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Cómo Entender la Gracia

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Quiero avanzar para hablar de la gracia en este mensaje, pero me gustaría empezar repasando algunas de las cosas más importantes que ya hemos dicho sobre la ley. Hemos visto que una ley es una verdad o realidad constante, que nunca cambia, y que exige obediencia o conformidad cuando está actuando sobre otra cosa. Esto es cierto para todo tipo de leyes, ya sean leyes externas escritas, leyes naturales (como la gravedad) o leyes espirituales, como la ley del pecado y de la muerte, o la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. 

Hemos hablado de cómo, en el principio, no había necesidad de ninguna ley externa o escrita, porque la vida, el poder, la naturaleza y la voluntad de Dios operaban como una ley en toda la creación, siempre y cuando la creación permaneciera en sumisión a Él. Fue sólo cuando el hombre salió de esta feliz sumisión, y transgredió la naturaleza, el poder y la justicia de Dios, que una ley externa fue añadida. Fue añadida a causa de la transgresión hasta que viniera la Simiente, cuya venida es tanto exterior como interior. 

Y vimos que el problema con esta ley externa, dada al hombre en palabras, mandamientos y requisitos, era que no podía dar o impartir lo que describía. Describía justicia, pero no daba la vida de justicia, y de esta manera era débil e incapaz de “hacer perfectos” a los que vivían por ella o bajo ella. Pero lo que esta ley escrita podía hacer, y lo que tenía que hacer por su propia naturaleza, era señalar cada forma en que el hombre natural se quedaba corto de la pureza, perfección y expectativa de su Creador. La ley era santa, justa y buena, pero funcionaba como un ministerio de condenación para la naturaleza transgresora, exponiendo y condenando todo lo que en el hombre era contrario a la naturaleza y voluntad de Dios.

Y por último, vimos que, aunque esta es una relación muy triste y lamentable entre la ley de Dios y la naturaleza pecaminosa del hombre caído, es comparada con un matrimonio permanente que no puede terminar aparte de la muerte. La ley no muere, sigue describiendo y exigiendo la justicia de Dios. Pero lo que puede morir, y lo que debe morir por la cruz de Jesucristo, es la naturaleza pecaminosa de la carne, o el viejo hombre, para que el alma pueda unirse a Aquel que resucitó de entre los muertos, y así dar fruto en justicia. Y de este modo, la ley nunca es abolida, cambiada, olvidada o abrogada. Es más bien cumplida por la justicia de Cristo viviendo y reinando EN aquellos que caminan por y en Su Espíritu.

Y ahora, habiendo entendido estas cosas concernientes a la ley, estamos en una buena posición para comenzar a hablar del don de la gracia de Dios. Porque la gracia es la venida de lo que la ley no podía hacer. La gracia es poderosa donde la ley era débil, y a diferencia de la ley, la gracia ES capaz de perfeccionar a los que se acercan a Dios. Y es de suma importancia que cada cristiano entienda y experimente correctamente este increíble don. Digo correctamente, porque el enemigo ha llenado este mundo con mentiras acerca de la gracia de Dios, varias de las cuales ya se estaban haciendo populares en los días de los primeros apóstoles.

¿Qué es la gracia? La mayoría de los cristianos asocian la palabra gracia con un don gratuito de Dios. Cuando era joven, recuerdo haber oído a alguien intentar definir las palabras gracia y misericordia diciendo: “Gracia es cuando recibes algo que no mereces, y misericordia es cuando no recibes algo que sí mereces”. Creo que en ese momento pensé que era una afirmación bastante profunda. Pero por muy acertada que sea, esta definición no nos dice nada sobre lo que es realmente la gracia. Sólo dice que no la merecemos... sea lo que sea. La gente suele decir: “¡La gracia es un don gratuito!”. De acuerdo, ¿pero un don gratuito de qué? ¿Cómo se experimenta? ¿Qué es lo que hace? 

Hay muchos que hablan de la gracia como si tuviera que ver con la eliminación de una ley para la justicia, diciendo cosas como: “Bajo la ley había requisitos estrictos y reglas fijas para la justicia, pero ahora la muerte y resurrección de Cristo ha quitado todo eso y nos ha dado la gracia”. Estos hablan de estar “bajo la gracia” (Ro 6:14) como si fuera una especie de nuevo estatus o posición legal con Dios donde Él ha quitado todo pecado (pasado, presente y futuro), o donde Él no ve el pecado, o al menos está mucho menos preocupado por él de lo que estaba en los días del Antiguo Pacto. Pero todo esto es un terrible error. Ya hemos visto en esta serie que Cristo dijo: “Ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido”; y que Pablo dijo: “La ley se enseñorea del hombre mientras éste vive”. La gracia no quita la ley, la cumple. La gracia no mata la ley, crucifica la carne que es condenada por ella.

Así que vuelvo a preguntar, ¿qué es la gracia? Si buscas todas las veces que aparece la palabra gracia en el Nuevo Testamento (algo que recomiendo a todo el mundo que haga, hay unas 130), creo que verás muy claramente que la palabra gracia tiene que ver con el poder de Dios que se ofrece libremente al hombre y que opera en el hombre. La gracia, en una definición muy general, es la operación del poder de Dios. Ahora, en la gran mayoría de los versículos del Nuevo Testamento la palabra gracia se refiere al poder de Dios VINIENDO de una manera muy particular, y HACIENDO algo muy específico en el corazón del hombre. Pero siempre está conectada con la operación del poder de Dios en y sobre el hombre. No es un nuevo estatus. No es una posición legal. No tiene nada que ver con la idea de que Dios haya desechado su justo requisito, o se haya reconciliado con el pecado, o con el hombre en pecado. Todo esto es pura invención. La gracia es el poder vivo de Dios obrando en el hombre. 

Y es por eso que, al hablar del niño Jesús, Lucas 2:40 dice: “Y el Niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.” ¿Podría esto significar que un nuevo estatus legal estaba sobre Jesús? ¿O que Dios estaba pasando por alto los pecados de Jesús por gracia? Por supuesto que no. El poder viviente de Dios, la operación del poder de Dios estaba sobre el Hijo de Dios encarnado. O en Hechos 4:33 dice, “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. ¿Qué podría significar esto sino que el poder de Dios estaba presente de manera manifiesta con todos ellos?

Así que vayamos al primer capítulo de Juan, versículos 14-17

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Éste es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Juan dice que la ley fue dada por medio de Moisés. Una vez más, ¿qué era esa ley? Era la descripción y el requisito de justicia que vino sobre los hombres a causa de la transgresión. Y aunque era santa, justa y buena, era sin embargo débil e ineficaz porque no podía DAR la naturaleza que describía. “La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. ¿Qué es entonces la gracia? La gracia no es una descripción de la justicia en palabras, y ciertamente no es la eliminación del requisito de justicia de Dios. La gracia es el PODER de la justicia, la vida de la justicia, la Sustancia y Persona de la justicia dada para vivir y reinar en el alma del hombre. 

Recuerda las palabras de Pablo: “Porque si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida, entonces la justicia ciertamente hubiera dependido de la ley.” Bien, hemos visto que la ley escrita no podía impartir vida, y por esa razón era débil. Pero la GRACIA sí puede impartir vida. ¡En esto consiste la gracia! Es un don o una medida de la vida y el poder de Aquel que es la justicia. 

También vimos cómo Pablo dijo que la ley fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la Simiente a quien fue hecha la promesa. La ley señalaba la vida, naturaleza y justicia de Cristo, mostraba la necesidad de Cristo, era un ayo para llevarnos a Cristo. Y la venida, la dádiva, la siembra de esta Simiente se llama gracia. Cristo, la Simiente, vino por fuera, y también viene por dentro. O tal vez sea más exacto decir que la Simiente vino por fuera PARA PODER venir por dentro. Y Su poderosa venida y obra, tanto externa como interna, se llama la gracia de Dios. 

Creo que el hecho de que Pablo utiliza la palabra Simiente en Gálatas para referirse a Cristo (“...hasta que venga la Simiente”) es importante por varias razones. Una razón es, sin duda, porque habla de Cristo como el comienzo de un linaje espiritual, o nacimiento, o familia. Pero la palabra también evoca imágenes de sembrar, crecer y dar fruto, imágenes que Cristo utilizaba a menudo para describir su reino en el hombre. 

Así que otra vez, la PRIMERA cosa que necesitamos entender acerca de la gracia es que es el poder de Dios, la operación eficaz de Su vida y luz, que es dada al hombre, y que obra en el hombre lo que la ley escrita no podía hacer. Es un don del poder de Dios, o la obra de Su vida, luz y Espíritu, que viene de Aquel que está lleno de gracia y verdad. “De su plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia”.

La SEGUNDA cosa que necesitamos entender sobre la gracia tiene que ver con cómo viene al hombre, o cómo el hombre la experimenta. Este es también un tema de gran confusión hoy en día. ¿Cómo es que el hombre experimenta la operación eficaz del poder de Dios? Bueno, ciertamente puede tener varias manifestaciones. Como vimos en Hechos, la palabra gracia puede usarse para describir una obra visible del poder de Dios en señales y milagros; o como vimos en Lucas, puede referirse al poder de Dios obrando secretamente en Jesús cuando era niño. Sin embargo, creo que es correcto decir que el don de la gracia, o la operación del poder de Dios, se experimenta generalmente como una SEMILLA celestial. En otras palabras, la experiencia de la gracia comienza como algo pequeño en el corazón, aunque tiene el potencial y el propósito de reinar sobre todo. Se podría decir que comienza como José vendido en Egipto, o como David cuando cuidaba las ovejas de su padre, o como Jesús cuando nació en un pesebre. Es el poder mismo de Dios, un don de Su luz, vida y Espíritu, pero comienza en el corazón como una semilla de vida que debe levantarse de la muerte para crecer, llenar, vencer y reinar.

Este don celestial tiene muchos nombres, ilustraciones y descripciones a lo largo de la Escritura, no porque sea complicado, sino porque hace mucho en el hombre para llevar a cabo la obra redentora de Dios, y porque ningún nombre o figura puede captar todo lo que es o hace. Se llama semilla o grano de mostaza porque está viva, crece y produce un incremento de su género; y también porque necesita ser recibida y protegida en buena tierra. A lo largo del Nuevo Testamento se llama Palabra viva (o la “Palabra implantada”, o “la Palabra de fe”, “la Palabra de su gracia”, “la Palabra de vida”, “la Palabra viva y eficaz”, etc.) porque comunica o revela perfectamente la mente, el propósito y el conocimiento de Dios, y porque sólo podemos oírla con oídos circuncidados. Se llama talento o mina porque necesitamos manejarla o administrarla como nuestro mayor tesoro, buscando su incremento y no enterrándola en nuestra tierra; y entonces encontraremos que se multiplica y agrada a nuestro Maestro. Se compara con la levadura porque se esparce, llena y cambia todas las partes del hombre, las tres medidas de la masa. Se llama perla de gran precio o tesoro escondido por su gran valor, y porque es imposible encontrarlo o comprarlo cuando el hombre se aferra al yo y a las cosas de este mundo. Se compara con el pan celestial o el maná, porque hay que tomarlo y comerlo, y porque tiene que convertirse en el verdadero alimento interno de cada día, etc. Todos estos nombres o figuras (y hay muchos más) hablan del mismo DON de Dios que se ofrece al hombre en su condición caída, el cual (como dice Santiago) “es capaz de salvar vuestras almas.” 

Así pues, la gracia es la operación eficaz del poder de Dios, un don de Su luz, vida, Palabra o Espíritu, y para llevar a cabo su obra redentora, aparece en el hombre como algo parecido a una pequeña semilla que necesita crecer, llenar, vencer y reinar. Cualquier otra obra del poder de Dios, cualquier clase de milagro externo, o acto de bondad, sanidad corporal, provisión externa, o cualquier otra cosa que el poder de Dios pudiera hacer por el hombre, se quedaría corta para resolver su problema si no produjera en él el nacimiento, crecimiento y victoria de la vida de Dios en el alma del hombre. La caída del hombre no fue una pérdida de las cosas externas. Es decir, no fue sólo una pérdida de salud corporal, comodidades externas, superpoderes, o del jardín físico del Edén. La caída del hombre fue una pérdida de la vida, la luz y el Espíritu de Dios. Fue una muerte a todo lo bueno, una verdadera muerte a la vida de Dios. Y, por lo tanto, la restauración del hombre, la redención del hombre, la salvación del hombre, no puede ser otra cosa que el nacimiento, el crecimiento y el dominio victorioso de la vida de Dios en el alma del hombre. 

Esto es lo que la gracia tiene que realizar. Y es por eso que un don de la operación del poder de Dios es dado al hombre.  La gracia no sirve principalmente para arreglar problemas exteriores y eliminar dificultades externas. Y la gracia tampoco debe limitarse al perdón de los pecados. La gracia, la operación del poder de Dios, viene al hombre con un propósito específico, para tratar un problema específico y para producir un resultado específico. La gracia es dada para que el alma pueda VER su condición perdida en la luz divina, VOLVERSE del pecado y del yo en el poder que proviene de Dios, NACER de Su Espíritu celestial, nacer de lo alto, y entonces “CRECER en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,” hasta que Cristo sea formado en nosotros. Esta es la obra de la gracia. Esto es lo que la gracia necesita hacer.

Todos los conceptos erróneos populares de hoy sobre la gracia se quedan increíblemente cortos tanto en la identificación del problema como en la comprensión de la solución. El hombre caído no necesita una gracia que guiñe un ojo al egoísmo, al orgullo y al amor al mundo, y que le proporcione una manera de vivir en pecado sin temor al castigo. ¿De qué serviría eso? ¿Podemos realmente llamar a una idea así la gracia de Dios? El hombre caído no necesita una manera de librarse de los justos requisitos de la ley, o encontrar un contrato legal donde todo pecado pasado, presente y futuro sea perdonado. Piénsalo; ¿qué lograría esto para un hombre que está muerto, ciego, sucio y alejado de Dios y de todo lo bueno? La carne perdonada sigue siendo carne. El hombre tampoco necesita una gracia externa que utilice el poder de Dios para la prosperidad económica, la belleza física, el éxito, la salud, o la influencia en este mundo de sombras pasajeras.

No. En su condición caída, el hombre está vivo en la carne y muerto para Dios. Es espiritualmente ciego, impotente para hacer el bien, sin poder para ayudarse a sí mismo, y en un estado de enemistad con Dios. Es un hijo de ira, ajeno a las cosas del Espíritu, incapaz de conocer las cosas del Espíritu, e incapaz de volver al Árbol de la Vida. Y sin una gracia o poder de Dios que realmente cambie lo que el hombre es, que lo resucite con otra vida y naturaleza, no hay esperanza. 

¡Ahora puedes contemplar la increíble gracia de Dios! ¡Puedes ver y admirar el increíble evangelio de la gracia de Dios! ¿Qué es ese evangelio de la gracia? Es la verdad, la realidad, el milagro de que Dios ha provisto tal poder, una semilla viviente o don de Su propia luz, vida o Espíritu, que puede cambiar la condición del hombre y cambiar la eternidad del hombre al cambiar su naturaleza. Es un don de la vida de Dios que, cuando no se resiste, puede producir el nacimiento, el crecimiento y el reino de la vida justa de Dios en el alma del hombre.

Este es el evangelio de la gracia de Dios. Y si buscas en cualquier otro lugar aparte de ESTA gracia, buscarás en vano una solución al problema del hombre. Es decir, si buscas en cualquier otro lugar aparte de este poder implantado, esta Semilla celestial, entonces estás buscando en algo que no puede ayudarte. Porque de nuevo, lo que el hombre necesita es poder de lo alto. Necesita una luz celestial que le permita ver su condición, es decir, que está vivo en una naturaleza que está muerta para Dios. Necesita un poder que le permita volverse de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás al poder de Dios. Necesita que la vida de Dios genere un nacimiento en su alma, uno que sea “no de simiente corruptible, sino incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre”. Y la gracia no se detiene ahí. El nacimiento es sólo un principio y no un fin. Esta nueva vida también recibe poder para crecer, y vencer, y salvar de cualquier otra planta en el jardín del corazón del hombre.

ESTA es la gracia que el hombre necesita. Y esta es la razón por la que Pablo dice que estaba perturbado y sorprendido de que los gálatas se estuvieran “alejando de Aquel que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente”, y luego advierte severamente que cualquiera que predique otro evangelio aparte de esta gracia es maldito o “anatema”. Los cristianos de nuestros días conocen este versículo y lo citan con frecuencia, pero han cambiado la definición de gracia. Dicen con Pablo que no hay otro evangelio más que el evangelio de la gracia, pero luego redefinen la gracia de tal manera que no tiene nada que ver con un poder celestial que cambia la naturaleza del hombre, vence el pecado y produce una nueva creación. Dicen que todo es gracia, y que la gracia es maravillosa, pero luego predican que lo maravilloso de la gracia es el hecho de que Dios no castigará por el pecado, o que el hombre puede vivir su vida sin el estorbo de la ley del antiguo pacto. 

Pero tengo que decirte que estos maestros de la gracia no han sido enseñados por la gracia, pues muestran claramente que desconocen su poder y que ignoran por completo su enseñanza. 

Y esto es quizás una TERCERA cosa que necesitamos entender sobre la gracia: La gracia es una maestra. La gracia no es algo muerto o inanimado como un contrato legal, o como una gran sombrilla bajo la cual podemos permanecer en la carne sin temor a las consecuencias. No, la gracia es algo vivo, porque viene de un Dios vivo. Y como está viva, como es un don o una medida viva de la luz, la vida y el poder de Dios, su presencia y su influencia en el corazón siempre enseña a apartarse de todo lo que es contrario a Dios, y a buscar, anhelar, orar y esperar la aparición y el aumento de todo lo que proviene de Él. Esto es precisamente lo que Pablo nos dice en Tito 2:11-13:

Porque la gracia de Dios que trae salvación se ha manifestado a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a las concupiscencias mundanas, vivamos en este presente mundo, sobria, justa y piadosamente. Aguardando aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.

La gracia es una maestra porque es la operación del poder de Dios en el corazón. Primero concede luz en el corazón para dividir entre lo vivo y lo muerto, entre el bien y el mal, el Espíritu y la carne, Adán y Cristo; y luego (cuando esa luz es amada y no aborrecida, creída y no rechazada) concede poder para apartarse de lo uno y aferrarse a lo otro. Repito: la luz brilla, y cuando la luz es amada, se experimenta el poder. No se trata del poder del hombre, ni de ningún poder de la creación caída. Es el poder de Dios que brilla, obra y enseña en el corazón. Algunas personas dicen que la gracia excusa la impiedad y guiña el ojo a los deseos mundanos. Pero Pablo dice que la gracia enseña a negar toda impiedad y deseos mundanos, a apartarse, huir y resistir todo lo que hace guerra e impide el crecimiento de la semilla de Dios. Y no sólo esto, sino que la gracia enseña a buscar, anhelar y esperar la gloriosa aparición de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo en el templo del corazón. “Esto habla,” dice Pablo a Tito, “exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”.

¿Y no es esto lo que toda persona sincera encuentra y siente obrando en su propio corazón? ¿No tiene todo creyente honesto un testimonio en su interior de que estas cosas son verdad? No todo el mundo experimenta milagros en su cuerpo, o actos de poder en la creación exterior. Pero, ¿no estamos todos obligados, en ciertos momentos y tiempos, a ver y sentir que en nosotros no mora el bien? ¿Que somos, por naturaleza, oscuros, muertos, viles, vacíos, y que nos da vergüenza dejar que otros sepan lo que está pasando en nuestra propia mente y corazón? Y, sin embargo, ¿no encontramos todos también que una luz nos visita en esta condición, brilla en medio de nuestra oscuridad, expone cosas que no queremos ver, y nos llama a salir de ellas? ¿Quién no ha sentido que se le ha dado alguna capacidad para ver una distinción entre la maldad de su naturaleza, y la pureza de Dios? ¿Quién no ha sentido que el bien y el mal, la vida y la muerte han sido puestos delante de él, y que una voz le ha advertido diciendo: “¡escoge, pues, la vida!”? ¿De dónde viene esto? ¿Quién es este maestro? Este maestro se llama la gracia de Dios.