia en ti? Generación tras generación hacemos lo mismo. Creemos doctrinas, establecemos iglesias, cambiamos algunos comportamientos, pero no permitimos que Él cambie nuestros corazones. Queremos que Él nos llame por Su nombre sin transformarnos a Su naturaleza. En otras palabras, decimos que todo es gracia, y que la gracia lo es todo, pero no conocemos la obra de esa “Palabra de gracia” de la que habla Pablo, que (en la experiencia real) nos edifica y nos da herencia entre los santificados.

Y UNA de las razones por las cuales hemos caído tan cortos del propósito y deseo eterno de Dios en este respecto, es porque hemos creído la mentira de que la obra externa de gracia ha hecho todo por nosotros instantánea y automáticamente, aun cuando experimentamos poco o nada de Su obra de gracia, Su Palabra de gracia, dentro de nosotros. 

Y ahora permíteme mencionar una SEGUNDA razón por la que esta palabra de gracia es tan poco conocida o experimentada: se debe a otra mentira que dice que la gracia no puede ser resistida, o al menos a la suposición inconsciente de que NO la estamos resistiendo. 

Muchos cristianos saben que Calvino popularizó el concepto de “gracia irresistible”, y que esta idea sigue siendo muy popular en muchas iglesias protestantes hasta el día de hoy. Pero por muy popular que sea, no puedo concebir una doctrina que sea más contraria a las Escrituras, o contraria a la experiencia de cada alma humana individual. Y personalmente creo que Calvino sólo recurrió a esta doctrina, no porque la encontró en la Biblia, sin porque era un pilar necesario para apoyar y defender la idea de la elección incondicional, o sea, la predestinación individual de las almas al cielo y al infierno (otro gran error).

La simple verdad que vemos una y otra vez desde el Génesis hasta el Apocalipsis es que, aunque Dios es ciertamente MUCHO más fuerte que el hombre, sin embargo el hombre es muy capaz de resistir el poder, la voluntad y la gracia de Dios. No hay nada más claro en la historia de los hombres y los ángeles. Dios es omnipotente, pero en Su trato con el hombre caído, nunca ha usado Su poder para forzar la conformidad, o la obediencia, o el amor. Y en verdad, si alguna vez hubo un tiempo o una condición donde la gracia hubiera sido irresistible, uno pensaría que habría sido antes de la caída, cuando todo existía en un estado de armonía, orden, bendición, justicia y paz celestiales. Pero incluso entonces, cuando ninguna cosa creada se había apartado de la justa ley de luz y amor de Dios, encontramos que tanto los hombres como los ángeles tenían la capacidad, si así lo deseaban, de resistirse al poder o gracia de su amoroso Creador. Primero los ángeles, y luego el hombre, demostraron claramente que la gracia podía ser resistida incluso cuando la gracia gobernaba todo en el universo creado. 

Y si esto era cierto en aquel tiempo, ¡cuánto más lo es ahora, cuando tantas cosas, tanto fuera como dentro de nosotros, tientan y atraen y seducen a la naturaleza caída de la carne para apartar nuestro corazón de nuestro Hacedor! Porque ahora, después de la caída, y EN la caída, hay una naturaleza en el hombre que codicia su propia destrucción. Hay una ley de pecado y muerte que no puede ser desobedecida excepto por una sumisión cuidadosa a una Ley más fuerte. Hay deseos de los ojos, deseos de la carne, orgullo y egoísmo y concupiscencia que se mezcla con todo lo que el hombre hace y busca. Y hay toda una compañía de ángeles caídos que andan como leones rugientes, buscando a quién devorar, buscando siempre algo de su propia oscuridad en el corazón del hombre donde puedan entrar, unirse, influir y engañar. ¿Cómo puede alguien decir que la gracia es irresistible, cuando la condición del mundo hace que muchos crean que el PECADO es irresistible? 

¿Fue irresistible la gracia cuando Dios llamó a Israel a salir de Egipto para seguirlo a través del desierto? ¿Fue irresistible la gracia cuando Dios llevó a Su pueblo a la Tierra Prometida y les dijo que nunca se apartaran de Sus leyes y estatutos? ¿Fue irresistible la gracia en los días de los jueces, los reyes o los profetas? 

¿Y qué hay del testimonio de los apóstoles en el Nuevo Testamento? En Hechos 13:43, Pablo y Bernabé hablaron a los conversos y se esforzaron por “persuadirles a que perseverasen en la gracia de Dios”. En 2 Corintios 6:1 Pablo rogó a la iglesia “que no recibiera en vano la gracia de Dios.” En el capítulo 1 de Gálatas, se maravillaba de que la iglesia “se alejara tan pronto de Aquel que los llamó por la gracia de Cristo para seguir un evangelio diferente.” Más adelante, en el capítulo 2 de la misma epístola, habla de la posibilidad de “desechar” o “hacer nula la gracia de Dios”. Y luego en el capítulo 5 versículo 4 advierte a los cristianos que estaban volviendo a la ley que habían “caído de la gracia.” Judas habla de los que estaban “convirtiendo la gracia de nuestro Dios en libertinaje.” En Hebreos 12:15 el autor advierte a los creyentes que “miren bien que ninguno se aparte de la gracia de Dios;” Y en el capítulo 10 tiene esta espantosa advertencia: 

El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

Estos son versos que usan específicamente la palabra gracia. Pero hay multitud de otros versículos que hablan de la misma posibilidad y tendencia, sólo que usando un lenguaje ligeramente diferente, como resistir, apagar, contristar y rebelarse contra la voluntad y la obra del Espíritu de Dios en el corazón. Y es a causa de esta propensión del hombre a apartarse de la obra de la gracia y a oponerse a ella, que la Biblia está tan llena de advertencias, amonestaciones y precauciones contra ella. Y por otro lado, leemos una y otra vez en las Escrituras de mensajeros, profetas y apóstoles, enviados por Dios, para invitar, llamar y animar a todos a continuar en sumisión a la gracia y al poder de Dios, para que les vaya bien. 

Por lo tanto, no cabe la menor duda de que no sólo es posible resistir a la gracia, sino que es algo común e incluso frecuente. Y esta propensión universal en la naturaleza caída del hombre debe ser reconocida como una tendencia muy presente y poderosa en cada uno de nuestros corazones, si tenemos alguna esperanza de vivir en cuidadosa sumisión al poder de la gracia. 

Porque, volviendo a lo que decía antes, la gracia no viene al hombre como un enorme ejército con estandartes, destruyendo y conquistando inmediatamente toda resistencia a su paso. La manera del reino, y uno de los grandes “misterios del reino de los cielos” (Mt 13:11) es que Dios pone a Su rey en medio de Sus enemigos. Unge a Su rey, lo pone en la tierra, y luego da a todos los que sienten la plaga de su propio corazón—todos los que están en angustia, endeudados y descontentos con el reino de Saúl o la opresión de los filisteos—les da la oportunidad de unir su corazón a él. Así es como se recibe la gracia, y cómo la gracia llega a tener poder sobre la naturaleza, o el estado natural del hombre. La gracia de Dios que trae la salvación se manifiesta a todos los hombres. Viene trayendo salvación, esperanza, trayendo poder, trayendo a un Salvador, pero no salva a todos los hombres, porque no todos “se ofrecen voluntariamente en el día de su poder”. No todos aman su aparición, reciben sus enseñanzas, se vuelven a su reprensión, unen su corazón y su voluntad a la palabra de gracia que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.