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Cómo Entender la Ley

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Me parece que hay pocos temas en la iglesia de hoy que sean más comúnmente malentendidos y tergiversados que los de la ley y la gracia de Dios. Y porque una comprensión correcta de estas dos cosas puede conducir a una verdadera experiencia de ellas, y también a la eliminación de muchas falsas ideas y expectativas con respecto a ellas, está en mi corazón tratar de compartir algunas cosas que espero sean útiles para algunos. 

Me gustaría empezar diciendo algo que digo muy a menudo: Mi objetivo al compartir estas cosas no es principalmente ayudar a la gente a obtener información correcta. Hay un énfasis erróneo o inapropiado hoy en día en adquirir la doctrina correcta, como si creer cosas correctas y refutar cosas incorrectas fuera el verdadero objetivo de la enseñanza y el aprendizaje. Permítanme decir claramente que esto no es cierto. Poseer información correcta no es el objetivo. Dios no está buscando seres humanos bien informados. Él está buscando dar muerte en el alma del hombre a toda forma de pecado, maldad, enemistad, oscuridad, muerte, egoísmo y orgullo, todo lo cual nunca debería haber tenido un nacimiento o aparición en Su creación pura. Y Él está tratando de dar, formar y establecer plenamente la vida, la luz, la naturaleza y la justicia de Su Hijo, el Señor Jesucristo, en el corazón de cada hombre y mujer. 

La enseñanza tiene un lugar apropiado en la iglesia, pero desde que los hombres comenzaron a intentar ser cristianos sin el Espíritu de Cristo, la enseñanza ha sido exaltada y engrandecida muy por encima de su lugar. El propósito de nuestra instrucción no es el conocimiento. Al contrario, dice Pablo, “Pero el propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera.” (1 Tim. 1:5) Y creo que la enseñanza o instrucción puede conducirnos hacia el amor (que es la naturaleza de Dios reinando en el alma del hombre) principalmente cuando nos ayuda de las dos maneras siguientes: 1) Cuando presenta al hombre una verdadera descripción de lo que es el hombre, de lo que es Dios y de lo que Dios desea hacer en el hombre, y 2) Cuando nos enseña cómo vivir (durante nuestra corta estancia en el cuerpo) de tal manera que nos rindamos o sometamos al poder de la gracia de Dios; o se podría decir, cómo no resistir, contristar y apagar la obra de Su Espíritu.

Si asistieras a un servicio religioso donde el pastor o sacerdote estuviera enseñando que Dios te acepta tal como eres en tu condición caída, y que la obra externa de Cristo en la cruz ha reconciliado a Dios con la condición pecaminosa del hombre, yo diría que esta es una enseñanza muy equivocada y peligrosa. ¿Pero POR QUÉ es peligrosa? No es peligrosa sólo porque es falsa, incorrecta o no bíblica (aunque de hecho es falsa, incorrecta y no bíblica). Es decir, no es peligrosa sólo porque sugiera una idea imprecisa a tu cerebro. Es peligrosa porque creer tal idea encaminará tu vida y tu corazón en una dirección completamente equivocada e inútil. Creer esta doctrina cambia lo que buscas de Dios, lo que esperas de Él. Cambia lo que entiendes sobre tu vida, tu propósito, y lo que debes hacer en tu corto tiempo aquí. Cambia lo que esperas experimentar en tu corazón mientras el tiempo aquí pasa rápidamente. Las falsas enseñanzas como ésta sientan las bases para una relación ficticia con Dios, en la que esperas de Él lo que nunca hará, y no comprendes ni buscas lo que Él está continuamente deseando hacer.

La verdadera enseñanza, por otro lado, no sólo te da doctrinas correctas y credos y artículos de fe. Te da un entendimiento correcto de la voluntad de Dios, Su naturaleza, Su propósito. Te ayuda a entender quién es Él, qué desea y cómo está tratando de llevarlo a cabo en ti. También te ayuda a entender lo que significa cooperar con la voluntad de Dios y no resistirle. Y cuando digo cooperar no quiero decir contribuir, o añadir algo de vida espiritual o justicia o salvación de nosotros mismos. Quiero decir simplemente cómo vivir de tal manera que Su propósito para nosotros, y Su poder en nosotros, no sean resistidos, frustrados u obstaculizados; o en otras palabras, cómo caminar con Él y no contristar o apagar Su Espíritu Santo. 

Menciono esto a modo de introducción a estas enseñanzas sobre la ley y la gracia, porque (espero poder decir honestamente) que el objetivo de mi instrucción aquí también es el amor de un corazón puro. Entender qué es la ley de Dios, si es buena o mala, por qué existe y cómo se cumple, me ha sido de gran ayuda. Y comprender qué es la gracia, dónde se encuentra, cómo aparece y obra en el hombre, cómo entregar mi vida a sus operaciones, y no “recibir en vano la gracia de Dios” (2 Cor. 6:1), ha sido una de las cosas más importantes y prácticas que jamás he llegado a comprender. 

Un breve resumen de estas cosas ya se ha dado en la publicación del blog aquí. Pero ahora me propongo profundizar un poco más en estos temas.

¿Qué es la ley de Dios? Para responder a esta pregunta, creo que tenemos que dar un paso atrás y hacernos otra pregunta: ¿qué es una ley? A menudo, lo primero que viene a la mente es que una ley es simplemente una regla o un mandamiento, pero la palabra ley implica más que eso. Algunas leyes son sólo mandamientos, pero hay muchos tipos de leyes. En el mundo natural hay leyes de la naturaleza, leyes civiles, leyes de la física, leyes de tráfico, etc. Y en las Escrituras leemos sobre la Ley Mosaica, una ley de pecado y muerte, una ley de justicia, una ley de libertad, una ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, etc. En Romanos 7, Pablo habla de encontrar dos leyes diferentes y contrarias obrando dentro de él.

Así pues, tenemos que encontrar un entendimiento de la palabra ley que sirva para todos estos casos. La mejor manera que yo veo de definir la realidad de una ley es decir que es una verdad o realidad constante, que nunca cambia, y que exige obediencia o conformidad cuando actúa sobre otra cosa. Me parece que esta definición es válida para todos los tipos de leyes. La ley de la gravedad, por ejemplo, es una verdad o realidad constante que nunca cambia y que exige obediencia o conformidad siempre que actúa sobre un objeto. Una ley de tráfico es una realidad constante, que no cambia por las opiniones o deseos del hombre, y que exige obediencia o conformidad cuando actúa sobre todos los conductores. ¿Y la ley del pecado? Bueno, el pecado es una realidad o naturaleza constante, que nunca cambia. Siempre busca el yo, el mal y la oscuridad, y cuando actúa sobre el hombre, exige obediencia y conformidad, haciendo esclavos a todos los que caminan en él.

La ley no empezó con Moisés. La ley empezó con Dios, y empezó como algo bueno, perfecto, maravilloso y justo. Antes de la caída, la vida y la naturaleza de Dios ERA la ley que gobernaba todas las cosas creadas. No estoy hablando de reglas o mandamientos hablados o escritos. Me refiero a que la vida misma de Dios—quién era Dios, cómo era, lo que sabía y sentía y veía y amaba, Su propia naturaleza, vida y luz, Dios manifestándose a Sí mismo—todo esto era la verdad o realidad constante que nunca cambiaba, y que actuaba sobre toda Su creación, llevándola a una conformidad viva consigo mismo, a un estado vivo de gloria. No se trataba de una conformidad forzada a reglas externas. Era una conformidad y unidad interna, una realidad viva que, al actuar sobre toda la creación, la llevaba a una perfecta concordancia y conformidad con su Creador.

En el principio, todo en la creación vivía feliz y armoniosamente en y por la ley de Dios. Es decir, cada cosa y ser creado, tanto animado como inanimado, guardaba su lugar y posición en la voluntad y el poder de Dios, y no había nada que se le opusiera, nada que se opusiera a Su naturaleza, a Su vida, a Su gobierno. Este era un estado de gloria. Es decir, tanto el universo visible como el invisible era un ambiente o entorno creado para recibir y exhibir alegremente las maravillas y perfecciones y atributos de Dios. Todas las cosas naturalmente guardaban Su ley. Era su estado o morada creada por Dios. Todas las cosas se sometieron felizmente a Su gobierno, y esta feliz sumisión produjo tanto su mayor felicidad como la mayor gloria de Dios.

Ahora bien, había al menos dos tipos de seres que fueron creados para recibir y manifestar una medida aún mayor de la gloria de Dios que el resto de la creación, y estos dos seres se llaman hombres y ángeles. A diferencia del resto de la creación natural, se dice específicamente que los hombres fueron creados “a imagen y semejanza de Dios”. Y por lo que leemos de ellos en las Escrituras, supongo que los ángeles fueron creados con un propósito muy parecido. Pero ambos seres, al recibir una mayor capacidad para la gloria, también recibieron una mayor libertad para volverse contra la ley de Dios, para o someterse o apartarse de la ley de la vida o naturaleza de Dios.

Y leemos que esto es precisamente lo que sucedió. Judas nos dice que algunos de los ángeles, “que no guardaron su primer estado, mas dejaron su propia habitación, los ha reservado debajo de oscuridad, en cadenas eternas, hasta el juicio del gran día.” (Judas 1:6 RV1602) Estos fueron los primeros transgresores de la ley, es decir, la primera cosa en toda la creación que transgredió la santa ley de la perfecta naturaleza y voluntad de Dios. Se negaron a ser gobernados por Su verdad viviente. Rechazaron la conformidad con Su voluntad eterna. Rompieron Su ley espiritual, y rápidamente encontraron en sí mismos el horrible fruto de su propia elección. De ángeles gloriosos se convirtieron en miserables demonios. Fueron arrojados de su morada celestial, y ahora vagan por este mundo en una naturaleza oscura y contraria “buscando a quien devorar”. (1 Ped. 5:8)

Lamentablemente, la humanidad no tardó en seguir sus pasos. El hombre era la corona de la creación natural, la más clara imagen y semejanza del Dios invisible. Pero él también usó el don de su voluntad—un don dado para que pudiera volverse y aferrarse a Dios, amar y adorar la bondad perfecta de Su creador—el hombre usó su voluntad para apartarse de Su Dios, y buscar los deseos de sus ojos terrenales, los deseos de su carne y el orgullo de su vida carnal. De este modo, el hombre también transgredió la ley viva de Dios. Salió de su propio dominio, dejó su morada celestial en la voluntad y naturaleza de Dios, y trajo desorden, corrupción  y una maldición sobre toda la creación de abajo.

Y así, de repente, se encontró otra ley funcionando en la creación de Dios. ¿Y cuál era esta nueva ley? Era la LEY DEL PECADO Y DE LA MUERTE. ¿Qué es la ley del pecado y de la muerte? Es otra realidad o naturaleza inmutable, que exige obediencia o conformidad de todo aquello sobre lo que actúa. El pecado es contrariedad o enemistad a la ley perfecta de Dios. Es la presencia de algo diferente viviendo y creciendo en la creación de Dios, algo ajeno que vive por una voluntad contraria. Es como un cáncer que crece en un cuerpo humano. Utiliza la energía del cuerpo para destruir el cuerpo. Tiene su propia voluntad, su propio crecimiento, su propio objetivo, todo lo cual NO es la voluntad de la persona en la que está creciendo el cáncer. El pecado es muy parecido a un cáncer que repentinamente apareció en la creación perfecta de Dios. Y todo lo que vive por esta nueva voluntad contraria y desordenada se hace conforme a ella, se hace esclavo de ella, y es llevado por ella a la muerte. Esta es la ley del pecado y de la muerte. 

Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.

Ahora bien, mientras esta nueva ley gobernara los corazones y las vidas del hombre, no había nada que pudiera hacerse por su salvación y felicidad. Mientras los hombres fueran esclavos del pecado, necesariamente morirían en sus pecados, y no podrían volver a la condición original del hombre. El perdón del pecado no es la solución a este problema. El perdón es maravilloso, pero no puede matar este cáncer, ni sanar la creación enferma. Lo que el hombre necesitaba era una manera de volver a la ley original de la naturaleza, propósito y voluntad de Dios. Pero para ello, tenía que volver a nacer en la vida de Dios. Tenía que ser regenerado.

Pero antes de llegar a eso, tenemos que hablar de la ley de Moisés, que era una ley escrita de justos mandamientos y ordenanzas, que Pablo dice que fue “añadida a causa de las transgresiones.” Gálatas 3:19 dice: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa.” ¿Qué significa esto? Significa que una ley externa (que es parecida a una ley de tráfico, o una ley civil) fue puesta SOBRE el hombre, porque la ley de la vida o naturaleza de Dios cesó de obrar EN él. En otras palabras, debido a que la vida y naturaleza de justicia ya no estaba gobernando al hombre desde adentro, Dios añadió una ley escrita para gobernarlo desde afuera, HASTA QUE la Semilla de Su vida trajo un nacimiento en el hombre de la naturaleza que él había perdido.

Cuando Dios llamó a su pueblo a salir de la esclavitud de Egipto, lo puso bajo la ley escrita que le dio a Moisés. Esta ley no era simplemente un sistema arbitrario de reglas y regulaciones. La ley mosaica era una descripción externa, una representación física o un reflejo de la ley viva de justicia que Adán y Eva habían abandonado y perdido. ¿Entiendes lo que quiero decir? La ley escrita no era CONTRARIA a la ley de vida que una vez gobernó el alma del hombre y toda la creación. Simplemente era DÉBIL porque era una descripción o requisito de justicia externa, en lugar de una naturaleza interna de justicia. Los cristianos a veces hablan como si la ley mosaica fuera algo malo. Pero Pablo dice que era “santa, justa y buena”. (Romanos 7:12) Es cierto que había algo malo en la relación del hombre con la ley, pero no era la ley misma. Era el hecho de que una ley externa, escrita de mandamientos, no podía cambiar o detener la ley interna del pecado y la muerte que gobernaba el alma del hombre. El problema con la ley escrita, era que solo eran palabras escritas en una piedra, y no en el corazón humano. Era solo una descripción de la justicia, y no la vida de la justicia. Y debido a esto, lo único que podia hacer era señalar y manifestar (en una multitud de formas diferentes) cada forma de maldad e impureza y enfermedad que el hombre había traído sobre si mismo al hacerse esclavo de la ley del pecado y de la muerte. 

Así que, quiero decir esto muy claramente: No hay nada malo o incorrecto en la ley escrita de Dios. Es cierto que las Escrituras hablan de que los cristianos llegan a ser libres de la maldición de la ley, y de la carga de la ley, y de la condenación de la ley, pero esto NO es porque la ley sea mala en sí misma. Es porque la carne es mala, el pecado es malo, y la ley escrita no podía hacer otra cosa que señalar y condenar la naturaleza contraria del pecado.

Por esta razón, Pablo refuta a veces en sus cartas las ideas erróneas sobre este punto. Por ejemplo: 

Romanos 7:7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley.

Gálatas 3:21 ¿Es entonces la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo!

Romanos 7:12 Así que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno. ¿Entonces lo que es bueno vino a ser causa de muerte para mí? ¡De ningún modo! Al contrario, fue el pecado, a fin de mostrarse que es pecado al producir mi muerte por medio de lo que es bueno, para que por medio del mandamiento el pecado llegue a ser en extremo pecaminoso.

La ley escrita nunca fue mala. Solo era débil, porque no podia detener la ley del pecado y la muerte. En Romanos 8:3 Pablo dice que la ley era “débil por la carne”. El autor de Hebreos dice que el mandamiento anterior quedó “abrogado causa de su debilidad e ineficacia, pues nada perfeccionó la ley”. (Heb. 7:18-19). De nuevo, la ley escrita era débil e ineficaz porque no podía detener la ley del pecado y de la muerte que gobernaba el alma del hombre.

Imagina que un enorme árbol de mi jardín empieza a balancearse y a tambalearse durante una tormenta de viento, y parece que va a caer sobre mi casa. Al ver esto, corro al interior de mi casa, llamo al presidente de los Estados Unidos y rápidamente le convenzo para que haga una nueva ley que diga: “A partir de ahora queda prohibido que cualquier árbol caiga sobre la casa de Jason Henderson”. El presidente me envía por correo electrónico una copia de esta nueva ley. La imprimo, salgo corriendo y la sostengo junto al árbol, y pienso para mí: “¡esto debería solucionarlo!”. Pero al cabo de unos minutos, el viento se intensifica de nuevo, y el árbol (ignorando mi buena y justa ley), hace un fuerte crujido, cae, y completamente aplasta mi casa. 

Esta es una analogía tonta, pero tal vez entiendas mi punto. La ley de la gravedad es más fuerte que una ley escrita que prohíba que la gravedad funcione. Era una buena ley, pero era débil debido a la gravedad. Era una buena ley, pero era ineficaz porque no pudo salvar mi casa.

En Hebreos 10:1 leemos: Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.

La ley escrita era como una sombra de la ley de la vida, la ley que Dios quería restaurar en el hombre. De nuevo, era una buena descripción de la justicia, pero no la vida de la justicia. Manifestaba cosas malas y señalaba cosas mejores, pero en sí misma no tenía poder para dar lo que describía. Y esto es precisamente lo que Pablo dice en su carta a los Gálatas. 

Gálatas 3:21 ¿Es entonces la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Porque si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida, entonces la justicia ciertamente hubiera dependido de la ley.

En el principio, el hombre perdió la ley de la vida de Dios. Y cuando perdió esa ley, comenzó a vivir en y por otra ley, la ley del pecado y de la muerte. Dios, en su bondad, y con miras a la redención del hombre, dio a Israel una ley escrita de mandamientos y ordenanzas, y puso esta ley sobre su pueblo como luz y estándar de justicia. E hizo esto con algunos propósitos principales: 1) Para que la ley escrita descubriera, manifestara y condenara la ley del pecado que obraba en el corazón del hombre. Hay muchas Escrituras que declaran esto claramente. 2) Para que, mediante la creación de reglas y normas de justicia, ordenanzas de adoración, preceptos de limpio e inmundo, etc., Dios impidiera que los portadores de Su testimonio se hundieran aún más en la vil corrupción que se había extendido por las naciones circundantes. Y 3) que por medio de estas dos primeras cosas—me refiero tanto a la manifestación de la naturaleza del pecado, como a las diversas reglas, ordenanzas, ceremonias, tipos y sombras de la ley—Dios podría dirigir el corazón del hombre hacia la Semilla de vida, el nacimiento de una naturaleza celestial, que restauraría al hombre a la ley de la vida de Dios que se perdió en la caída.

Y cuando digo que la ley conduce a Cristo la Simiente, no sólo me refiero a Su venida externa como Hombre en la encarnación. Por supuesto, esto también es cierto. La ley señaló la venida externa de Cristo en multitud de formas, y esto es extremadamente importante. Pero la obra de la ley EN el hombre, también nos señala nuestra necesidad de experimentar a Cristo la Semilla en nosotros, como la verdadera venida, y el verdadero cumplimiento de todo lo que fue testificado y descrito por la ley escrita.